Los cimientos de la democracia en el mundo al parecer no son bastantes sólidos a la luz de un nuevo estudio difundido por tres investigadores de la entidad conservadora National Endowment for Democracy, en Washington, DC, publicado el pasado mes de julio, y en el cual se pronostica que el futuro de dicho sistema político luce sombrío en cuanto al valor y la percepción de los ciudadanos, en particular las generaciones de las últimas tres décadas en los Estados Unidos y Europa.

En la revista Journal of Democracy, los académicos Roberto Stefan Foa, Yascha Mounk, ambos de la Universidad de Harvard; y Ronald F. Inglehart, de la Fundación Carnegie, señalan que treinta años antes nadie pensaba que la Unión Soviética colapsaría y se asumía que el bloque soviético en Europa permanecería estable.

Los acontecimientos demostraron que todo ese sistema tenía pies de barros y que una vez desaparecido, la democracia se consolidaría en el planeta.

A primera vista lo último no ha sido así debido a que, dada la confianza y la durabilidad de las democracias más afluentes del mundo, hay síntomas para preocuparse, entre ellos el declive de la confianza ciudadana en las instituciones públicas como los Tribunales y los Parlamentos, los cuales han declinado de manera precipitada en todos los sistemas democráticos consolidados tanto en América del Norte como en Europa Occidental.

Los académicos precisan que la identificación de los partidos políticos se ha debilitado, sus miembros han declinado y los ciudadanos se inclinan a ser menos fieles a los grupos políticos del status quo. En cambio, prefieren dar su apoyo a movimientos individuales que defienden temas de interés general, votan por candidatos populistas o respaldan a partidos anti sistema, lo que los define como opuestos al sistema.

Subrayan que incluso en las regiones políticas y sociales más estables del mundo, tal parece que la democracia enfrenta graves contingencias. Sin embargo, no perciben dichas tendencias como síntomas de problemas estructurales graves en el funcionamiento de la democracia liberal y mucho menos como un amenaza a su propia existencia.

Aunque un amplio abanico de académicos destacados, entre ellos Ronald Inglehart, Pippa Norris, Christian Welzel y Russell J. Dalton, interpretan dichas tendencias como síntomas benignos de notables cambios políticos en las nuevas generaciones de ciudadanos críticos menos inclinados a defender las élites tradicionales, pese a que desde 1975 David Easton y otros más reconocieron que la legitimidad del gobierno o el apoyo a un gobierno en particular ha declinado, aunque se mantiene robusto el respaldo a la democracia como sistema de gobiernos.

De acuerdo con los académicos, los aspectos más preocupantes se revelan en la Encuesta Mundial de Valores (1995-2014), que va más allá del creciente sentimiento de que la democracia no funciona bien o que el gobierno no realiza un buen trabajo, aunque se garantice el derecho a protestar, votar o de asumir funciones públicas. Cuatro puntos importantes del estudio subrayan la diferencia entre la legitimidad de un gobierno y la oposición a un gobierno legítimo.

Ellos son el respaldo expreso de la ciudadanía al sistema en su totalidad, el grado por el cual la ciudadanía rechaza la legitimidad del gobierno; el grado de apoyo que brindan a las instituciones claves de la democracia liberal, entre ellos los derechos civiles; su disposición a promover causas políticas dentro del sistema actual y su apertura a las alternativas autoritarias como los regímenes militares.

Dichas aptitudes se perfilan por años y generaciones.

Precisa que los ciudadanos mayores, de los nacidos en la oleada de los “baby boomers”, después de la Segunda Guerra Mundial, el 72 por ciento es ferviente su devoción, respeto y defensa de la democracia como algo sagrado en lugares como los Estados Unidos y Holanda.

Mientras que la generación de los milenarios o “millennials”, los nacidos después de 1980, menos del 30 por ciento valoran el sistema democrático y la resulta indiferente, y en los últimos 20 años dicha generación es mucho más antidemocrática. En 2011, 24 por ciento de ellos considera mala o muy mala a la democracia en los Estados Unidos, mientras que el 13 por ciento de los jóvenes europeos –en la encuesta de 1981-84 y de 1990-93, se inclinan menos que sus antecesores a defender la libertad de expresión y menos probables a abrazar el radicalismo político.

Hoy esa tendencia se ha revertido. Los jóvenes en su totalidad respaldan el radicalismo político en América del Norte y Europa Occidental, donde es mucho más alta, y apoyan la libre expresión. La investigación concluye, entre otros datos, que el nivel de apoyo o decepción con la democracia depende del grado de compromiso y el concepto que se tiene de la democracia liberal, la disposición ciudadana a defender sus valores, las instituciones que representa y su interés en participar en los procesos políticos.

El estudio advierte que la crisis de la legitimidad democrática es mucho más amplia de lo que se pensaba e incluye una serie de indicadores como percepción ciudadana de los políticos, el auge de las críticas a los líderes políticos y la idea que se tiene de ellos como entes cínicos, el valor de la democracia como un sistema político, menos confiados en su influencia en el diseño de la política pública, y más dispuestos a expresar su apoyo a las alternativas autoritarias.