Los acontecimientos políticos que sacuden nuestro país son ricos en enseñanzas para los profesionales de la conducta humana. Ofrecen infinitas lecturas de las que podemos sacar lecciones contundentes acerca de los múltiples actores que tienen en sus manos el destino de la Nación y sobre nuestro modo de reaccionar frente a los acontecimientos.

Nos revelan modos de pensar y actuar arcaicos, anti democráticos y patriarcales que hacen parte de la idiosincrasia dominicana desde la constitución de nuestra nación. Una excelente obra histórica, La pasión cantada de Jacobito de Lara, que se presentó recientemente en el Teatro Nacional, combina en su trama crisis política, corrupción, poder y violencia contra la mujer, demostrando que nada es nuevo bajo el cielo de Quisqueya.

Lo confirma un twit emitido en días pasados por un dirigente político de relevancia, a propósito de la posible reforma de la Constitución. Para este señor nadie se debe meter en pleito de marido y mujer. Llama la atención que usó una comparación que reproduce un mito que solo ha servido para ocultar la violencia contra las mujeres y los problemas de familia.  

Se puede colegir que, si este dirigente llegará a conducir los destinos de nuestro país, los pleitos de marido y mujer volverían a ser asuntos privados. Conocer un caso de violencia y no denunciarlo es ser, de alguna manera, cómplice del acto, porque no se ha actuado para romper el círculo de la violencia. Muchas veces, cuando se omite y calla, se entra en una complicidad pasiva que permite la ocurrencia de los hechos violentos.

El silencio, entre nosotros, parte de la validación social que normaliza ciertos actos y crea cómplices activos y cercanos que exacerban los ánimos violentos y estimulan a la víctima a quedarse junto a él o ella. Pueden ser fiscales, familiares, religiosos, psicólogos quienes revictimizan al agredido o a la agredida y empoderan al agresor.

Frente a una guerra política fratricida que mantiene el país en jaque y puede socavar los fundamentos mismos de una democracia todavía en pañales, es deber del ciudadano de a pie, y aún más de un político encumbrado, asumir sus responsabilidades y defender la institucionalidad amenazada por los intereses particulares de un sector político.

Desde el desconocimiento de la Constitución de 1963 (la de Juan Bosch), hemos vivido muchas violaciones a la Carta Magna y esta ha sido modificada en varias oportunidades. Los textos constitucionales de 1994, 2002, 2010 y 2015 han servido, las más de las veces, para hacer trajes a la medida de las ambiciones de nuestros gobernantes, creando cada vez más desconfianza en la ciudadania.

Mientras se devoran las facciones del PLD, los políticos pichan sus juegos, el dinero fluye de una a otra cuenta bancaria y operan los hombres de los maletines, el proyecto de ley que permitirá reformar el Código Civil y acabar con los matrimonios infantiles en la República Dominicana yace enterrado en la Cámara de Diputados.

Realmente, ¿a quién le interesa que el matrimonio esté permitido o no, en niñas de 15 años, y en niños de 16, con la autorización de los padres o de un juez, cuando muchas veces es desde el poder patriarcal que se concitan tales matrimonios? ¿Quién recuerda todavía hoy dentro de nuestros honorables que” a la patria se le sirve, no se le cobra”?