Sin dudar ni un segundo, puedo afirmar que mis hijos han sido lo mejor que me ha pasado. La maternidad ha sido una experiencia maravillosa, tan hermosa, que a veces pienso que de haber sabido de sus encantos los hubiese tenido antes. Mis hijos me han hecho mejor persona, me han enseñado del amor verdadero y de la entrega infinita y lo mejor es que ellos lo saben y lo pregonan porque no pasa un día sin que yo se lo diga. De hecho, no sabía que yo era capaz de amar tan bonito hasta que llegaron a mi vida. Y miren que yo sí que había amado en mi vida, o al menos eso pensaba.

Pero aquella maravilla va más allá de la ternura y el romance. Aceptar el compromiso de llevar una vida debe ser uno de los actos que más responsabilidad y sacrificio implica. Sin embargo, en esa misma medida en que los hijos nos conceden esa dicha, también nos cambian la vida y las prioridades.

De repente, las salidas se empiezan a complicar y el fondo destinado para diversión se convierte en el dinero para comprar leche o pagar pediatra. El pasaporte se guarda y se postergan los viajes para cuando todo lo del bebé esté cubierto. Sin caer en cuenta que todo lo de los hijos nunca está completamente cubierto, jamás. Los ahorros se vuelven más estrechos y guardar dinero cada mes se convierte en todo un reto financiero.

A esta escena inclúyale una madre divorciada. Y si la soltería es un tema para las mujeres sin hijos, imaginen cómo se complican las cosas cuando la mujer debe lidiar con la presión social del infame tienes que buscarle un papá a esos muchachos, mientras el reloj biológico marcha sin descanso; la pareja que debe cumplir con nuestras expectativas, las de los hijos, someterse al escrutinio de la familia. De paso también la mujer debe encontrar el equilibrio perfecto entre la vida de madre y la vida de pareja, sin perder de vista el objetivo de ser feliz, de empeñarse en educar y estar para los hijos y de paso también ser la novia.

Aquello no es tarea fácil, ni para las mujeres emprenderlo sin que el sentimiento de culpa a veces se asome ni para los hombres entendernos con todo el combo completo. Requiere de mucho amor, de mucho gusto, de mucha empatía, de mucha química, de mucho empeño y eso, muchas veces, es un punto que la mayoría de los hombres en la práctica no saben llevar. Aquello exige valor y grandes dotes de paciencia.

Paciencia para que el hombre entienda que no está lidiando con una mujer llena de desenfado, sin ataduras y sin responsabilidades. Que salir de la ciudad por unos días ya no está sólo a la distancia de meter en un bulto lo primero que agarre en el closet y que ya no somos capaces de desconectarnos de la vida momentáneamente en nombre de dedicarnos por entero al amor y sus mieles.

Que hacerlo, a mis años y de cara a mis prioridades, requiere de un sacrificio y amarres que no se dan todos los días. Que desconectarse de los hijos es un imposible.

Mucha tolerancia para entender que una divorciada y con hijos enfrenta los problemas que trae consigo un hogar, una casa, la economía doméstica y que aquella carga también incluye las quejas que de vez en cuando no son más que un desahogo para liberar presión como válvula de escape.

Sabiduría para que la mujer no se pierda en la entrega y deseche a los hijos en nombre del amor. Sino buscar un equilibrio, ese difícil pero posible equilibrio, de hacer magia y repartir el corazón justamente.

Discernimiento para que las prioridades no sean nunca motivo de vergüenza a la hora de elegir y llevar las riendas que a usted le corresponde. Saber elegir entre lo posible y lo postergable sin remordimientos y no incurrir en excesos ni del bolsillo ni del corazón.

Paciencia mientras se espera que llegue el adecuado sin morir en el conformismo de quedarnos con el menos malo y estar conscientes de que la soltería no es una búsqueda de amor porque amor de sobra nos dan los hijos. Y la certeza absoluta de que usted merece ser feliz, que la felicidad de sus hijos también se remite al bienestar de su madre. Madre feliz, hijo feliz.

Y sobre todo valentía para echar de su corazón a quien no comparta sus prioridades, no le aligere la carga o simplemente no esté dispuesto a jugársela por usted y sus hijos. La gallina se quiere con sus pollitos.