A Mariloly de Severino, porque al parecer no sólo para “alcanzar” la condición de ciudadana “necesitamos” del otro, sino también  para “existir”  en el arte de la fotografía.

I. Mirada de mujer.

Desde el año dos mil dos  hemos  reiterado, escrito  y afirmado en artículos  que Abigaíl Mejía, nuestra fotógrafa itinerante, es la pionera del arte fotográfico en la República Dominicana con mirada de mujer.

Y,  con el propósito de continuar con esta afirmación escribimos la serie Fémphotos de la cual ofrecimos algunas conferencias, para  relatar sin otra pretensión que no sea contextualizar el legado visual de las  mujeres  teniendo en cuenta  su estupenda riqueza creadora, y en especial, de  la  intelectual  dominicana  Abigail Mejía Solière  (Santo Domingo, 1895-Ciudad Trujillo, 1941), una escritora excepcional  con  una afición: la fotografía de placer  y la fotografía de viaje.

Es por ello que volvemos a insistir en re-valorizar la temática de sus trabajos, contar con un aliento lírico sus fragmentaciones como suyo femenino, reminiscencias, soliloquios  y registro a través de la cámara como filtro interpretativo de sus percepciones. En todo caso tendré de mi lado las enseñanzas de Maurice Blanche en Le livre á venir para descifrar, sobre todo, la grandeza estética-visual de Mejía. Esto así por ella no fue una  fotógrafa de la “simple” cotidianidad ni su mirada  fue sólo un  acto icónico del gesto de la contemplación, y menos aún una casual reflexión hegemónica gráfica.

Abigaíl Mejía, agosto de 1914. Barcelona.
Abigaíl Mejía, agosto de 1914. Barcelona.

A nuestro parecer en  nuestro país el discurso fotográfico  de las dos primeras décadas del recién pasado siglo XX, sin necesidad de ahondar por el momento en datos precisos o en citar una extensa bibliografía al respecto, estuvo influenciado en su concepción exclusivamente por la mirada, por el punto de vista masculino. Los fotógrafos pioneros del primer cuarto de la centuria nos comunicaron sólo los estándares del eterno femenino (la mujer hermosa, tímida y resplandeciente, la niña, la “señorita” o “señora” de la alta sociedad), siendo el elemento focal de su atención estereotipar  a la belleza a través del arte del retrato, haciendo que la mujer posara para la cámara. Tomaron para sí, además en su taller de fotografía, lo que a inicios de los años setenta del siglo XIX fue la iconografía característica del “boom” de este ars en la vieja Europa central, sobre todo en Viena que hizo furor: las fotos de visita, que fue una moda de la época  para todo aquel que quería hacerse un retrato para su álbum,   y contara con los recursos necesarios, a los fines de intercambiarlo en su círculo familiar y de amigos.

Abelardo Rodríguez Urdaneta (1870-1933) es, probablemente, entre todos los retratistas dominicanos de entonces, el  de  más sensibilidad artística. Su legado reproducido en las revistas de la época (Letras, La Cuna de América, Blanco y Negro, Renacimiento, Fémina), evidencia su  inigualable talento, su sorprendente ideal estético, la sobriedad evocativa de los ángulos de sus enfoques,  puesto que estaba dotado de una especial noción de la vista y la luz para fijar con certeza lo que ve. Su obra y legado, de valor inestimable, constituye un tesoro patrimonial a preservar, y  no deja de ser  el punto más alto de los comienzos de la fotografía dominicana, sin disputarse esta categoría con ninguno de sus contemporáneos.

II.  Mejía Solière

Abigaíl Mejía Solière nació en la ciudad de Santo Domingo en 1895. Tres  acontecimientos culturales y sociales significativos anteceden a esta fecha: el Simulacro Naval y Juegos Náuticos de la Junta de Festejos  y de “La Francia” en el IV Centenario del Descubrimiento de la Isla del cinco de diciembre de 1892, la Antología Literaria de Menéndez y Pelayo de 1892, la edición de la Racoltta en 1892, y la Iluminación Eléctrica.

 

Abigail Mejía
Abigail Mejía

Al parecer en el siglo XX, en sus inicios, la fotografía con mirada de mujeres estuvo impulsada como impronta visual corriendo de la mano de las mujeres intelectuales que se agruparon en la asociación la Acción Feminista Dominicana (AFD), fundada en 1931, luego del Club Nosotras (1927). Tal es el caso de  Abigaíl Mejía  Solière  (1895-1941).

Para 1925, fecha en la cual regresó definitivamente al país,  Mejía  era considerada “la primera figura intelectual femenina de la juventud”. En España había compartido amistad, tertulias y muestra de intereses comunes en las artes, la literatura y el movimiento feminista con Concha Espina (Santander, 1869-Madrid, 1955), Blanca de los Ríos y Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1852-Madrid, 1921).

Abigaíl Mejía Solière,  la autora dominicana  del clásico novelesco Sueña Pilarín (Barcelona: Altés Impresor, 1925), nació en la ciudad intramuros de Santo Domingo, en la casa número 68 de la antigua y legendaria calle Consistorial (hoy calle Arzobispo Meriño). Fue Directora del Museo Nacional y profesora de la Escuela Normal Superior. Su pensamiento feminista causó impacto, y levantó polémicas en los círculos más conservadores; de influencia  Republicana, escribió y vivió para las causas de la mujer y la literatura. Como enjundiosa investigadora de la lengua castellana, fue una excelente prosista y biógrafa.

Durante sus viajes por la vieja Europa, refiere en la crónica de sus diarios, acostumbraba a llevar consigo su inseparable cámara Kodak  (una Vest Pocket),  ya que era aficionada a escribir sobre sus impresiones en los trayectos por  barco, por tren, o en automóvil, que era el placer de toda deleitante. No en vano el impulso vital para  sus viajes, era una voz que desde el interior escucha como aventurera para escudriñar lo desconocido: “Anda, anda, y mira con toda la fuerza de tus ojos”.

En Barcelona tuvo la oportunidad de ser asidua visitante del estudio Fotografía París en Plaza Cataluña Número 3. Mejía Solière hizo suya esta frase del escritor francés Víctor Hugo (1802-1885): “(…) el que no ha viajado no ha abierto aún la primera  del libro de su vida”.

La influencia del romántico Víctor Hugo  con su novela Notre-Dame de Paris  fue tal que levantó pasión en su época hacia el rescate de la catedral. Su escritura,  ritmo y la majestuosidad de su lenguaje poético, dieron lugar a que se dirigiera la mirada hacia este templo cristiano, de inmortal gloria  que supuso  siglos de gestación. Hugo  tuvo los ojos del genio, una sobrenatural sensibilidad comparada sólo a la de Shakespeare, Goethe y Dante. El espíritu francés que, es el espíritu de la humanidad, inspiró esta obra de extrema perfección que nos revela la grandiosa visión de la vida universal iluminada por Dios, a través de este gran hombre de letras.

Tanto es así, que la erudita feminista y Maestra Normal, y además políglota, educada por María Montesorri (1870-1952), escribió en exclusiva para la revista La Cuna de América en 1919 una serie titulada “Hojas de un Diario Viajero”  desde su partida de Barcelona, pasando por Cádiz y la Coruña en mayo de este mismo año, y dejando como recuerdo en el cementerio de la ciudad, detrás de la montaña de Monjuich, durmiendo eternamente a su hermana Elena Elisa. Hacía unos once años que Abigaíl no regresaba a Santo Domingo.

Plaza San Pedro, 1925.
Plaza San Pedro, 1925.

Abigaíl Mejía es,  sin lugar a dudas,  la pionera del arte fotográfico femenino en la República Dominicana con mirada de mujer. En 1925 marca un hito: aparecen publicadas las dos  primeras fotografías  tomadas por una mujer –de su autoría-  para ilustrar un artículo de fondo en  la revista  La Opinión, Revista Semanal Ilustrada (Año III, Vol. 15, Núm. 139 (3-IX-1925), s/p) de Santo Domingo, que dirigía A. R. Nanita y A. Álvarez D., como sub-director,  cuyos Editores-Propietarios eran Lito Lepervanche, C. por A.

Posteriormente, da a conocer, en dicha revista, una serie de fotografías de la Ciudad Santa tomadas por  Mejía  durante su peregrinación a Roma y a Lourdes, época en la cual para llevar a cabo su campaña de sensibilización para la creación del Museo Nacional dio a conocer “instantáneas” captadas por ella  de museos y monumentos de España e Italia, que son parte de un “álbum” que preparaba sobre sus itinerarios de viaje por la vieja Europa.

Una nota de los Editores al respecto dice: “El inquieto espíritu de Abigail Mejía, tan femenina y tan… feminista, no satisfecho con darnos de Roma sus ágiles y amenas impresiones literarias, ha querido completarlas con estas fotografías obtenidas por la escritora durante su permanencia en la ciudad de Nerón y San Pedro. Ellas ilustrarán el libro que sobre la urbe latina prepara la gentil literata. Nosotros sabremos agradecer las primicias de publicación que tan amablemente se nos ha brindado. Esta primera hoja del carné fotográfico de Abigail Mejía reproduce un bello rincón de la hermosa Plaza de San Pedro” (Ibidem).

Por otro lado, para la Revista La Opinión en 1925 estuvo como “corresponsal”, escribiendo un testimonio de viaje que llamó “De mi peregrinación a Roma y a Lourdes”. Entonces reflexionaba que “(…) el  peregrino va en busca de derroteros de arte; en busca de las viejas piedras, del milagro y la emoción”, ya que el bello espectáculo del viaje por tren, antes de llegar a la Ciudad Santa, le permitió plasmar imágenes instantáneas de Niza y Monte Carlo.

Abigail, al igual que muchas mujeres de la época, de gran arraigo ante la efervescencia del movimiento de mujeres que se levantaba por la luchas de sus derechos de ciudadanía, dejó un registro visual de sus recorridos y de las “ciudades de ensueño  como ella afirmara  en una colección de fotografías a blanco y negro que ella atesoraba en un “álbum” que preparaba sobre su “alegría de andar” y “extraviarse” con su “camarita amiga”,  por templos, museos, plazas, calles, ya que “! En Roma  no se debía dormir, sino soñar despiertas!”. Fue durante su visita a la pinacoteca del Vaticano, en la época de Pío XI, que Abigaíl concibió la idea de su Plan para un Museo Nacional.

En esta revista aparecen publicadas  siete photograhies suyas para ilustrar  su  ensayo publicado en cinco entregas “De mi peregrinación a Roma y Lourdes”: la Tumba del Soldado desconocido, la Plaza de San Pedro de Roma, el Coliseo Romano

En tal sentido, ofrecemos tres fragmentos antológicos de sus “impresiones:

Sobre la Tumba del Soldado desconocido  reflexiona “(…) próximo a los Jardines del Pricio, ese sencillo monumento emplazado ante las antiguas murallas, ante la Roma vieja”. Sobre sus fotografías de la Plaza de San Pedro expresa que las tomaba desde “(…) el centro desde donde únicamente se domina la serie de columnas que hay a un lado y otro, y vista desde este centro –del semicírculo que todas forman-, aparecen en una sola alineación, en un solo orden (…) mientras la vista de esta pobre peregrina se acompaña de emoción artística al pasear por las naves gigantescas (…)”.

Del Coliseo Romano apunta en su  cuaderno de viaje la intelectual esteta: “(…) el Coliseo! Nombre Santo, nombre mágico. Esto sí que es algo que no se puede describir; que hiere nuestros corazones más que la visita a las catacumbas, y a los Santos clavos y espinas. Y me increpo, sollozante: -Carne mísera, cuerpo que tanto te cuidas, ¿qué eres tú, vil gusano, ante esa mole, representante del triunfo del espíritu cristiano sobre la materia, tan rebelde a la muerte, que sin duda se resistiría al pisar las arenas y sin embargo, el espíritu triunfó?…”.

No en vano, en esta peregrinación, que hoy guarda cierto paralelismo con la errancia indescriptible del conjunto de viajes  por los camposantos, Abigaíl  nos describe desde ese lejano pasado de “Los altares de la devoción universal”,  una de sus instantáneas tomadas  en 1925 en torno al agua, ya que el agua es parte del  principio del fin : “Una vista del río Gave, que corre suave y rumoroso por la dulce tierra de Francia, atravesando la población de Lourdes, surg (e) al conjunto de un milagro”.

Mejía en 1926 publicó en la revista Blanco y Negro que dirigía Francisco A. Palau su “Plan acerca de la fundación de un Museo Nacional en Santo Domingo”, reflexiones sobre sus experiencias de visitas y observaciones,  a los museos del Prado, Louvre y a la Pinacoteca del Vaticano. Tuvo bajo su responsabilidad la fundación  y dirección  (cargo en el cual permanecería hasta su fallecimiento) del Museo Nacional. Posteriormente publica en 1939 el primer catálogo editado en la República sobre un Museo.

 En diciembre de 1926 Abigail Mejía había fotografiado  a  Amelia  Francasci (1850-1942), que vivía en la calle El Arquillo, hoy Arzobispo Nouel, de quien expresó: “Es una dama afable, bondadosa, cuya alma inteligente aún se asoma con melancólica coquetería a sus ojillos grises o azulados. Gusta de la soledad y la penumbra. Ha vestido siempre de blanco, con un alba capita (sic) muy peculiar, muy suya, siempre sobre los hombros”. (Abigail Mejía: Obras  Escogidas. (Secretaría de estado de Educación, Bellas Artes y Cultos, Santo Domingo, 1995: 505).

Al referirse a la artista Adriana Billini (1863-1946),  Abigail  Mejía escribió: “Quizás la que es hoy la gran pintora dominico-cubana, de haber permanecido en el frívolo ambiente nativo, hubiera tenido que evolucionar de retratista a fotógrafo, en la lucha por la vida, como hicieran esos artistas del lente, meritísimos amigos y luchadores que son Palau y Senior”. (Revista Blanco y Negro, Año VIII, No. 375  (4-VI-1927): 21).

En la Revista Quincenal Ilustrada Fémina (Año V, Núm.100 (15-II-1927), s/n  de San Pedro de Macorís), en la sección Complemento Ilustrado de “Fémina”, se da a conocer una foto de “La ilustre escritora D. Amelia Francasci, quien con la publicación del interesante libro Monseñor de Meriño Íntimo “acaba de sumar un laurel a los muchos que lleva recogidos”, de la autoría de Mejía.

Posteriormente, a estos años no se conocen otros registros fotográficos de Mejía. Gran  parte de su archivo visual corrió la misma suerte que los baúles de Abelardo Rodríguez Urdaneta: el ciclón de septiembre de 1930, San Zenón, ahogó estas estupendas y únicas colecciones de nuestras artistas pioneros.

En la II Reunión Interamericana del Caribe de Arqueología en 1940, trabaja en la Comisión Segunda de Etnografía e Historia, con un estudio titulado “Estudio comparativo de los restos arqueológicos de las Antillas”. Posteriormente en 1941, en el Primer Congreso de Municipios Dominicanos, presenta  la ponencia Creación y fomento de bibliotecas y hemerotecas, donde abordaría los problemas de la “letra impresa”, expresando que: “(…) para que la letra impresa no sea “letra muerta” debe hallarse el libro fácil, accesible a todas las manos, con toda la comodidad y sin coste alguno su lectura”. (3 pp. Mimeografiadas).

III. “No le pongamos alas a la imaginación”.

Peregrinación a Lourdes.
Peregrinación a Lourdes.

De su parte, Abigail Mejía no desdeñó por completo -por circunstancias a estudiar, analizar, reflexionar y a evaluar más adelante-, hacer fotografía teniendo como tema el eterno femenino o la figura humana; contribuyó  a esto, de manera determinante,  su formación intelectual allende de los mares y su contacto desde temprana edad con otros ambientes que no fueron los nuestros.

Abigaíl  vivió en su adolescencia entre dos ciudades europeas: Barcelona-París, París-Barcelona, por lo cual entendemos que se enfocara acertadamente en el sentido del escenario y en el sentido de los hechos. Ella dio gran valor a sus estudios y concelebró en Europa –a través de las temporadas allí, y posteriormente en múltiples viajes- los atractivos urbanos de un ordenamiento vital del pasado en los lugares que recorría  ceremoniosamente detrás de los palacios del arte.

Vida y obra de esta  mujer  intelectual, que es el objeto central sobre el cual gira mi estudio, se desarrolla en esencia en unidad a la escritura con un argumento mesurable: intuición, inteligencia y alma de mujer.

Entre Barcelona, “la ciudad Condal, la hospitalaria y gentil”,  y París “la admirable ciudad-luz, de las mil bellezas, incomparable por todos conceptos”, al decir de Abigaíl (1919), conoció  ella un ambiente de refinamiento, evocaciones de la guerra del 14, una misteriosa atracción y subyugación por la soledad de las edificaciones religiosas; diarios de viajes y cartas que hoy permiten al investigador descubrir con fascinación lo que hemos llamado “hallazgos”   o capítulos desconocidos de la existencia de esta mujer.

Afortunadamente, quien esto escribe, ha tenido el privilegio de conocer de fuente primaria parte de los archivos de esta notable mujer, verlos  conmesuradamente, en pesquisa espiritual, concretando mis esfuerzos en saber esperar –como ahora- el momento de hablar  oficialmente  de sus formidables aportes a la humanidad.

No soy una prestidigitadora del pasado inmemorial de ella, pero sí creo estar enamorada reiteradamente  al extremo de su existencia.

Mejía expresó vigorosamente al máximum su ojo de espectadora/ fotógrafa, siendo el objeto de su arts lo religioso, y los principios morales y filosóficos que envuelve el reino de lo cósmico, lejos de la visión materialista del mundo, sólo ante la eterna beatitud y omnipresencia de Dios, puesto que como expresa  Abigaíl: “los sombríos templos (…) convidan a la oración y al recogimiento aún a los más profanos” (1919).

Las imágenes de Mejía  muestran la glorificación arquitectónica de la creencia cristiana, su visión omnipotente, a través del ministerio de los altos dignatarios de la clerecía, por lo cual resulta interesante detenerse en el significado de lo visual, en la conciencia del mundo como un para-sí, y en el ser en el mundo como  un en-sí.

Desde este recurso elíptico  me sitúo como espectadora, y comprendo (tal vez) que toda dialéctica entorno a  la realidad es un proceso  en transformación perenne. Maravillosamente, Abigaíl Mejía  fue con su ojo de esteta detrás de la contemplación y la percepción sensorial.

Mirada/ Imagen es el lenguaje insospechable e inaudito de las ideas, los sentimientos, las cosas, y las sensaciones, por tanto, en la photograhie, la buena fotógrafa debe asumir  a la imagen como expresión de esas relaciones, ya que “una depurada conciencia técnica funciona en los mejores experimentalistas “(Juan Liscano).

En todo movimiento intelectual y artístico (literario, dramático, pictórico, fotográfico), lo que prevalece es la idea que se traduce en imágenes y símbolos. Las imágenes no son otras cosas (con todas las cautelas necesarias) que materiales extraídos de la civilización, y se expresan a través del asombro y lo visual. Toda artista del lente en algún momento se ve afectada por un construccionismo imaginista muy cercano al superrealismo o al impresionismo moldeado imaginativamente, hasta llegar al concepto-imagen-idea.

Es así como, sin lugar a dudas, los meridianos artísticos de la  fotógrafa  Mejía  van de 1920-1940, en la dirección exacta de fotografía arquitectónica o sobre monumentos sacros-religiosos.

En su diario de viaje de 1919 en el “Cádiz, flotante a merced de las olas” escribe sin rebuscamiento: “En mi espíritu inquieto y estudioso (…) todo tiene importancia y merece consideración (…)”. Esta es su severísima alusión del argumento del periodismo literario: la evidencia literaria (que es la evidencia primera) y la evidencia secundaria (que es el hecho), lo cual muestra una dirección de complejidad dada por el sentido del lugar, el sentido del hecho y el sentido de la escena como valores funcionales para fotografías ambientales que en el caso de Abigaíl, a blanco y negro, eran sus instantáneas para ilustrar impresionistamente los contornos de lo humano, puesto que el hecho es un asunto principalmente extrínseco, de doble percepción, en esencia de una singular visión que todas experimentamos desde ángulos diferentes para unificarlos con una sensación de profundidad en base al conjunto de las  circunstancias como correlativos objetivos.

Falleció Abigaíl Mejía el  catorce de marzo de 1941 en su residencia de la calle Cayetano Rodríguez número 1, Reparto Independencia. De ella recuerdo este pensamiento que ya es parte de su legado como escritora: “No le pongamos alas a la imaginación”.