Si algo caracteriza al Dominicano, es su desenfadado estilo de relacionarse socialmente, basado entre otras cosas en la proximidad y el acercamiento físico hacia el otro, siendo frecuente tocar al otro. Un toqueteo indiscriminado que es aceptado en esta sociedad, donde caminar de la mano entre amigas, ir del brazo con parientes, saludar con besos en las mejillas, entre apretones de manos, abrazos efusivos, echando el brazo sobre el hombro del amigo o la mano sobre el muslo de la mujer, que se acaba de conocer… Son gestos frecuentes de nuestros contactos sociales cotidianos.
Pareciera existir casi una necesidad de sentir el calor del otro: incluso en público, cuando se hace una cola, se pretende que estar colado a la espalda de la persona que está delante hará avanzar más rápido la fila, acortando la espera, acercándose los cuerpos hasta la incomodidad de llegar a sentir la respiración del vecino sobre nuestra nuca. Molestándose la gente, cuando le pedimos de apartarse.
Algunos pretenden que esa necesidad de sentir el calor del otro nos vendría de nuestros efusivos antepasados africanos. Lo cierto es que cuando esa proximidad se genera entre el sexo masculino, el vulgo suele decir que “el calor de hombre empolla”, aprovechándose algunos varones, en multitud, de acercarse más de la cuenta hacia las hembras.
Hoy en tiempo de Covid-19, la pandemia exige distanciamiento social – 2 metros de distancia y hasta más. Está resultando difícil cumplir con el distanciamiento, pues hasta los que velan porque se cumpla el protocolo de sanidad, fallan, jamás a 2 metros de distancia entre un cuerpo y otro. Se observa frecuentemente en bancos e instituciones cómo incitan y empujan a las personas, para que se acerquen unos de otros, para que avancen las filas de espera, sin darse cuenta que están violando las reglas que están obligados a hacer cumplir. Una vez más, se plasma la dicotomía en esta sociedad, entre la norma y la práctica. Siendo difícil mantener esas distancias con el “apeñucamiento” histórico-cultural que arrastramos. Basta observar la gestualidad, la movilidad, la sociabilidad en calles y avenidas, tras el final de la cuarentena.
¿Cuál es la distancia social que se tiene? Cuando no hay conciencia de que el Covid-19 no es un ciclón de temporada que, tras pasar el ojo del mismo, se calma y se va. Estamos en tiempo de pandemia: el virus no se irá, vino para quedarse.
Poco nos ayuda a prevenir el desconocimiento hacia el espacio del otro que tiene nuestra convivialidad, no solamente física, sino interior. Nuestros contactos con los demás están basados en irrumpir en los espacios más íntimos de la privacidad, sin contemplaciones, ni pudor. Poco respectamos las reglas de buena educación y los rituales – que van desde preguntas indiscretas sobre la vida privada, hasta desconocer los horarios de llamadas y de visitas a amigos y familiares, sin prevenir. El distanciamiento social para evitar el contagio es imposible, a menos que se lleve a cabo una ardua campaña educativa en la población – invitándole a observar los hábitos del contacto y relacionamiento humano, explicándole a las personas la necesidad de mantener la distancia social; que si bien implica un cambio de pautas relacionales, es un gesto para protegernos y proteger a los demás so pena de envolvernos en una acelerada escalada de la pandemia.