Pocas cosas causan tanta impotencia como sentirse violentada y creer que no haya mucho que se pueda hacer. Es el sentimiento que en mejor medida expresa la situación de nosotras las mujeres dominicanas en nuestra relación con el Estado, al margen de las otras agresiones que podamos experimentar en las relaciones privadas de afecto.

Así lo sostengo, entre otras cosas, por el suplicio del que hemos sido víctimas y testigos desde hace ya más de 3 años con la discusión y aprobación del Código Penal. La lucha por la despenalización del aborto en las 3 causales, que no es solo a lo que debe aspirarse si se valora la autodeterminación personal, nos ha colocado en la opinión pública a quienes sí defendemos la vida y la dignidad (y que además hablamos con base en lo comprobable) como burdxs criminales, y a las mujeres en sentido general como simples instrumentos para fines que en nada tienen que ver con nuestro bienestar físico y/o emocional.

Demás está decir que ninguna mujer, salvo casos excepcionales de locura, desea practicarse abortos a diestra y siniestra, sino que, debido a situaciones muy particulares y que nunca son las mismas, es una decisión que debe ser tomada. Algunas llevan la gran ventaja de contar con los medios económicos para llevar a término el embarazo en las condiciones más óptimas que garanticen su integridad física, sin embargo, las demás no lo tienen tan fácil y pagan con sus vidas: el aborto inseguro es una de las principales causas de muerte materna en el país.

No continuaremos bajo los dictados misóginos de la mayoría de los hombres que ostentan el Poder, quienes redactan estas leyes, pactan entre bastidores y dominan el discurso público. Las vidas de nosotras están muy por encima

Al momento de escribir estas líneas la ley vigente castiga el aborto en toda circunstancia. Es una ley injusta porque también es un asunto de clase (la clandestinidad aumenta los costos y seguirán siendo las de menos recursos las más afectadas por la situación clara de desventaja). Pero, a su vez, porque carecemos de acceso masivo a métodos anticonceptivos eficaces y gratuitos. Porque no todas recibimos una educación sexual científica que nos permita tomar decisiones acertadas respecto del ejercicio de la sexualidad que nos es innata. Porque el incesto y la violación son delitos normalizados que quedan la mayor de las veces impunes.

Entonces, cuando una ley es injusta, tan injusta que nos puede costar la vida, solo queda la desobediencia civil. Un grupo de mujeres ha decidido no esperar al Congreso y actuar de forma organizada en defensa de todas aquellas que necesiten interrumpir un embarazo y no sepan qué hacer ni dónde acudir. Tal y como hemos resistido tantas veces a lo largo de la Historia en muchos escenarios, 28 Lunas RD es ese baladro de resistencia local frente al fundamentalismo que nos somete y violenta.

No continuaremos bajo los dictados misóginos de la mayoría de los hombres que ostentan el Poder, quienes redactan estas leyes, pactan entre bastidores y dominan el discurso público. Las vidas de nosotras están muy por encima.

Yo, irremediablemente, me declaro en apoyo irrestricto a este admirable acto de desobediencia civil.