Los partidos, movimientos y grupos que participan de la actividad política en nuestro país que se reclaman alternativos se consideran tales, como algunos lo dicen abiertamente, frente a lo que ellos califican de partidos tradicionales, fundamentalmente el PLD y PRM. Que en esencia lo son frente al primero, poco que discutir, que lo sean frente al segundo, hay cuestiones importantes que discutir. Se supone que en términos político/ideológico, una posición o propuesta programática es alternativa a otra, cuando en forma y contenidos son esencialmente diferentes, también en torno a temas nacionales cruciales y, a veces, cuanto los perfiles esenciales de las figuras claves que delinean las políticas son sustancialmente diferencias.

Con loable franqueza, los autodefinidos alternativos más conocidos no se definen de izquierda, y si bien quieren cambiar el sistema de corrupción, ineficiencia y privilegios entronizados por el presente y los pasados gobiernos, al igual que el PRM, no se plantean cambiar la base económica/institucional fundamental en que descansa nuestro orden social. En tal sentido, el carácter alternativo de los alternativos radica básicamente en la forma en que dicen que administrarían la cosa pública, no quieren cambiar la esencia del sistema; si fuese lo contrario podría decirse que son fuerzas alternativas al sistema y aun así en una coyuntura como la presente, rechazar una eventual alianza con los “partidos tradicionales" sería equivocado.

La historia registra una diversidad de alianzas tácticas entre fuerzas esencialmente diferentes, incluso muchas veces más que adversarias han sido enemigas. Eso ha sucedido por la necesidad de desplazar del poder a fuerzas que se han convertido en lastres que van erosionando las bases sociales, institucionales y morales de sus sociedades, por lo que, derrotar esas fuerzas se constituye en una impostergable necesidad para crear otro escenario político con posibilidades de mayor margen de maniobras de cada una de las organizaciones aliadas de cara al futuro. En gran medida, y sin entrar en discusión sobre sus resultados, es lo que recientemente sucedió en España para sacar al PP del poder. Las transiciones en Sudáfrica, Chile, España, Italia, etc., también son ejemplos.

Entre las figuras determinantes en la elaboración de los programas de los partidos llamados alternativos y del PRM no se identifican sustanciales diferencias en cuanto a solvencia profesional y personal, tampoco en cuestiones relativas a determinadas concepciones ideológicas. Tanto en los unos como el otro hay gente de incuestionable trayectoria de decencia y compromisos con los mejores intereses del país. El PRM tiene gente en el Congreso y en los municipios que son un lastre no sólo para ese partido, sino para el país, pero la incidencia de éstos en ese partido podría ser reducida significativamente si ese tema se tratara y se impusiera como objetivo en un proceso de diálogo entre las referidas fuerzas de cara a una eventual alianza electoral para presentar candidaturas congresuales y municipales comunes.

En el PRM, en otras organizaciones políticas y de la sociedad civil existen potenciales candidatos tan buenos como los que podrían presentar los autodenominados alternativos; disputarse las candidaturas entre ellos sería potenciar las posibilidades del PLD. El caso se agrava si la unión de los alternativos para coaligarse se reduce a dos o tres grupos o partidos, pues no solamente estarían limitando las posibilidades de excelentes candidatos del PRM y de los otros grupos que se reclaman alternativos, contra los cuales también tendrían que competir y/o neutralizarse entre sí, que en última instancia es contraria a las posibilidades electorales de los alternativos todos.

El otro riesgo o consecuencia negativa que podría tener una representación limitada de figuras solventes en el Congreso y en los municipios, en término de número y calidad, es que tendría un impacto muy negativo en las elecciones presidenciales a celebrarse tres meses después, las cuales son cruciales para desbancar al PLD del poder. Debe celebrarse que los referidos alternativos hayan entendido en toda su extensión la importancia de tener una incidencia en el Congreso y los municipios, pero subvalorar la importancia del poder ejecutivo para evitar que este país siga su derrotero hacia la degeneración política, moral, económica e institucional constituye una estrechez de miras verdaderamente inexcusable.

Las alianzas en coyuntura política como la presente no deben hacerse solamente para que se fortalezcan las organizaciones que se alían, sino para lograr que la fuerza que controla el ejecutivo del país sea desplazada del poder, es ésa la principal responsabilidad ética y política de aquel que se reclama real opositor y más que eso, alternativo. “Tener confianza en el pueblo”, es un acto de fe, no es una categoría analítica en la política, como piensan algunos, para instar a los “pequeños” a que se unan para un proyecto de poder limitado a los poderes locales y congresuales, la presente coyuntura exige una unión de los pequeños, pero en la perspectiva de desbancar del poder un partido atrápalo todo y corrómpelo todo como el PLD.

Terminar con ese tipo de poder es lo fundamental. Lo demás son atajos que difícilmente conduzcan a alguna parte, son números que difícilmente salgan premiados en una lotería donde hay tantos y tan potentes apostadores.