Ingresé a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) en el año del 1969, con la matrícula 69-3786 y aunque las pruebas psicológicas tomadas en el Departamento de Orientación de la Universidad indicaban que mi perfil era para estudiar Arquitectura o Sociología (de lo que no tenía la menor duda), mi interés, sin embargo, era estudiar Psicología. Y así lo hice.
Dos cosas me animaron desde un principio cuando inicié dichos estudios: el grupo de compañeros con quien iniciaba la carrera: Josefina Zaiter, Doris Melo, Yolanda Salazar, Manuel Karam, Clara Benedicto, Manuel Ben, entre otros, todos con un gran interés por la psicología y, a la verdad, una gran oportunidad para compartir ideas y aprender mucho; lo segundo, los maestros con quienes contábamos: Tirso Mejía Ricart, Josefina Padilla, Luis Emilio Montalvo, Peña Vasallo, Patín Veloz, José Joaquín Puello, Gladys Santana, María Teresa Quidiello, Leonte Brea, Miguel Escala… entre otros, y, por supuesto, Enerio Rodríguez Arias.
Con él cursé varias asignaturas, entre ellas, Psicología Contemporánea, Psicología Cognitiva y Metodología de la Investigación Psicológica I y II. Entonces hice equipo con Yolanda Salazar y Manuel Karam, quienes nos reuníamos a estudiar juntos, compartiendo notas y dividiéndonos la toma de notas de cátedras, para posteriormente hacer resúmenes por profesores. En varias ocasiones lo hice con las de Enerio, en que cada clase era una “conferencia magistral”. Compleja en su exposición, al mismo tiempo que muy bien estructurada, fundamentada y de un nivel envidiable y exquisito. No dejaba nada a la improvisación. Su paseo de un lado a otro del curso, todos lo seguíamos atentos, como una especie de ritual. Iniciaban como terminaban, al punto. Nos provocaba con sus preguntas, sus comentarios. Nos cautivaba con el dominio y profundidad conceptual de las ideas expuestas. Por supuesto, al concluir cada clase, algunos nos acercábamos para continuar llenando inquietudes, que hacíamos en forma de preguntas o comentarios a la clase impartida. En ocasiones sonreía, quizás por la “ingenuidad” de nuestros comentarios o, tal vez, por la sorpresa que podían ocasionarle. Sus exámenes, incluso, se constituían en un ejercicio reflexivo y de una profunda comprensión lectora.
Aunque mi pasión por la lectura la tenía desde hacía mucho tiempo, pues el ambiente familiar así lo era, esa pasión se creció con las clases y las conversaciones con el profesor Enerio. Él fue un guía, un provocador en todo el sentido intelectual del término, un encantador de libros -si se pudiera acuñar el término-, un maestro que dejaba tiempos para que el alumno se acercara a abrevar de sus conocimientos. Ante las dudas y el deseo de continuar aprendiendo, siempre había el título del libro que recomendaba o que, en ocasiones, ponía en tus manos.
Cuando las circunstancias lo requerían y, sobre todo, si se trataba de cuestiones académicas, él se prestaba a acompañar y servir. Fue mi experiencia cuando un amigo y hermano, que estudiaba Psicología en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, necesitaba que su tesis de grado fuera leída por una persona experta en metodología experimental y procesos cognoscitivos. Le propuse a Enerio y él se sorprendió, y hasta dudó si él tendría la disposición y el tiempo para hacerlo. No era su alumno. Fuimos, hablamos y sencillamente tomó todo su fin de semana para entregarnos al término de este, una revisión exhaustiva del texto, no sin antes reconocer el valor científico que aquel trabajo tenía. La tesis era sobre los cambios de conceptos en niños.
Así era y sigue siendo el profesor Enerio. Un maestro que nos enseñó la importancia y el valor del conocimiento compartido. La necesidad de escudriñar, hasta donde fuera posible, con tal de despejar dudas o, en su defecto, generar nuevas preguntas. Con él aprendí a amar la ciencia y la profesión en que me estaba embarcando. A ser muy cauto, cuando se trataba de emitir opinión sobre algún tema de la psicología sobre el cual no tuviera conocimientos bien fundados. He eludido invitaciones a programas de entrevistas guiado por ese principio: de lo que no sé guardo silencio, el cual me parece justo y atinado, además de ético. En muchas ocasiones nos decía: “la ignorancia es atrevida, no lo olviden”.
Pude aprender que no se trata solo de ponernos de acuerdo sobre un tema, sobre todo si las dudas permanecen desde uno u otro ámbito. Me enseñó a valorar la duda, como principio fundamental del conocimiento. La Estructura de las revoluciones científicas de Thómas S. Kuhn, publicado entonces por la editora Fondo de Cultura Económica, fue una lectura obligada y siempre ponderada por él. Como Kuhn, muchos otros autores y textos complementaban y profundizaban nuestra formación profesional.
Cuando tuve que trabajar en la tesis de licenciatura, eligiéndolo a él como “padrino” o “mentor”, no dudo. Fue un proceso reflexivo serio y profundo, arduo diría, pues me hacía saber con mucha claridad mis falencias conceptuales, respetando lo que pudieran ser “puntos de vistas distintos”. Fue un examen público, cuyo jurado fue presidido por el propio profesor Enerio, y acompañado, por su invitación, del profesor Jesús Tellerías (sociólogo) y el profesor Miguel Escala, psicólogo. Dos horas de un debate reflexivo que me dejó muchas enseñanzas, principalmente, la de tener muy bien sustentadas las ideas a exponer y escuchar profundamente y en actitud de aprender, los comentarios críticos que lógicamente un tema como el que elegí, “Conductismo y Dependencia en la República Dominicana”, podía suscitar. Fui evaluado con altas calificaciones.
Tuve la oportunidad de transcribir su tesis doctoral en filosofía, La herencia olvidada: el impacto de Immanuel Kant en el nacimiento de la psicología científica. Un ejemplar de ese extraordinario trabajo reposa entre mis libros de consulta continua. Y otra oportunidad que nunca agradecí suficiente, fue la de presentar su ponencia “Antecedentes de la Psicología en la República Dominicana”, en el marco del XXV Congreso Latinoamericano de Psicología que se celebró en Puerto Rico en el año 1995. Su libro, Dissetationes Aenerianae: Disertaciones de Enerio sobre temas diversos, que nos conduce magistralmente sobre temas tan variados, como él mismo dice, de la historia de la psicología, sobre cuestiones metodológicas y estadísticas aplicadas a la psicología, como también sobre cuestiones epistemológicas y filosofía de la ciencia, lo tengo y guardo con mucho celos y no menos orgullo, por su propia dedicatoria a mi persona: “En testimonio de amistad y respeto intelectual: con la esperanza de que haya algo de su interés en un libro de contenido tan heterogéneo”. El profesor Enerio, aún fuera del espacio del aula, ha sido y sigue siendo mi maestro. No, necesariamente, por el contenido de las ideas, sino por la actitud con que ésta es sustentada y expuesta.
Un hecho que no olvido fue cuando me llamó para que concursara en el Departamento de Psicología de la UASD para la asignatura Psicología Contemporánea, que él impartía desde siempre, y que por razones personales tendría que sacarla de sus asignaciones docentes. Entre la sorpresa y el agrado, por supuesto, así lo hice. Ya era profesor del departamento entonces, viajando todos los fines de semana al Centro Universitario Regional del Este (CURE), donde impartía Introducción a la Psicología a estudiantes de varias carreras. No puedo negarlo, fue un gran reto. En los primeros semestres, grabé mi propia clase, para escucharla y darme cuenta yo mismo de lo que estaba planteando a los estudiantes. Dejé las clases de Introducción y me dediqué a esta asignatura que impartí en la UASD hasta el 2014, cuando fui jubilado, y que sigo impartiendo en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) desde hace ya muchos años.
Como ocurren las cosas en la vida, sobre todo cuando se tienen oportunidades sin igual, fui testigo de un encuentro del cual no quedó más que la evidencia de los recuerdos de quienes estábamos ahí: el profesor Enerio y Lidia su esposa, así como José Cruz, fundador de la escuela de psicología de la UNPHU, y yo. José Cruz, me había solicitado organizar un encuentro con el profesor, aprovechando su estadía en Santo Domingo luego de su participación en la 1ra. Jornada de Conocimiento Psicológico organizada por CEPSI-INTEC y en la cual los tres habíamos sido expositores. Por supuesto y como era de esperar, aceptó de muy buen agrado. Nos reunimos en la casa del profesor Enerio, compartimos y reímos hasta más no poder. Joseito (nombre con que los amigos le llamábamos, fallecido hace poco), al final agradeció la oportunidad de que ambos, profesionales de la psicología y responsables de las dos primeras escuelas de psicología en el país, pudieran sentarse a conversar, zanjar ideas y actitudes, y reconocer que al final de cuentas un mismo deseo y proyecto les guiaba, promover la profesión y la ciencia de la psicología en nuestro país. Desde entonces, además, aprendí a degustar un “Manischewitz” brindado por el profesor en un ambiente de mucha cordialidad y profunda amistad en su hogar. Años antes, ambos llegaron a protagonizar un debate público en la Biblioteca Nacional acerca de la psicología conductista y la psicología humanista.
Enerio Rodríguez Arias fue y sigue siendo mi profesor y maestro. Una persona a quien admiro junto a su esposa Lidia. Estuve presente en la primera línea, cuando la tragedia vino a su casa. Le tengo y guardo un profundo respeto y admiración desde siempre. Quizás por cuestiones del destino, aunque también por la impronta silenciosa de una extraordinaria amiga y compañera de estudios psicológicos de siempre, Josefina Zaiter, muy pronto saldrá su biografía, que escribí para la Enciclopedia Biográfica Palgrave de Psicología en América Latina, por su contribución al desarrollo de la psicología y de la formación de profesionales de la psicología.
Hago público esta historia como agradecimiento profundo, en primer lugar, al profesor Enerio Rodríguez Arias por sus afanes de hacernos amantes y profesionales respetuosos de la ciencia psicológica y, en segundo lugar, al amigo que, hasta cierto punto, es responsable de que aún valore y me dedique con mucha pasión a la investigación psicosocial, a la divulgación del pensamiento psicológico y, sobre todo, a la formación de profesionales de la psicología en el país, que por 31 años lo hiciera en la UASD, mi Alma Mater, y que por más de 35 años lo sigo haciendo en el INTEC, mi segunda Alma Mater.
En agradecimiento al profesor Enerio, con todo mi respeto y admiración.