¡Buenos días! Hoy es martes 16 de agosto, otro día que empalma, como puente, la rutina de vivir y la esperanza de cambiar. Una ocasión para aspirar profundamente o seguir bostezando: depende de nuestra actitud (como diría un buen coach). Por lo pronto, el calendario nos abre una brecha en el umbral de la semana. La razón histórica del asueto se evapora en la memoria dominicana como otras tantas fechas rojas. Total, Gregorio Luperón, Ulises Francisco Espaillat o Pepillo Salcedo ya tienen sus calles, plazas o escuelas y muy poco que ver con los apuros de la cotidianidad que nos festina.
Hoy es un día de sol que quiebra en dos la semana. La montaña y la playa nos provocan a la fuga. Vale más hacerlo que seguir respirando la pobre ventilación de la rutina. Hoy, 16 de agosto, día en que el nombre de la República Dominicana rodará por las galerías de la demagogia, escapar se convierte en una decisión deseable. El ritual del “cambio de mando” promete ser menos imaginable que el plato de arroz del mediodía; tan tedioso como el tonillo sureño del “nuevo” presidente, el mismo que entrega y recibe el poder de sus propias manos. Verlo o escucharlo es tener ganas grises o poca estima de uno mismo para aturdir así los sentidos. Espero que el 62 % de los electores disfruten hasta la ataraxia de sus autoflagelaciones en nombre de la prosperidad que según ellos disfrutamos; yo, en cambio, seré más libertino y frívolo: me iré a la playita ¡a leer un buen libro!
La República Digital (el nuevo software de la pobreza), la nueva meta de escuelitas, los menuditos al campo “sorprendido”, los diez millones de turistas, las promesas de una seguridad ciudadana portentosa, el lanzamiento de una reforma policial histórica, el apoyo decidido a la Justicia, la instauración de un nuevo modelo de transparencia en la gestión del Estado, el gran proyecto de reforma política e institucional con la cacareada ley de partidos, la estabilidad con crecimiento y una renovada cruzada en contra de la corrupción, serán los condimentos retóricos del mismo estofado. Tampoco faltarán las expresiones grandilocuentes del populismo ilustrado como las grandes revoluciones educativa, ética y ciudadana. Pago la cuenta si me equivoco.
Los anuncios, los compromisos y los juramentos amenizarán el festejo restaurador desde la Asamblea Nacional y arrancarán aclamaciones estentóreas desde sus palcos. Al final, los legisladores, los empresarios y los clérigos de siempre harán paradas blancas en la alfombra roja a la espera de que la prensa los aborde. Lanzarán loas al discurso del presidente y vehementes llamados a la unidad nacional. La oposición criticará el discurso por dogma religioso y prometerá estar al lado del pueblo frente a un gobierno ilegítimo no así las posiciones electivas ganadas. Luego, el espectáculo pirotécnico de clausura: los decretos de nombramientos. Gente nueva y reciclada estrenarán trajes blancos entre permutas de algunos despachos de la intimidad palaciega. En una semana, cuando la febrilidad se haya apagado, unos volverán a blandir maldiciones al viento y otros a proclamar la grandeza de la democracia. Todos bajo el mismo cielo isleño. Ya para esa ocasión habré terminado mi lectura. ¡Fin de la historia!