(la tarde se había perdido. la ciudad estaba en la tarde bajo un árbol de ojos buenos. se oponía a la distancia. Mentía con soberbia porque esperaba).
la tarde era un escenario perfecto para correr hacia tus brazos. a aquella sonrisa que se ensancha en la calle. no era tarde aún para buscar una sorpresa. para formar un tejido en torno a la vida, que primero, humedeciera las inusuales líneas del vértigo de la espera.
la tarde, justo al llegar el crepúsculo, era un conglomerado de preguntas. un llamado a elegir los castaños de tu rostro.
tal vez tu figura se inventa en la contemplación, en los pasos que combaten los ladrillos, las esquinas, las luces diurnas que consagran mi especial atención a tu llegada, y, es entonces cuando los arcos del cielo reciben, al menos, mi gratitud, mi ímpetu ahogado porque ser valiente es enlazarse de manera continua, es lanzar destellos a la extraña fuente del amor.
no sé si se nace en cada mirada, si la emoción es sólo un sobresalto, una irreflexiva y perfecta forma de asumir el cautiverio; el cautiverio abrumador que me confunde con signos de plegaria y oración.
no sé si una hora es bastante para honrar al amor o a lo que tú quieras reverenciar como afecto.
yo sí puedo decirte que he consagrado mi lealtad a tu mirada. a la sencilla felicidad que se construye en el banco de una calle sin adornos, sin semejanza con otro espacio que no fuera la libertad.
ahora, respiro del aire lo que no puedo atrapar de ti: nostalgia y alegría, silencios y palabras; un torbellino plural de alertarnos bajo la noche, de aproximarnos por siglos con frecuencia, con un fuego soportado, antiguo, escrito en la curiosidad, en un torneo de pasión, cerca de una guarnición de árboles y aves silvestres.
…en fin, echar las velas por el amor es recorrer el bello azul del horizonte, es justificarnos en aquel sentimiento que florece, es demorar profundamente las almas en integrarse al cosmos, porque se respira, se insiste en respirar, en tomar aire… para correr sin miedo, y resurgir de nuevo en la eternidad.