Una de esas ocurrencias surrealistas de Juan Freddy Armando concentró en su casa, bajo la excusa de celebrar el bicentenario de la muerte de Walt Whitman, a un selecto grupo de amigos y entre ellos algunos poetas. Hasta entonces yo nunca había tenido contacto con Alexis Gómez Rosa.

Esa noche había quedado con Juan Carlos Mieses para acudir con él y su esposa a la fiesta ya que ellos no conocían el lugar. Nada más cruzar la puerta encontramos a Mateo Morrison junto a Alexis y de inmediato sentimos el ambiente ligero y agradable que presidía la reunión. La sana y contagiosa risa de guacamayo del responsable de aquella velada se hacía sentir en cada rincón. La noche había comenzado de forma amable y siguió avanzando sosegada y tranquila. Cada persona se perdía en los corredores de una íntima conversación con quien se sentaba a su lado, hasta que en cierto momento se produjo ante mis ojos un instante mágico, que quedará para siempre registrado en mi memoria. Fue uno de esos episodios casi inenarrables en los que no es posible contar lo vivido por falta de palabras que expliquen los detalles más nimios de la escena.

Yo estaba sentado en ese instante cerca de la puerta junto a Juan Carlos. Era muy consciente de encontrarme entre importantes escritores de larga data y ansiaba ver como se desenvolvían, como se relacionaban entre sí bardos de tal categoría. Me sentía en cierta forma como un intruso, casi una mosca en medio de la leche y a la vez  deseaba presenciar una conversación entre todos ellos. Era para mí algo parecido a sentirme en lo alto del Everest.

La charla fue abierta y fácil a lo largo de toda la recepción. En ningún momento la sentí artificiosa por parte de ninguno de los contertulios. Juan Freddy hizo, llegado el momento, una amplia introducción de la vida de Witman y leyó algunos de sus poemas. Todos guardábamos un profundo y respetuoso silencio. Yo, en secreto, esperaba impaciente el momento en el que fluyera un intercambio de opiniones en torno a la poesía. Todo surgió tras una abierta provocación del anfitrión que invitó a dar su parecer al escritor de “Urbi et orbi” acerca de Witman. Éste recogió el guante y con su habitual estilo mesurado hizo una elegante y ponderada reflexión sobre el bardo norteamericano. A partir de ahí comenzó a ocurrir lo que yo esperaba. Alexis Gómez tomó como pie de amigo lo dicho por aquel y asistí con deleite a una breve cátedra sobre la poesía estadounidense. El ambiente distendido de la noche trajo a colación más tarde a Ezra Pound y Alexis, apoyado por la pasión y el conocimiento que de él tenía, nos ofreció una excelente panorámica desde una renovada y muy personal visión del poeta. Recuerdo cuando, en un instante haciendo gala sin la menor presunción por su parte, de una increíble capacidad para memorizar largos poemas, recitó:

Yo hago un pacto contigo, Walt Whitman
te he detestado lo suficiente.
Vengo a ti como un niño crecido
que ha tenido a un padre con cabeza de cerdo;
yo estoy suficientemente viejo ahora para hacer amigos.
Era que tú habías roto la nueva madera,
ahora es un tiempo para esculpir.
Nosotros tenemos una savia y una raíz
Permitámosles que haya comercio entre nosotros.

 

Fue una escena memorable. Habría sido necesario estar presente para sentirse en mi piel  y poder comprender la emoción de lo que cuento. La noche fue del todo perfecta e impagables los momentos vividos. Un poco más tarde me acerqué, con cierta timidez y desde el mayor respeto, a Alexis y le regalé uno de mis libros. Pasados algunos días Juan Freddy me dijo que mi ejemplar había quedado olvidado en su casa y que en cualquier momento iríamos los dos a entregárselo y así lo hicimos. Es imposible cruzar el ancho mar de mi amigo sin una nota jocosa. Aprovechamos una de esas noches bohemias y fuimos a llevárselo a su casa. Juan con esas salidas imprevisibles e hilarantes que solo él tiene le dijo —Alexis aquí te traemos el libro de David que olvidaste en mi casa borracho. Tú sabes que los viejos no pueden beber tanto. Alexis se echó a reír y como quien sale de una situación un tanto embarazosa ante mí por su despiste, dijo — Las cosas tuyas Juan Freddy. David va a pensar que no me interesa su libro. Después de ese día nos volvimos a encontrar en dos o tres ocasiones. Él iba casi siempre acompañado del poeta Mateo Morrison. Nos detuvimos siempre en esos casos e intercambiamos amables palabras. Lo que nunca pude llegar a pensar fue que la Parca rondaba sigilosa entre nosotros. Ella había elegido a quien llevarse entre sus alas. Nadie hubiera podido imaginar que el poeta de Oficio de post-muerte fuera su elegido.