Hay, si se quiere, una extraordinaria dosis de la cultura de la indiferencia instalada en la sociedad dominicana, a ello hay que agregar el punto de inflexión en la búsqueda de soluciones individuales a problemas colectivos, societales. La solidaridad, marca de la nobleza del dominicano, comenzó a eclipsarse a partir del 2004 y a ocupar el ranking del país donde el conservadurismo alcanzaba su máximo clímax. Somos hoy por hoy, la sociedad donde el espacio hacia la derecha ha crecido más.

Esa mezcla taxonómica o categorial del exacerbamiento individual, de la búsqueda frenética sin pensar en el otro y el destronamiento moral que acompañaba desde el Estado una nueva mirada de relacionamiento entre la elite política y la ciudadanía: El clientelismo y el patrimonialismo, se construyó en la mente del dominicano como si el caminar, el trajinar de nuestra existencia era infinita y al mismo tiempo, colapsaba al otro día.

A partir del 2005 el Partido Político en el Poder cambiaria la dinámica de relacionamiento, el espacio de mediación, donde el Estado como instrumentalización, cooptación y enclave de hegemonización, vía el poder que confiere a través del presupuesto, se edificaría en un Partido. El Partido a través de su Comité Político se convierte en una mera maquinaria electoral donde los organismos y las diferentes instancias de dicha organización no ocupan   funciones. Los Comités Intermedios, órganos de intermediación, entre las bases y los entes superiores y territoriales perdieron su legitimidad. En ese “marco político” aparecen las nominillas y el espacio de gordura de la Administración Pública

La Gobernanza y los espacios dialogicos con otras organizaciones partidarias, se asumen como distorsiones de la democracia y la claudicación de la política. Todo es el reparto, la construcción de los feudos desde el mismo Estado. Simultáneamente, la fracción hegemónica del PLD comienza a trillar la combinación diabólica: Política y Negocios. Se instala así la corrupción, tanto desde una perspectiva sistémica como institucional. La corrupción se convierte en el principal eje de relacionamiento y de dominación.

¡Nada escapa a ella! ¡Todo es visualizado bajo el esquema de negocios! El Estado queda subsumido, apalastrado, por aquellos que estaban y están para dirigirlo con eficiencia, eficacia, transparencia, dignidad y autoridad moral que amerita el rol de un Estadista. El Rentismo, el Patrimonialismo, el Clientelismo, germen y sedimentos de todas las modalidades de corrupción: Administrativa y/o Burocrática; Nepotismo, Padrinazgo, Captura del Estado, se desarrollarían como cuerpo ampuloso sistemático de la acumulación originaria de capital en el Siglo XXI.

La asunción como mirada y acción desde el Estado mismo, propiciaría y encadenaría todo un desorden social en la sociedad dominicana. La cultura del relativismo y los dilemas éticos, serian así, la fuente nodal que caracterizaría esa visión del Estado: El Estado como Botín; y la deslizarían, derramarían en forma colosal en todo el tejido social. ¡Todavía hoy, hay un 20% de evasión en el ITBIS y del Impuesto sobre la Renta, un 50%. No mencionemos la elusión en ambas dimensiones tributarias y en los pasivos laborales.

Esto último, es producto de la complicidad de quienes dirigen las cosas públicas, formas de manipulación para encontrar, entre unos y otros, articulaciones y relaciones, que vulneran más el Estado. Esa forma de relación desarticula la institucionalidad y permea e invade el latrocinio que se esparce como el chikungunya y el zika.

Allá en Brasil la estructura de la corrupción se instaló en el 2003 con la llegada de Lula al Poder. Aquí, en el 2004, en el segundo periodo de Leonel Fernández. El Magistrado Gilmer Mendes arremetió contra el modelo “Cleptocracia” instalado en el Brasil. “Censuro la instalación   en el Ejecutivo   de un Sistema de corrupción desde hace 14 o 15 años, coincidiendo con la ascensión de Lula”. Se creó, dijo el Magistrado “un modelo de gobernación cleptocratica que no fuimos capaces de evitar”. La Cleptocracia es la degeneración de la democracia, vía la hipercorrupcion.

Petrobras-Odebrecht, constituiría el punto de inflexión de una corrupción, cimentada en una fuerte alianza entre el sector público y el privado. Un verdadero alineamiento, la construcción de una sinergia para desangrar a la sociedad brasileña. Aquí sabemos que existen ahora y existieron desde el 2004. En diversas modalidades: desde el Estado mismo, donde funcionarios drenan al Estado con la delincuencia política, y luego se convierten en empresarios con su propio nombre y con testaferros. También lo hacen en mancomunidad con el sector privado y reciben sobornos de estos al mismo tiempo.

Desgraciadamente, en Dominicana hay una ficción en los tres poderes del Estado. En la realidad no existe el Poder Legislativo ni mucho menos el Poder Judicial, marcadamente politizado; y, esto, donde no hay institucionalidad, expresa una sobredeterminación del Poder Ejecutivo sobre los demás. Los otros son meros instrumentos del Ejecutivo, sus agendas quedan subordinadas al primero. Una grotesca caricatura dibujan las sonrisas de dos poderes del Estado.

Hay una visibilidad permanente en el mundo del clic. Los sujetos, las condiciones, coadyuvarán a reflexiones que propiciarán transformaciones inexorables en nuestro tejido social. Los esfuerzos conducen a que esta Clase Política deje atrás el Síndrome de Tocqueville. Ellos no pueden seguir actuando como aquella paradoja del último vagón. Ocurrió, que se descubrió que la mayoría de los accidentes ferroviarios en un país se daban casi siempre en el último vagón. La decisión fue: quitar el último vagón.

Como nos diría Daniel Innerarity “Una sociedad no es democráticamente madura hasta que no deja de reverenciar a sus representantes y administra celosamente su confianza en ellos”. Es lo que explica lo que sucedió en Guatemala, en Panamá, en Costa Rica, en Chile con el hijo de Michelle Bachelet y ahora con Lula y Dilma. Esas sociedades están dulcificando y desmitificando el poder a través de la institucionalidad.