Ni soy historiador ni estratega militar, mucho menos experto en tácticas políticas, pero algo conozco de esos perennes rejuegos del “quítate tu pa’ ponerme yo”. Por eso, terminado el quinto mes del gobierno de Luis Abinader, me preocupa que las autoridades actuales pudieran minimizar la capacidad de daño de la oposición, y pospongan el encartamiento de sus líderes principales.
Sir John Keegan, historiador militar británico, en su “Historia de las retiradas”, hace un recuento pormenorizado de retiradas fingidas durante célebres batallas; retiradas que luego resultaron en victorias finales. Engañar al ganador fingiendo huir, para luego propinarle una derrota por sorpresa, es antigua y eficaz estrategia.
Evitando ser víctimas de esa maniobra, aquellos generales que resultan victoriosos rara vez son piadosos con los perdedores. “No lo dejéis, no lo dejéis, caedle atrás al enemigo”, aconsejaban comandantes imperiales chinos.
Inquieta imaginar que el actual gobierno pueda olvidarse de la perversidad e inteligencia de quienes antes ocupaban el palacio. Que puedan despreciar el poder que todavía tienen. Sería una imperdonable negligencia.
Acomodados en una merecida aceptación pública, parecería como si el gobierno facilitara una recomposición de fuerzas al danilismo, ahora en aparente retirada. Es una percepción compartida que no debe seguir creciendo.
No hay duda al respecto: el liderazgo, el poder económico, el aparato de comunicación, y la capacidad táctica del danilismo siguen intactos. La fortuna acumulada por ese grupo criminal es magnífica. La mayoría de sus jefes andan sueltos y a sus anchas. La inescrupulosa y delictiva consultoría brasileña – esa que diseñó el regreso de Quirino y las coimas de Odebrecht – sigue trabajando para ellos. Pasado el miedo de los primeros tres meses, esa gente comienza a tomar confianza.
El presidente Abinader – quien ganó su lugar en la historia independizando el poder judicial – quizás concentrado en amainar el daño de la presente crisis, haya tenido que dejar de insistir con sus altos cargos para que desvelen y sometan los delitos de antiguos funcionarios. ¿O acaso sus órdenes sobre la corrupción pierden importancia por el agobio del trabajo? El país espera que ni la desidia ni el temor sean causas del retraso.
Si existen investigaciones sobre probables delitos fiscales, cometidos por esos millonarios nacidos al amparo del PLD, nadie lo sabe. ¿Es que acaso todos pagaron sus impuestos? Nadie cree que lo hicieron.
Inquieta que todavía se desconozcan detalles de las rapacerías que pudieron perpetrarse desde palacio por Danilo Medina o cualquier otro presidente. En la permanente sospecha del dominicano, se piensa en conspiraciones de silencio. No puede dudarse del propósito presidencial contra la impunidad; es su base de sustentación popular y una sincera promesa. Pero tampoco pueden atizar razones para que la gente dude.
Dentro de lo que la conocida escritora Ylonka Nacidit (“A propósito de Luis Abinader, reflexiones que compartí con el Dr. Joaquín Balaguer sobre “el poder”) llama “polilla palaciega”, existen personajes que promueven mano suave y favorecen posposiciones. Hay muchos negocios, chanchullos, dinero y deslealtades, entre esas “polillas” del presente. Muchas mantienen amistades con el pasado.
Puede que el PLD esté en crisis, pero el comando de mercenarios que saqueó este país por dos décadas tiene pocos soldados heridos. La oficialidad sigue intacta. Tienen hombres y armas abundancia para el contraataque.
El público siente que todo se deja en manos de la procuraduría General de la República, que el resto del gobierno muestra poco entusiasmo en desmantelar a un opositor que sigue “vivito y coleando”, recomponiéndose y fingiendo retirada.
Sin perder más tiempo, debe ordenarse la “tierra arrasada”. No caben miramientos ni contemplaciones con ellos, son tiburones que se devuelven y devoran. Si queda uno, quedan demasiados. Esa banda de poderosos forajidos debe llevarse urgentemente al paredón judicial.