Un recorrido panorámico de América Latina muestra que la región, ya avanzando el Siglo 21, sigue plagada de caudillismo y corrupción.
Los presidentes muestran vocación continuista; cambiar la Constitución para lograr su objetivo no es gran problema para ellos. Antes se veía como una marca de los gobiernos de derecha, pero la ola de gobiernos que Hugo Chávez llamó representantes del socialismo del Siglo 21 comprobó que esos males no eran monopolio de la derecha.
Chávez se mantuvo en el poder hasta la muerte. Evo Morales todavía sigue al frente de Bolivia. Rafael Correa se fue a regañadientes. Daniel Ortega sigue ahí haciendo alianzas con sus antiguos enemigos. Todos formaban el ALBA junto a Cuba, donde hasta el sol de hoy prevalecen los Castro.
En Brasil, donde los capitalistas convivieron en mayor armonía con el gobierno de centroizquierda del Partido de los Trabajadores (PT), ya se han visto los resultados. Se instauró un sofisticado sistema de corrupción público-privado, con la empresa Odebrecht a la cabeza. Las contradicciones entre facciones de la burguesía internacional y la brasileña dieron al traste con los gobiernos del PT y se ha generado una inmensa crisis política. El gobierno de Dilma Rousseff cayó y Lula está ya en prisión. Ambos sin cargos criminales de proporción, pero bajo sospecha de ser cómplices del entramado. La justicia brasileña se parcializó y hay una guerra política de todos contra todos. El país está a la deriva.
Las sociedades que han dado un salto al desarrollo socioeconómico y político han conjugado dos factores esenciales: la modernización y diversificación de su economía y la construcción de sólidos sistemas de partidos políticos que permitan la alternabilidad y los frenos constitucionales.
En Venezuela, líder del movimiento del socialismo del Siglo 21, la crisis política y económica es de grandes proporciones. Desabastecimiento, altísima inflación, descapitalización. Ni siquiera la ampliación de los programas sociales que dio sustento al liderazgo de Chávez puede sostenerse en medio de tantas precariedades. La supervivencia del gobierno de Nicolás Maduro se debe más a la coexistencia de la dirigencia chavista y la fragmentación de la oposición que al apoyo popular de la gestión. Otro país a la deriva.
En Chile, que se mantuvo distante del movimiento regional impulsado por Chávez, la coalición socialista terminó dando paso a los gobiernos de derecha de Sebastián Piñeira. No es un país sumido actualmente en una fuerte crisis, pero el segundo gobierno de Michelle Bachelet terminó sellado con escándalos de corrupción. Si no hay reinvención del proyecto socialista, la derecha, también corrupta, copará la agenda pública.
País tras país vemos que la ola eufórica de gobiernos de izquierda va concluyendo, ya sea con un retorno de gobiernos de derecha (Argentina, Chile, Brasil), o con una imposición de los viejos caudillos (Nicaragua y Bolivia). Ni Daniel Ortega ni Evo Morales dan indicios de querer soltar el mando después de varios períodos de gobierno.
Es posible culpar al imperialismo de los males latinoamericanos, y lo es de algunos. Pero si las sociedades latinoamericanas no se miran en espejo propio, será muy difícil avanzar en la construcción de sistemas políticos democráticos. En casi todos los países, incluida la República Dominicana, predomina un capitalismo rentista, los gobiernos son caudillistas, y el sistema de reparto de riqueza se fundamenta en el clientelismo y la corrupción.
Las sociedades que han dado un salto al desarrollo socioeconómico y político han conjugado dos factores esenciales: la modernización y diversificación de su economía y la construcción de sólidos sistemas de partidos políticos que permitan la alternabilidad y los frenos constitucionales.
Estas condiciones faltan en todos los países de América Latina. Unos cojean mucho más que otros, pero todos pasan actualmente por momentos difíciles y tienen poblaciones con grandes expectativas de bienestar.
Artículo publicado en el periódico HOY