Las personas que “escuchan voces”, con o sin un desequilibrio mental  diagnosticado, son más propensas a sufrir alucinaciones. A “petición de nadie”, ya algunos candidatos a la presidencia para el 2020 han iniciado su carnaval. Dicen haber escuchado “una voz interior” que los llama a incluirse en la lista de salvadores de la nación y de una democracia que ellos mismos ayudaron a convertir en endeble y empobrecida.

Estos mesías tempraneros, a través de vallas publicitarias y de tertulias de aduladores pretenden vender una presencia esperanzadora que contrasta abiertamente con su intrascendencia política y su disminuida visión democrática heredada.

La voz que los hizo madrugar pudiera ser la expresión de un diálogo interno, discreto y personal. De un encuentro sincero consigo mismo, de un chequeo de su “otro yo” con su buena conciencia, que suele manifestarse como silencio inteligente y como autocrítica que se sintoniza con el comportamiento ético y la buena imagen pública.

Pero más que ser esto, la de los precandidatos “aparecidos” luce más bien como una manifestación de alucinaciones, es decir, de “percepciones en las que la persona escucha, ve o siente cosas que se originan en el interior de su propio cerebro y que, aunque las vive como si fueran reales no lo son y pueden llevarla hasta el delirio, la ofuscación y el autoengaño”.

Los psicólogos, psiquiatras y la  sabiduría popular consideran estas voces  como pequeñas locuras, ocurrencias o aventuras quijotescas más cercanas a la simulación que al mandato de un designio dichoso. Esta “patología política” la padecen partidos y dirigentes políticos, gobernantes, funcionarios y facciones políticas. Y también grupos económicos que se caracterizan por susurrar mensajes a mesías con más arrojo que sentido común. 

Las alucinaciones políticas alteran la realidad sociopolítica y pretenden que la gran dosis de cordura requerida por el “perfil de puesto” de presidente, en esta caso, sea suplida por la publicidad y la propaganda, estrategias que no hacen más que poner ante los ojos de muchos el acervo fantasioso de los “candidatos” y sacar a la luz pública sus grandes carencias de virtudes públicas.

Y al mismo tiempo despiertan en el ciudadano un profundo cuestionamiento sobre el financiamiento de sus “molinos de viento” y sobre la identidad de sus patrocinadores que tras bambalinas aprovechan la falta de lucidez de los “iluminados” para alimentar su euforia alucinante.

Aunque la alucinación más frecuente es la de “escuchar voces” cuando nadie ha pronunciado palabra alguna, también pueden darse alucinaciones como “escuchar pisadas que se acercan, ventanas o puertas que se abren, ver seres u objetos que no existen en la realidad”.

Es así, como los candidatos tempraneros de aquí, los “llamados por nadie”, los “autonominados” escuchan las pisadas de un triunfo que se acerca y que son el eco se las pisadas de sus propios fantasmas; hablan de  “ventanas y puertas que se abren para que entren nuevos aires democráticos”, cuando en sus parcelas políticas sólo hay culpas acumuladas,  y que “sueñan despiertos con poderes, lujos y privilegios” que ultrajan la cordura y la vergüenza.

El escenario político del 2020 atraerá a muchos políticos con mensajes alucinantes. Nuevos y viejos. Las alucinaciones políticas colindan con la demagogia y la mentira política. Hay que desenmascarar a los políticos que padecen de alucinaciones y que las convierten en promesas vacías y poco serias que confunden y distraen.

Hay que leer entre líneas sus discursos, desentrañar sus intenciones y sus propuestas. Los ciudadanos deben estar alertas para pensar, desarrollar y perseguir una esperanza colectiva basada en la cordura y el “buen juicio” político, en donde cuestionarlo todo es un derecho.