A Martha Checo, esta noción íntima de nuestros llantos, porque  al huir  de lo frívolo nos hemos condenado a la angustia.

[… Una oleada, unos ojos abiertos, la misma tarde y la misma noche. El tiempo ha cruzado de manera ondulante al asombro,  está tenso, se diluye].

La angustia es un anónimo nombre que acompaña al instante; es un arco sin adjetivo ni inquisidor conocido  que no busca  evocar a la apariencia, porque se tiende solo sobre los  manuscritos del rocío del mar. No es visible –la angustia- si oprimimos a las fuerzas que envuelven con la faz de una piedra al rostro que no mira al mundo.

La angustia es  una cazadora de las llamas que no tienen siluetas, y va contracorriente  cuando todo queda en el alba fría; entonces se levanta sobre el mundo, sobre el mundo oscurecido.

[La caverna no sufre la demencia del mundo sino que se favorece del aturdimiento que trae el placer]. Me he sentado en silencio a contemplar a la angustia, a llamarla; le he dado parte del soplo que trae la vida, una porción del cielo, un adorno que no he podido fundir en oro. La he llamado por su nombre sin emoción alguna, la he llamado “distante temor” o “parca soledad”.

¿Quiénes son los que divulgan la angustia que padece el mundo: los poetas o los “esclavos” de la palabra prestada?

El mundo de la angustia no tiene geometría ni medición propia, no se curva ni se hace línea; está tendido a lo largo del tiempo, se custodia a sí mismo en un templo donde los sacrificios se ejecutan para hacer fértil a la nada, por esto: el asombro vaga por el mundo al lado de una voz, de una voz que no viene de un profeta ni viene desde lo alto de la gloria ni de un credo que toque el umbral de la magnificencia.

Nuestro jardín, llamado mundo, ya es negro-azulado; es una abstracción sin misterio alguno. El mundo sólo tiene ahora el tamaño de la angustia y una entrada a la caverna hecha ciudad de oro.

Yo voy por un jardín solitario, donde la luna danza con fiebre sobre las copas de los árboles. Desde mi camino, y a través de él, sigo corriendo detrás de la luna, aferrándome a su luz plateada; sólo llevo por ropaje mis brazos para protegerme del frío y del viento, y el momento de mi nacimiento como punto de origen para labrar mi memoria.  No quiero aún despertar del sueño, porque necesito meditar, tener fe y aprender a creer en que vivir en el mundo no es sólo deseo ni recuerdo de un laberinto quebrado por la eternidad.