Se fue mi cuñado, Alejandro González Pons. Hace unos días, al enterarse de su repentino deterioro de salud, mi hija comentó: “mi tío es una persona encantadora”. Como todo ser humano Alejandro tenía muchas facetas, pero es de esta persona encantadora que quisiera hablar. Era una persona jovial, que siempre tenía una palabra especial, cariñosa, adecuada, para cada uno de su numerosos sobrinos, familiares y amigos.

Nació en el seno del clan González Pons, que formaron en Barahona Don Raúl y Doña Catalina, procreando una familia de 9 hermanos y hermanas, unidos por fuertes lazos y valores familiares. Pasó su infancia en varias provincias del país en las que Don Raúl fue gobernador en la Era de Trujillo.

Superada la tiranía, se distanció de su familia por sus ideas y sensibilidad de izquierda y sus anhelos de cambio social. Desde este punto de vista fue un hijo un tanto rebelde.

Lo conocí justamente en esos años -en los setenta- cuando, recién casado, se instaló con su esposa Sulamita en París, luego de tribulaciones propias de la época.

Tenía una beca para ampliar los estudios que había realizado en la Universidad Complutense de Madrid en los años sesenta, donde se había graduado en ciencias políticas y diplomacia. En Francia hizo un post grado en relaciones económicas internacionales en el Instituto de Estudios para el Desarrollo Económico y Social (IEDES).

A su regreso al país impartió docencia en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y luego en INTEC, donde fue decano de la Facultad de Ciencias Sociales, sembrando el pensamiento crítico y el rigor en sus estudiantes.

Fue sucesivamente un militante de los Comités Revolucionarios Camilo Torres (CORECATO), del Partido Socialista (PS), y del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), donde siempre se destacó por la calidad y la pertinencia de sus aportes.

El presidente Leonel Fernández acertó cuando le dio la oportunidad de pasar a formar parte del cuerpo diplomático para representar a la República Dominicana, primero como embajador en Chile y luego en España, Bélgica y la Unión Europea, y México.

El embajador González Pons desarrolló una larga y fructífera carrera en el servicio exterior. Era un diplomático como los hay pocos en nuestro país, gracias a su formación académica y a sus intrínsecas cualidades para este trabajo. Siempre se regía según el librito y sabía cual era su lugar en cualquier situación.

Se entregó en cuerpo y alma a esta labor que estaba hecha a su medida y en la que se esmeró para dar lo mejor. Era exigente consigo mismo y con los demás, meticuloso, extremadamente precavido, celoso de poner siempre en alto y defender los intereses de la República Dominicana en todos los foros.

Era un hombre de fuertes convicciones y seguro de sí. Celoso defensor de la nacionalidad dominicana con relación a nuestro país vecino, siempre estuvo abierto al diálogo, como lo reconocían quienes asumían posiciones diferentes a las suyas.

Trataba sus amigos y colegas diplomáticos como príncipes e hizo amistades entrañables en muchos países del mundo, como lo demuestran los mensajes que de todas partes están llegando a su familia.

Le gustaba compartir con sus pares y sus amigos. No despreciaba un buen vino, una buena comida y un buen puro, pero supo ser medido en estos aspectos y el éxito nunca le subió a la cabeza.

Inspiraba respeto, tanto por su aplomo como por su testarudez. Tanto sus alumnos como sus colaboradores aprendieron mucho de su rectitud, de sus principios y valores. No dejaba a nadie indiferente. Despreciaba más que todo lo que llamaba el BAM: bulto, allante y movimiento, tan común en nuestro medio.

Fue un hombre generoso y un padre y abuelo amoroso. Un maestro que se preocupaba por el futuro y la formación de sus nietos, de sus sobrinos y de la juventud en sentido general. Se esmeró en forjar en sus nietos recuerdos inolvidables y asegurarse que recibieran la mejor educación. Fue un hermano para sus cuñados y cuñadas puertoplateños y un yerno ejemplar. Este es el “encantador tío Alejandro” que queremos guardar en nuestra memoria.