Ganar unas elecciones es una tarea llevadera para Danilo Medina. Su capacidad de compra es inmensa. Las comparaciones de los gastos del Gobierno-PLD con los de la oposición son grotescas. Ya lo dijo la senadora Cristina Lizardo en un exceso de espontaneidad: “la oposición no tiene dinero”. El derroche es deliberadamente intimidatorio. La idea es aplastar y reducir la moral de las dispersas fuerzas de la oposición. Y todavía falta por ver.

Creo, sin embargo, que cualquier contingencia política de peso puede trastornar el cuadro de las percepciones y colocar al presidente en un inesperado apuro a pesar de tener en sus bolsillos a casi todos los grupos de medios y sus encuestadoras. Eso explica el concertado mutis del caso Odebrecht-Santana, tema que ha sido extrañado de la opinión pública y cuya vigencia solo respira en las redes sociales. Sin esa colosal plataforma y la ventaja de estar en el poder, Danilo Medina sería hoy un proyecto electoral inviable. La reelección es una moción fabricada e impuesta artificiosamente a un costo institucional muy caro. La historia cobra con réditos.

Las campañas electorales en sociedades políticas básicas son muy emotivas. Son guerras sicológicas que generan mucho estrés y desatan toneladas de adrenalina. Como en ellas no se confrontan propuestas ni debates, sus estrategias se centran en posicionar u opacar imágenes y en traficar con el voto débil. Vender una imagen es más fácil que promover una idea. A pesar de ser un concepto más abstracto y subliminal, la imagen es fácilmente asimilable para un electorado elemental. Solo requiere de un ejercicio asociativo, por eso las cajas de los repartos llevan la cara del candidato para que la memoria de los instintos la registre en sus fibras nerviosas. El día después de las elecciones, es decir el 16 de mayo, tendrá un efecto depresivo como el del parto. La acumulación de tantas tensiones en el periodo electoral terminará con una población en el umbral de un colapso. Ese día le tenderá felizmente un puente a la rutina; una rutina suspendida por los sobresaltos y trastornos de una campaña virulenta y dispendiosa.

Para el segmento de baja conciencia, el día después será delirante porque con la reelección se mantendrán vivas las ayudas sociales que retribuyen su lealtad. Cualquier cambio implicaría un riesgo indeseado para ese millón doscientos mil votos gástricos que tiene el gobierno como avanzada. En segmentos electorales más conscientes, en cambio, el amanecer con el PLD en el poder por dieciséis años seguidos tendrá un impacto emocional distinto, comparable al de la resaca. Las elecciones abren perspectivas a la alternancia. Durante la campaña se avivan las esperanzas del cambio; las elecciones, por el contrario, consuman las realidades. Volver a la pesarosa cotidianidad con la idea de soportar a los mismos funcionarios incompetentes, corruptos y fantoches, les resultará deprimente. El sopor será aún más pesado frente a una gestión rígida, repetitiva, aburrida y lineal de un presidente opaco obsesionado con revoluciones alucinantes: de la educación, del campo, del turismo y de la seguridad ciudadana, pero ausente frente a la corrupción, un tema sin héroes ni agenda.

Danilo Medina tuvo que lastimar muchos intereses políticos para imponerse; sus resabios detonarán en los últimos dos años de su gobierno, cuando empiece la lucha interna por el 2020. Anoten esta fecha y mi pronóstico: De ganar, Danilo Medina terminará precariamente su mandato ahogado por la corrupción. Además de las salpicaduras de los sucesos en Brasil, en un segundo gobierno las conductas se relajan, los controles se diluyen y los negocios del poder se afirman. La convicción de que agotan su última oportunidad inducirá a los funcionarios a la malversación, más aun con un presidente indulgente, que, lejos de reconocer sus fracasos, los justifica de forma deportiva. Medina pagará en exceso su desprecio por la corrupción cuando sus funcionarios fortalezcan sus dominios en la hacienda pública como ya lo han hecho algunos vinculados al núcleo duro de su confianza. El poder se hará entonces incontrolable. Es que de mantenerse la actual estructura y actitud de control y castigo de la corrupción, en ausencia de una voluntad de Estado para cambiarla, no hay manera de evitar su catastrófica evolución.

Leonel contó con Danilo para un tránsito libre de tormentos, y aun así tuvo sus aprietos; la pregunta obligada es: ¿Tendrá Danilo Medina igual suerte al cierre de su segundo mandato con un PLD corroído por el poder, despedazado por las ambiciones y vapuleado por la corrupción? Nada distinto a la historia de los presidentes abonados en la demagogia de derecha o de izquierda. Una historia de amores y desamores: Collor de Mello, Fujimori, Menem, Lula, Dilma…; los más populares terminan como los más odiados: gloria y caída, un destino amargamente inseparable que han conjugado sus espíritus en el ocaso de los populismos más célebres. No dudo que antes del 2020 Medina confronte una crisis conmovedora de gobernabilidad. Y es que a la historia no se le aprieta ni se le tuerce: Medina forzó una reelección por una coyuntura de popularidad transitoria; un gobierno parido de esa aventura es antidialéctico; no se sustenta. Así, el gran reto de Medina no es ganar, sino mantenerse.