“Dios perdona siempre, el hombre perdona a veces, la naturaleza nunca perdona”.
La mayoría de nosotros no hemos comprendido que los recursos naturales son un bien colectivo. No son una propiedad particular aunque estén dentro de la propiedad privada de álguien. Se deduce entonces que, nadie puede hacer lo que les venga en ganas con los recursos naturales, alegando título de propiedad. Por el contrario, aunque disfrute de sus beneficios por estar en su propiedad, debe conservarlos, protegerlos para bien de todos, “porque sobre toda propiedad privada existe una hipoteca (deuda) social” (papa Juan Pablo II).
Quienes conocemos la historia local donde vivo, sobre todo los eslabones construidos entre los años 1860 y 1960, cuando se consolidaron las instituciones que tenemos, sabemos del desastre que produjeron las familias más poderosas sobre el bosque. Hubo una destrucción total de plantaciones de maderas preciosas, que fueron transportadas para ser vendidas en otros puertos, en nombre del desarrollo. Desaparecieron especies vegetales y animales y cantidades incontables de ríos, arroyos y arroyuelos, con tal de que se beneficiara la élite dirigente, cuyos efectos pagan sin tener culpas sus nietos, biznietos y los demás descendientes de las otras familias; para entonces, sólo se pensó en las ganancias del presente de un grupito y no en el futuro de todos.
Se sabe que en la actualidad, existe un plan perverso contra el medio ambiente. Los intereses macabros de políticos corruptos, se pasean unidos a una pandilla de inversionistas y mercaderes de la naturaleza, quienes están presionando por todos los medios, intentando doblegar y poner de rodillas la ley 64-00 sobre Medio Ambiente y Recursos Naturales y la ley sectorial de Áreas protegidas 202-04. Pues no aspiran producir un desarrollo acorde con la naturaleza sino contra ella, por esa razón lo que le parezca natural es símbolo del paleolítico, y debe ser destruido o eliminado, y bajo la magia del maquillaje producir un entorno artificial. ¡Ridículo!
Cuando alguien se sustrae el espacio comprendido en la costa (los 60 metros) y se lo adjudica o consigue una componenda maldita de funcionarios y construye una mansión de veraneo, sin los permisos correspondientes, está despojando a los que menos pueden del derecho que ellos tienen también. Igual pasa cuando particulares se apropian de playas públicas, apelando a sus relaciones políticas o a sus fortunas con las cuales compran voluntades y decisiones.
Cuando alguien sustrae la arena de los ríos, para mercadearla como propiedad suya y aprovecharse fuera de la ley, está depojando a los demás del derecho que ellos también tienen sobre la misma. Es un bien público no de los que aparentan ser más astutos y todos debemos vigilar por esto.
Nadie puede destruir un ecosistema de manglar, para construir sobre el mismo un hotel, por muy turístico o ecológico que parezca, pues si fracasa la inversión hotelera por las cuestiones normales del negocio, estaremos obligando a fracasar a la madre naturaleza sin remedio y habremos reducido significativamente la posibilidad de consumo en nuestras mesas, de múltiples especies marinas que utilizan el manglar como refugio, reproducción y criadero. Rellenar un humedal para sembrarlo de bloques, como hemos visto es parte de un desarrollo criminal. Y quienes lo sustentan son asesinos, “ecocidas”. Y como hemos visto en el Este, la misma naturaleza les ha pedido y les seguirá pidiendo cuentas, inundándolos.
Nadie debe conectar el desagüe sanitario del séptico de su casa sobre una cañada o el contén para salvar su situación personal y joder la salud de la comunidad y de sus tesoros naturales, bajo la complicidad de quienes tienen el compromiso por ley de la salud pública de la comunidad y del ordenamiento del territorio, y que por demás cobraron sus impuestos sin importarles ni un pepino, el destino final de sus desechos familiares.
Nadie puede desaguar las aguas servidas y los carburantes usados de un yate, de un velero o de un barco pesquero, sobre el espacio natural, bajo la excusa de los dólares que traen y los empleos que producen.
Nadie puede construirse embarcaderos privados sobre el arte del corte inmisericorde del manglar, usando el pretexto de tener una propiedad alrededor del puerto, bahía, ensenada, que les dio derechos.
Nadie puede violentar las aguas, para impactar la armonía interior de una embarcación que recorrió centenares de kilómetros comprando tranquilidad, y además escandalizar la fauna existente, para complacer la arrogancia y la ñoñería de un hijo de papi y mami, que quisiera construir las reglas a su favor, para disfrutarlas con el desvarío del ruido de su jet ski.
Nadie tiene el derecho a poner en riesgo la integridad de sus hijos ocupando áreas inundables, terrenos pantanosos o de rellenos, zonas expuestas a variaciones marinas, bajo la sombra de documentos que no tienen ningún valor legal, aunque haya estampado la firma la demagogia legítima de algún alcalde, que muy a pesar no tiene potestad sobre esas áreas naturales.
Nadie tiene derecho a traficar con el bosque, apadrinado por políticos, para amasar fortunas, alterando el microclima de una comunidad. Primero destruyen los árboles, y luego son los abanderados en primera fila en quejarse del calor y las altas temperaturas, la sequia, la muerte de animales domésticos y la migración de las especies.
Nadie tiene el derecho de apropiarse de la tranquilidad de una comunidad para satisfacer sus megalomanías con el ruido de su jeepeta, su carro de lujo, o el equipo de música de su casa o negocio, afectando el sueño de niños, ancianos, enfermos y gente trabajadora. Tampoco el deber de ceder los espacios públicos y plazas a quienes lo toman para mostrar sus desparpajos y arrogancia, y la competencia de la mediocridad enfrentada a la demencia.
Nadie tiene el derecho de jodernos el entorno en cualquier escenario con cualquier actividad por muy rentable que le parezca. No importa su posición social, económica, política o su rango. Tenemos el deber de denunciarlo, enfrentarlo, sino queremos hacerlo por nosotros, hagámoslo por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Y evitemos hacernos cómplices de la destrucción del medio ambiente apelando al compadreo y al comadreo como vivieron nuestros abuelos, y terminaron siendo víctimas de los más vivos, sus compadres y comadres.