La política es una actividad esencialmente pública. Por esto, participar o no en un debate no es una decisión personal de un candidato político. Negarse a participar en el debate va más allá de una simple descortesía a quienes invitan y a los mismos ciudadanos que tienen el derecho de hacer exigencias a los políticos, a los cuales “subvenciona” con millones de pesos. La democracia es gobernar y ser gobernado a la vez.
La ausencia en el debate baja “la nota en democracia” a los que no asisten y deja a la libre imaginación de los ciudadanos y de los medios de comunicación las razones por las cuales se rehúye la confrontación pública. Imaginarios que bien pudieran incluir el miedo, la inseguridad, la incapacidad, la arrogancia, la ignorancia y la sobrevaloración patológica de los “ausentes”. Resultaría importante sentar en una “silla vacía” todas estas posibilidades. El simbolismo llamaría a la profunda reflexión ciudadana.
La negativa de los candidatos del PLD a participar en el debate organizado por la Asociación de Jóvenes Empresarios, ANJE, con el apoyo del Consejo Nacional de la Empresa Privada y de la Asociación de Industrias de la República Dominicana no debe ser interpretado como una manifestación de débil poder de convocatoria, sino como un acto de ignorancia de los que se niegan a asistir, siendo que la fuerza y el alcance de las elecciones depende crucialmente de la existencia de un debate público y abierto.
El debate entre candidatos es una oportunidad para demostrar que el “honor de la acción política” corresponde a los muchos y no a los pocos. Lo que requiere la democracia no es información, sino un debate público y vigoroso, que supera los discursos maquillados que socavan el prestigio de las palabras, ya que cuando las palabras sólo se utilizan como instrumento de publicidad o propaganda pierden su poder de persuasión.
Los “persuasores ocultos” no pueden jamás sustituir con propaganda la importancia del debate público. El debate público entre candidatos puede desmontar el aura de popularidades irreales repetidas miles de veces por mediante una publicidad política saturadora y altamente costosa.
El debate es un proceso racional de sopesamiento de los datos presentados, de posibles alternativas; una discusión de la relevancia y la valía de todas ellas para la elección de la mejor política y la mejor persona. Para someterse a este examen público por parte de los ciudadanos, los candidatos deben tener “la casa y las manos limpias”.
El debate es una contienda entre atletas verbales, y el objetivo es la victoria. Los medios son el ejercicio de la habilidad retórica, los rasgos positivos de su personalidad, la presentación de pruebas favorables, el desprestigio de los demás rivales en el debate y la invocación profunda de la ética, entre otros. La debilidad en cualquiera de éstos medios puede hacer “caer santos de los altares”.
El debate es una medición de talentos, intenciones y valores de los candidatos. Es una oportunidad de confrontar las ideas propias con las de otros, de movilizar la intención y la voluntad de voto, es un compromiso con el principio democrático que defiende que “gobernar es deliberar con otros”. Principio que se opone al caciquismo, al “corporativismo político” y las jefaturas políticas heredadas o arrebatadas.
Y si el debate se considerara un examen importante, quienes no asistan se darán por “quemados” o tendrán que “falsificar las calificaciones”. Participar en el debate es una acción tan decente y significativa en términos políticos, que el hecho de no asistir al mismo puede provocar que aquellos que tenían la obligación democrática de asistir pierdan la batalla que, probablemente querían haber ganado.
Si la justicia y transparencia de las lecciones dependen en gran medida de la naturaleza del debate que antecede al voto, los ciudadanos no tienen derecho democrático a que la política se asuma como entretenimiento. Participar en el debate político público y abierto es una manera de tomar la política en serio. Si los candidatos del PLD no quieren participar en el debate, simplemente quedarán “debilitados por la pálida cobertura de la preocupación”. ¡No es buena señal desoír un llamado democrático!