La vida es lo radicalmente desordenado, incoherente, ilógico. Todo nuestro esfuerzo radica en tratar de introducir un mínimo de orden dentro del caos original.

2

Cada nuevo año aquel amigo se prometía a sí mismo cambiar de vida, enmendarse, ser un hombre nuevo. “Vas a ver, este año voy a cambiar, seré mejor, te lo prometo”, me repetía vehemente. Pero siempre volvía a su vieja manera de vivir y de pensar. Permanecía enteramente fiel a sus yerros y desatinos. Y así durante años. Hasta que un día dejó de creer en sus propias promesas. El ser humano cambia más bien poco.

3

Si no se escribe para cambiar la vida, la sociedad y el mundo, entonces se escribe por puro goce, por placer, por el mero placer de escribir. Se afirma, con razón, que la escritura nace de un fondo de angustia. Se olvida, con frecuencia, que también nace del goce.

4

El mundo te perdona cualquier cosa, incluso que seas infiel a tu mujer. Lo que no te perdona es que tengas una amante fea. Botón de muestra real: príncipe Carlos de Inglaterra. Ergo, la infidelidad es también una cuestión estética.

5

Todos queremos explicar lo que una y otra vez se niega a ser explicado, lo que rehúsa todo intento de explicación. Todos tenemos la ilusión de entender la vida y el mundo. Empezar a entender es acercarse al abismo. Haber entendido es ya abismarse en el vacío. Vacío abismo de la Nada.

6

La experiencia metafísica es experiencia de lo absoluto. Absoluto que sólo puede ser alcanzado en el instante. Los puntos extremos marcan nuestros límites. La Nada es uno de ellos; el otro es Dios. Dios surge en el límite de nuestro horizonte, en ese punto extremo opuesto a la Nada.

7

Aún no se ha comprendido bastante bien. El lado positivo, verdaderamente “revolucionario” del nihilismo y del escepticismo contemporáneos es su continua revisión de los valores, las verdades y las certezas. Pues es preciso revisar continuamente los valores dados. No hay valores absolutos, incuestionables, impenetrables a la crítica. Y los valores relativos –los de la política, por ejemplo- son del todo utilitarios. Por eso, en un mundo donde todo se derrumba, hay que revisarlo todo de nuevo.

8

El optimismo ingenuo y superficial (mas comprensible) del siglo XIX se basaba en la fe en la idea de progreso. Esta era una fe, inspirada por la ciencia moderna, en el progreso infinito del conocimiento y en el avance ilimitado hacia mejoras sociales y morales. Se creía entonces que, por la razón, la ciencia y la técnica, el ser humano conocería su meta y su destino: no sólo sabría hacia dónde iba, sino que llegaría allí muy pronto. Pero el siglo XX se encargó de arrasar con este optimismo. Y ahora el ser humano no sólo no sabe hacia dónde va, sino que teme no llegar a ninguna parte. ¿Hacia dónde va? Probablemente hacia la nada. El sueño de la razón ha engendrado ya demasiados monstruos.

9

Había pasado sus mejores años en el viejo continente. Instalado de nuevo en el Caribe insular, vivía aún de la nostalgia y del idilio roto. Se negaba a aceptar que la historia de Europa está archivada en sus museos y galerías de arte, y prefería sentirla como un recuerdo vivo. Finalmente, reconoció que Europa vive hoy su decadencia y que todo lo más que se puede hacer por ella es una exhaustiva descripción de su inacabable agonía.

10

Buscaba yo la máxima sabia, la expresión precisa, el aforismo perfecto. Le daba vueltas y vueltas a mi idea sin resultado alguno. ¡Oh, tonto de mí! Entonces recordé la sentencia de Pascal: “Todas las buenas máximas están en el mundo; no falta más que aplicarlas”.