Quiero comenzar este artículo rememorando dos situaciones anecdóticas vividas hace mucho tiempo. Décadas atrás, recuerdo haber participado en un foro en el que se discutían los problemas de América Latina, en uno de cuyos paneles participaban conjuntamente, entre otros, un delegado de la asociación de economistas de Venezuela y de nuestro país el siempre bien recordado Padre Alemán.
Hablando primero el venezolano, enumerando los grandes problemas de su país, comenzando por las limitaciones presupuestarias para afrontar las mil carencias sociales y desequilibrios macroeconómicos, concluyó diciendo que ello sólo tendría solución si el petróleo se llegara a cotizar a 200 dólares.
Más adelante le tocó hablar al Padre Alemán quien, con su buen sentido del humor, hizo lo propio sobre los problemas dominicanos, concluyendo que sólo tendrían solución si el petróleo se ponía a dos dólares. Por aquel entonces, el precio probablemente rondaba los 20 o los 25 dólares, que constituían para nuestro país un terrible dolor de cabeza.
La otra anécdota es más reciente y concierne también a otro venezolano residente en nuestro país, al cual, por su trabajo, le había tocado vivir en distintos países. Me decía que el precio del petróleo es noticia de interés y análisis en todas partes, pero que sólo conocía dos países para los cuales dicha noticia era una cuestión de vida o muerte: Venezuela y la República Dominicana.
En Venezuela, por su enorme dependencia fiscal y macroeconómica respecto a ese producto, y la República Dominicana “exactamente por lo mismo pero todo lo contrario” como diría un humorista.
Aunque en tiempos recientes nuestro país ha diversificado algo las fuentes para satisfacer sus requerimientos para electricidad y transporte, hasta hace poco era prácticamente el único país de América Latina (excluyendo las islas del Caribe) que tenía la doble condición de que casi toda su necesidad energética se satisfacía con petróleo, y todo su petróleo era importado. Ya no lo es en tan gran magnitud, pero sigue siendo asunto de vida o muerte.
Por eso me sorprende tanto que ahora, con una tendencia del indicado producto a la baja, en vez de alivio mucha gente manifiesta preocupación. ¿Quiere decir que el país saldría perdiendo si el barril bajara a dos dólares como quería el Padre Alemán? ¿Y si nos lo regalaran?
Que Venezuela esté dispuesta a financiarnos a muy bajo costo una elevada porción de nuestras necesidades cuando el precio está alto constituye, desde la perspectiva estrictamente dominicana, una gran ventaja y motivo de agradecimiento, pero ¿no sería mayor si nos lo vendiera barato? Es verdad que el financiamiento de Petrocaribe cubre una parte del déficit presupuestario pero ¿no sería mejor si el déficit no existiera?
También es cierto que una parte del impuesto selectivo a los combustibles está diseñado bajo la modalidad ad valorem, en que a menor precio corresponde menor recaudación. Pero no es tan grande. Además, atendiendo a las necesidades del país, al que junto al interés fiscal le conviene desalentar el consumo de gasolina y gasoil, se puede cambiar temporalmente el diseño impositivo para corregir el efecto.
Esto tendría que hacerse por ley y cuidando la racionalidad, pues no olvidemos que antes de tener el actual diseño, cuando el impuesto operaba como un diferencial de precios, su impacto en la inestabilidad fiscal era peor que ahora, con el agravante de que al subir el precio internacional, toda la culpa por los ajustes internos se atribuía al gobierno de turno, había huelgas, represión y muerte, lo cual se corrigió con la ley, traducida al lenguaje publicitario con la expresión “cuando sube sube, y cuando baja baja”.
Por otro lado, desde la perspectiva estrictamente fiscal los menores ingresos se compensarían por menores costos, fundamentalmente por vía del subsidio eléctrico. Claro está que el gobierno puede aprovechar la oportunidad para corregir una serie de distorsiones que persisten en contra del fisco, tales como las exoneraciones a los combustibles utilizados por determinadas empresas o sectores.
Y poniendo a un lado la contabilidad presupuestaria, las ganancias de República Dominicana son enormes en los otros ámbitos: inflación, balanza de pagos, costos de producción y competitividad, empleo, salario real, etc. De modo que al final, lo siento mucho por nuestros hermanos venezolanos que tan condescendientes han sido con nosotros, pero desde la perspectiva nacional dominicana, lo ideal sería que el petróleo bajara a dos dólares, como quería el Padre Alemán.