“El amor a la patria es el odio contra el extranjero que la oprime” (José Martí).
El carnaval es la fiesta del disfraz, “donde se hace ruptura con la cotidianidad y se pasa a la representación simbólica, teatralizada, de la realidad, a partir de la sátira”, como bien nos definió el maestro Dagoberto Tejeda Ortiz. Traigo a discusión este constraste porque es un imperativo que pasemos de la simulación a la realidad y dejemos de lado tantas payasadas con nuestro referido y tan cacareado amor patriótico, que no pasa de nuestros majestuosos desfiles del 27 de febrero, acompañado de esos actos maratónicos conmemorativos, que no pasan de ahí.
En nuestras celebraciones patrióticas nos ponemos las caretas de la dominicanidad, y al rato, volvemos a ver la cara de nuestra realidad, que es tan diferente. Exaltamos a Duarte y a los otros trinitarios que ofrendaron sus vidas, también a Luperón, y acusamos de pendejos aquellos que son honestos en sus trabajos, y a otros que se sacrifican por su comunidad, día a día, por una mejor calidad de vida para todos.
Siempre he creído que quienes más aman a la patria, no son quienes más exhiben una bandera; son aquellos que no tienen una bandera para exhibirla, pero sí una vida para ofrendarla silenciosamente, sin pedirle nada a cambio a la patria.
Siento ridículo el exhibicionismo de los patrioteros nuestros, pues son caretas del carnaval, que esconden detrás otra realidad, que sí es la realidad real.
Nuestro patriotismo es selectivo, racista, oportunista, coyuntural, desmemoriado. Es un patriotismo que se pone una careta contra Haití y se la quita para ponerse otra a favor de Estados Unidos, que nos invadió dos veces y a quienes agradecemos tantas y tontas cosas; un patriotismo contra todo lo que sea negro como si fuéramos blancos (y se lo agradecemos a Peña Batlle, Balaguer, Trujillo, otros).
Nuestro amor patriótico es festivo, porque se expresa en esas actividades donde nos anestesien la memoria para no recordar; es nómada (va de interés en interés) y se acomoda a las circunstancias y al clima reinante como el camaleón al entorno que lo acoge.
Bien caen las coincidencias de las celebraciones del carnaval con las fiestas patrias, para que tantos puritanos nuestros escojan la máscara que más sirve para esconder su hipocresía, manifiesta en esos discursos de esquinas, hechos a encargos. Y de otros, que nos aman tanto, que envían a bancos extranjeros a guardar sus fortunas, en monedas extranjeras y son los protagonistas de todas las obras de teatro que se montan para defender nuestra dominicanidad. Sin embargo, no están preocupados por la dominicanidad de tantos que padecen hambre, desempleo, falta de acceso a la educación, la salud, la recreación, la vivienda, al agua potable, el vestido, el disfrute del patrimonio etc. : “La patria no es nadie, la patria no es un tiempo, la patria es un hecho perdurable” (Borges).
Nuestro amor patriótico sincero debe mostrarse, en la medida en que luchemos a uñas y dientes por nuestras comunidades, enfrentando a sus enemigos que están dentro y también fuera, y que son muchos. El patriotismo se muestra en los pequeños espacios. Así estaremos preparados para luchar por la patria grande: “Patria es humanidad”, decía Martí.