La disputa implícita de nuestros tiempos es entre los que quieren convencernos de que andamos bien y los que se niegan a aceptarlo. Si esas contradicciones se plantearan en contextos correctos el ejercicio sería útil, pero no es el caso; se trata de puros intereses. El gobierno, detrás de una reelección, gasta lo que no tiene para decirnos que estamos construyendo el país ideal, mientras la oposición, con más de una década fuera del poder, hace lo necesario para desmentirlo. Aquellos que no obtenemos beneficios políticos de una u otra posición tenemos al menos la perspectiva completa.

He hecho abstracciones sobre el futuro político dominicano y entre más exploro percibo una verdad cada vez más clara: caminamos un tránsito incierto donde  “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Esta conclusión, tomada de A. Gramci  o de Berthold Brecht (otros se la atribuyen a Mao Zedong), nos ubica en una encrucijada dialéctica tormentosa.

El sistema político vigente consumió sus reservas sin encontrar manera de regenerarse. Su agotamiento se produce en ausencia de un modelo alterno. Esto es riesgoso, porque en cualquier coyuntura puede darse un choque titánico de contradicciones sociales sin un cauce ordenado de conducción. Tal escenario ha sido evitado en gran medida porque los excluidos sociales, que son los que tienen las capacidades detonantes más dañinas, se encuentran atendidos con subvenciones gubernamentales muy efectivas en mitigación social, pero insostenibles en costo y tiempo. Sin embargo, es innegable que el deterioro generado por las insuficiencias del sistema, aunque no ha sido de shock, ha mostrado sus niveles más alarmantes de progresión.

Una de las pocas bondades del momento electoral es revelar en real time y en hi definition la quiebra del sistema partidario. Los procesos electorales suelen ser muy indiscretos porque en ellos las ambiciones se desbordan sin ninguna sujeción racional. Es difícil guardar las formas cuando lo que está en juego es el poder. Todos los partidos han enseñado sus refajos. Sin embargo, la lección más contundente ha sido desmitificar las diferencias de las marcas partidarias. Lo que hemos visto es una verdadera “bolsa electoral” donde las transacciones sobre candidaturas y alianzas no han considerado otro factor distinto a la rentabilidad política. Las negociaciones han sido burdas. El que venga con el cuento de las “alianzas programáticas” que se lo haga a su abuela. Aquí nadie ha mostrado, ni por sonrojo, un documento que recoja sus bases más elementales.

El canibalismo de este proceso retrata su catastrófica condición: muerte, violencia, negocio, dinero, lavado, trampa, robo, traiciones e impunidades. Puede que alguien considere como tardías mis consideraciones porque esa ha sido la historia de siempre. Sí, es cierto, pero lo crítico es que ya llevemos más de medio siglo montados en esa comparsa ¡y nada haya cambiado! ¿Debemos conformarnos?

Cuando un sistema pierde su dimensión de futuro, las actitudes sociales son, en orden secuencial, la adaptación, la resistencia y la disolución. Nos encontramos entre el final de la segunda y el principio de la tercera. La disolución ha sido dilatada con la ayuda de mecanismos artificiosos como el dinero público, las estrategias de dominación mediática y los resortes de los poderes fácticos. Cuando uno o más de esos factores falten, el colapso será inevitable: entonces “lo viejo terminará de morir”.

Si bien la historia es contingente, vale la pena preguntarnos: ¿Qué estamos haciendo para que lo nuevo acabe de nacer? Muchos responderán a este reto de forma tan ligera como decir: “Saquemos al PLD del poder y luego hablemos”. Esa respuesta, casi instintiva, la he escuchado muchas veces. No dudo de que la descomposición política que vivimos haya sido cuota del continuismo, pero cualquier análisis trascendente de la problemática debe rebasar el umbral electoral. Uno de los problemas graves de nuestra comprensión política es pensar en el futuro electoralmente. Las elecciones son apenas actos o episodios procesales dentro de un sistema político viviente. El problema es más complejo y atiende a un cambio de diseño, contenido, visión y práctica.

¿Qué pasará después de mayo? Nada, absolutamente nada. Cualquiera puede ganar una elección, el reto es mantenerse en el poder sin que el poder lo disminuya, como ha pasado con gobernantes envanecidos de popularidad. Obvio, si Danilo Medina es el ganador, la resaca electoral será aun más dolorosa porque faltará la expectativa de la novedad, experiencia siempre renovadora. Solo pensar en volver a ver a los mismos funcionarios ajados, ceñudos y repulsivos vestidos de blanco en la sala de la Asamblea Nacional el 16 de agosto provoca desde ya un vértigo emético. El camino más fácil para una oposición de baja estima sería esperar que las contradicciones de intereses terminen resquebrajando al PLD, pero ¿eso será suficiente? No. A todos, incluyendo a las nuevas generaciones peledeístas, nos toca empezar a construir los nuevos paradigmas políticos, porque, de seguir así, el ganador de las próximas elecciones tendrá la honra de ser el último presidente. No sé quién apagará la luz.