Desde hace años en la frontera sur de Estados Unidos existe un gran movimiento de personas procedentes de Centroamérica. Incluso hay adultos que ponen en peligro la vida de niños y niñas con la finalidad de reunificarlos con algún familiar y poder darles “un mejor futuro”.

Las personas de estos países esperan a que las condiciones del clima sean favorables para llegar a México, país que considera la ruta directa para alcanzar su objetivo y colocar a esos infantes en la peor aventura de sus vidas a tan corta edad.

En la actualidad se habla de crisis migratoria, ya que permanecen varados cientos de menores que esperan en la frontera, en el lado mexicano, para poder encontrar la “libertad” en suelo de EE.UU.

Tal vez para comprender este acto de sobrevivencia o irresponsabilidad es necesario estar en los zapatos de cada padre que decide exponer a un menor de edad a los peligros del desierto: desde “coyotes”, traficantes que se especializan en el tráfico de personas, abuso sexual, trabajo forzado para los carteles de las drogas o, en el peor de los casos, la muerte.

Buscar un responsable y hasta someter a los padres de los menores tal vez no seá suficiente. Hace falta más que un viaje por parte de la vicepresidenta de esta nación Kamala Harris

Las razones por las que las familias deciden someter a sus hijos a esta atrocidad son históricas. Tanto, que hasta el mismo presidente Biden reconoció que “Estados Unidos es parte del problema”. Según informe de 2016 del Instituto de Política Migratoria “el deseo de reunificación sigue siendo fuerte”. Los motivos de cada nación son diversos, pero existe un hilo conductor que caracteriza a las naciones centroamericanas a huir de las pandillas, del crimen organizado, la precariedad económica, la pobreza, la violencia intrafamiliar y la inestabilidad política.

Este caldo de cultivo tiene un origen común: Estados Unidos, desde el siglo XIX llevó a cabo intervenciones militares en Latinaomérica, en los países que despectivamente llama “repúblicas bananeras”. Todo en nombre de la protección de sus intereses. En gran medida esta política de imposiciones es responsable de la precariedad económica e inestabilidad política existente en la región.

Desde antes de la guerra entre EE.UU y España, de 1898, ya la zona representaba una fuente interminable de riquezas apetecibles para la voraz hambre “yanqui”.  Pero sin importar el contexto histórico o la desesperanza que impera en el triangulo (Honduras, El Salvador, Guatemala), no se justifica que los padres sometan a sus hijos a este acto de irresponsabilidad; para una persona con el mínimo de raciocinio es un abuso contra esos niños.

Desgarra ver la gran cantidad de infantes no acompañados, solo con una dirección, un nombre y un número telefónico de quien se supone se encargará de esos niños, si es que la suerte les acompaña.

Este proceder de los adultos viola los Derechos de la Niñez. De hecho, en la actualidad se analiza si se puede demandar a los padres por violar el artículo 11, párrafo 1 y 2 de la citada ley internacional “Los Estados partes adoptarán medidas para luchar contra los traslados ilícitos de niños al extranjero y la retención ilícita de niños en el extranjero”, dispone esta legislación.

Buscar un responsable y hasta someter a los padres de los menores tal vez no seá suficiente. Hace falta más que un viaje por parte de la vicepresidenta de esta nación Kamala Harris para tratar de “resolver” el problema; hace falta más que una reforma migratoria.

Y, sobre todo, no puede ser justificada la irresponsabilidad de los padres, por más que se argumente de la situación difícil que viven en sus países de origen.