Aunque estoy preparado para los cambios y aunque eso predico, no dejo de asombrarme de las cosas que descubro, casi a diario.
Veía noticias en TV. Me detuve en NHK el canal japonés cuyo noticiario del día empezaba en ese momento.
Por la pantalla desfilaron varias imágenes.
Una manifestación en Taiwan contra las instalaciones de energía atómica. Poco después, otra gran protesta en Francia sobre el manejo de los desechos nucleares. Más tarde o temprano, en otro canal, no importa que día, desfiles, marchas, huelgas, protestas de todo tipo. De repente, algo me llamó la atención.
La gente protesta pero con frecuencia no pasa nada.
Recordé las marchas extraordinarias contra la guerra en Irak en numerosos países. Pero esas marchas no detuvieron la guerra.
Recordé las marchas en Estados Unidos que dieron lugar al movimiento contra Wall Street y tampoco en este caso cambió nada.
Repasé las marchas en España contra los desalojos, en Francia, Italia y otros países contra los recortes.
Bueno, en todas partes hay protestas. Cada vez más numerosas. Cada vez más frecuentes y no tengo duda de que seguirán ocurriendo, pero he empezado a reflexionar sobre algo.
Antes, cuando los partidos políticos estaban al frente de la cosa pública, el miedo al descrédito, a la impopularidad y a perder el favor de los electores hacía que algunas decisiones se tomaran o se anunciaran aunque luego fueran burladas. Ahora, la respuesta de los gobiernos frente a muchas protestas da la impresión de que no les importa.
Me he preguntado una y otra vez, si estoy detectando una diferencia o solamente jugando con la imaginación.
Si los ejecutivos de las corporaciones son los que realmente están al mando de la cosa pública como afirmaba Gunter Grass en un ensayo publicado hace varios años. Si los políticos han terminado convertidos en sirvientes y subalternos de esos ejecutivos y de esas corporaciones ¿no deberíamos pensar que haya una diferencia en la respuesta?
Hacer concesiones era, más o menos, factible cuando la decisión era de los políticos.
Ignorar y despreciar los reclamos parece más en línea con la mentalidad, la arrogancia y la cultura corporativa.
Los políticos temen a la impopularidad. Las corporaciones solamente temen a una baja de los beneficios.
Los políticos, incluso los más canallas, tratan de cubrir las apariencias para con la gente, de la cual, originalmente, derivaron su ascenso. Los ejecutivos deben su éxito a que ascendieron a fuerza de ser desleales y despiadados. ¿por qué deberían pensar en concesiones?
Bueno, imaginemos que hubiera en efecto una relación demostrable entre una cosa y la otra. Si así fuera, entonces tendríamos que considerar lo siguiente.
Si los políticos temen a la impopularidad y los ejecutivos corporativos a las pérdidas, entonces la protesta callejera funcionará frente a uno, mientras que atacar el consumo funcionará frente al otro.
Parecería que en algunos casos, el boicot comercial sería un arma mas efectiva que la protesta callejera aunque esta contribuye a crear el clima necesario para ambas cosas.
Pero ¿cómo educar a la gente para que entienda que consumir menos es una forma de protesta más efectiva?
¿Cómo crear una sistema de valores nuevos donde el orgullo derive no de la tenencia de cosas que no necesitamos, sino de la ausencia visible y conspicua de estas?
¿Es posible?
No lo se, pero temo que el tanto ruido a nuestro alrededor, la tanta trivialidad y la costumbre nos paralizan y no nos dejan avanzar al análisis de lo importante mientras nos ahogamos en lo cotidiano.