Alfonsina Storni, desde su primer libro (La inquietud del Rosal, 1916), hasta sus antisonetos (Mascarilla y Trébol, 1938), había creado una poética premonitoria de su muerte. Era una peregrina que deliberadamente buscaba el mar como refugio submarino.
Acariciaba la muerte con su aliento; se arremansaba en las olas para preparar su retorno con "sed divina". Su cuerpo no podía andar sobre la tierra, y sólo se detuvo en ella de tránsito hacia el sueño. El mar era la cara de su eternidad que acogió de manera voluntaria, y se sentó al borde de la sombra con la mirada desnuda, terriblemente fría, lúcida y coherente para reintegrarse al universo de su orden. Apoyada en el misterio se despidió del mundo con el destino cumplido.
Ya ella había dicho en 1918 en su libro El Dulce daño: "Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco", tendiendo a su lado la penumbra del círculo que se cerrará a la orilla del mundo, en otro mundo donde "hay una casa / de cristal" (De: “Yo en el fondo del mar").
Con los ojos asombrados ese círculo vuelve sobre ella, y reconoce hablándole en la subconsciencia, que su cuerpo es una sombra y que anduvo “en la vida preguntas haciendo, / muriendo de tedio, de tedio muriendo" (De “Luz”) como un "pájaro agreste" (De “Fiero amor”) en veinte siglos de terribles fardos" (De “Veinte siglos”).
El círculo se reposa en ella arrodillado. Bajo el arco del mundo levanta y aviva su tristeza. Exclama que adora el dolor y que "sobre la vida oscura la muerte resplandece" (De “Fiero Amor”).
Entonces, en la desnudez desnuda de la sensación que disipa, descubre el mar, el enorme vaso "azul que todo lo abisma" como "un banco de arena muerta", que "se mueve siempre".
Alfonsina Storni se define para la época en que publicó Ocre (1925) como la mujer que vive alerta. Y, ante el rostro del hombre que busca como "amo del mundo" un ideal femenino, y para quien la mujer es una fiesta, afirma: "No eres tú el que me engaña; quien me engaña es mi sueño (De “Engaño”).
"La mujer triste" -como ella misma se definió- que nació para el amor, cuyo corazón es un "trompo a siete colores", "bravo león", "flor helada y desnuda" habita el torbellino signo irreconciliable del agua y el fuego, la definición e indefinición del mar como principio de identidad, de paisaje verde de algas y azul de abismos.
La poeta descifra la escritura vegetal, desteje y teje su plena realidad, las cosas que la medran y los nombres que la multiplican aún en el vacio de la plenitud, en el fin provisionalmente definitivo, porque es enigmática y humana entre el movimiento y la inmovilidad, en el desequilibrio deseado que invita a desalojar las ramas, las piedras, los círculos sin centro, la luz, la caricia perdida, el divino amor, la queja, el ruego, la mirada, las palabras, el dolor, el sueño, con una profusión de ondulaciones, de espesuras convulsas que se alargan y avanzan hacia la muerte.
… Y, es junto al temblor del agua, bebiendo la luz y el silencio que Alfonsina escribe su destino, su propia muerte en el mar: "Mi cuello cruje/ Ya camino. / El agua no cede. / Mis hombros se abren en alas /….. Me aligero: la carne cae de mis huesos. /Ahora. / El mar sube por el canal de mis Vertebras. / Ahora. / El cielo rueda por el lecho de mis venas / Ahora. / ¡El sol! / ¡El sol! / Sus últimos hilos / me envuelven, / me impulsan: / Soy un huso: ¡Giro, giro, giro, giro!…”.
Ya había escrito en 1937, un poema en el cual alaba y aprueba el suicidio a Horacio Quiroga: "Bien por tu mano firme, gran Horacio… / ¿quién te acusa? / Mas pudre miedo, Horacio, que la muerte / que a las espaldas va".
Alfonsina, antes de partir a Mar de Plata en 1938, le expresa a la escritora Abella Caprile su deseo firme de morir en suicidio: "Sufro de una neurastenia tan espantosa que no si quitarme la vida".
El 16 de octubre de 1938 aparece publicado en La Nación su poema “Romancillo contable”, en el cual canta: "Para fin de septiembre, / cuando me vaya… / Pasando el río grande; / ésa que te ama / no muere… / verdea como las ramas. "
Alfonsina contempló el mar sin descanso desde diversos ángulos terrestres; se había despedido de la belleza y la pasión. Ya había figurado su muerte en el poema "Dolor”; no retrocedería ni un minuto, para en esa "tarde divina de octubre/ Pasear por la orilla lejana del mar".
El 22 de octubre envía su último poema a La Nación. Y en una carta a su hijo le dice: "(…) Suéñame que me hace falta. Te escribo tan solo para que veas que te quiero".
El 25 de octubre a la una de la madrugada se arroja al mar desde espigón de la playa La Perla. Su soneto póstumo "Voy a dormir", considerado uno de lo más trágicos y conmovedores de la lengua castellana, lo escribió tres días antes de morir, llegó a tiempo para salir al pie de su necrología en La Nación al día siguiente de su muerte.
Es un antisoneto de música asordinada con un pulso íntimamente femenino, de potencial evocativo, donde el cansancio sopla sus párpados, y sus labios de pasión ardiente y desmedida; en el gran "abismo que se mueve siempre" se abren en palabras esa noche blanda, leve y triste, porque el alma suya no podía soportar todo su peso.
Con felpas consoladoras fue a buscar en esa noche definitiva las manos de hierba, la nodriza fina: "tenme prestas las sábanas terrosas… /Voy a dormir… / Ponme una lámpara en la cabecera; / Déjame sola… /si él llama nuevamente… / le dices que no insista, que he salido… ".
La Storni: la mujer de sonrisa triste, la que se entregó sin reservas, la que al pie del Cristo reza: " -Señor, el hijo mío que no nazca mujer", la que detuvo en su boca a la luna y al "murciélago azul de la tristeza", la que cortó con sus dedos las estrellas con "fresca voz de musgo", la que en el beso de ayer hizo su viaje y vertió una lágrima cuadrada; la que "Quieta como el olvido, triste como la hiedra" sueña una primavera dulce que le enseñara a amar, la primavera misma que le ayudó a lograrlo.
La mujer que en la beatitud del cielo es una flor perdida y silenciosa, la que habrá de darle a su hombre la embriaguez que pide, la que no puede amar libremente al "hombre pequeñito" porque hay demasiado orgullo en ella para someterse, la que "bebe con los ojos la celeste belleza", la que siente "el vértigo feroz del movimiento" y huele las selvas, la que tiene el alma como el mar y la vida como una "cicatriz que siempre duele", la que teje en el aire la ilusión de besar, la que frente al espejo, es espejo de tormentas y pisa la fría pizarra del suelo, la que gusta del amor secreto hasta alcanzar la "sed divina", la que busca "algún amor que fuera/ La vida, toda la poesía", para quien "el arte de morir es cosa dura".
Alfonsina: la mujer para quien "la vida es una rueda" y “… al fin de cuentas, se mide por la muerte", la mujer grande que reposó el universo, que el amor consumió "como el fuego al estaño", la que en el lejano rumor del mundo, en la "esfera del polen lunar" busca un hombre en cuya llama quisiera deshacerse "el luminoso y fusco resplandor de dos únicos soles". La mujer de fiebre viva, de amor estéril, la que en un no-ser, que es más ser, prendida está aquí y está ausente.
La Storni anduvo en la alta noche del 25 de octubre con los ojos fríos y lentos buscando la casita de cristal, y abriendo los brazos se lanzó al mar con caritativa voluntad, cerrando el círculo que la acogió en la eternidad dejando la mascarilla definitiva y la orla del trébol" [1].
… Creo que las olas del mar recuperaron lo que, por ser tan grande, creyeron les pertenecía.
[1] Gómez Paz, Julieta. "Los antisonetos de Alfonsina Storni". Cuadernos Americanos (México), año 9, Vol. 51, No.3 (mayo-junio 1950), 224-232.