(*) Contigo le envío un abrazo a Don Rafa

Rafelo, querido amigo, querido hermano.  Todavía no me acostumbro a la idea de que partiste.

Me resisto a aceptar que estás en la lista de tantos dominicanos y dominicanas que nos está arrebatando el dengue.

No te niego que de momento en momento siento una mezcla de rabia, impotencia y profundo pesar. Pero me he prometido sólo recordarte como el ser humano bondadoso, solidario y sano, con alma de niño.

Cuando la tristeza quiera abatirme, echaré mano de uno de tantos momentos felices que compartimos. Escucharé contigo a Atahualpa Yupanqui, a Joan  Manuel Serrat y a José Luis Perales (que tanto te gustaba). O leeremos unas páginas de El Templo de la Idea.

Hermano, aprovechando tu viaje, quiero pedirte un favor especial. Que le des un abrazo con todo mi cariño a tu padre, nuestro querido Don Rafa.

Cuéntale que aquí todo ha seguido empeorando. Que sus sueños, sus ideales de que nuestra sociedad fuera más justa todavía no se materializan, y en gran medida es una meta que se aleja.

Al mismo tiempo hazle saber que la familia que construyó honra su nombre y sus enseñanzas. Son hijos y nietos tan laboriosos, honrados, solidarios y amorosos como sus padres.

Pero volviendo a ti, querido hermano Rafelo, entre la tristeza por tu viaje y la alegría por todo lo vivido, a ratos no quiero creer que es verdad que te has ido. Entonces la realidad me golpea con toda su crudeza, y no me cuesta más que resignarme a que ya no estás.

Y pensar que siempre te sentiste como un extraño en este mundo saturado de injusticia y egoísmo. Recuerdo tantas y tantas veces que lo decías.

Tal vez en alguien como tú pensó el poeta cuando escribió:

"¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla! Esta tierra nos hastía!" (Charles Baudelaire).

Un abrazo querido Rafelo, y hasta la vista.