Ayer fue 24 de Abril. Se cumplieron 55 años de la revuelta militar cuyos objetivos eran volver el país a la constitucionalidad revocada por el golpe de Estado al presidente democráticamente elegido, Juan Bosch, en septiembre de 1963. Fueron años turbulentos. Y aquel abril desembocó en la más feroz resistencia del colonialismo estadounidense a soltar de sus garras a nuestra sociedad, que desde hacía ya mucho tiempo, le servía, como hasta hoy le sirve, de fuente de insumos para acrecentar sus riquezas.

Los días subsiguientes a la convocatoria militar para la defensa de la constitucionalidad fueron de mucho arrojo, valentía y decoro. Todavía contábamos con DOMINICANOS, así, con letras grandes. La historia de esta gesta no debe ser puesta de lado, a pesar de que a muchos les interese revirar estos acontecimientos en las mentes, el saber y el conocimiento de nuestras juventudes y generaciones siguientes, de tal manera que los valores de la libertad, el decoro y la decencia no sean los que reinen entre nuestra población, sino más bien los del conformismo, la dependencia y la inferioridad cultural y humana.

Pero enfrentábamos un ejército fuerte, el más poderoso del mundo para ese momento, el ejército del país que hacía ya 70-80 años, luego de su guerra de secesión, se había planteado ampliar la colonización a todo nuestro continente americano, a toda nuestra población y sus brazos laboriosos, a todos los recursos de nuestras tierras inmensamente ricas, bajo la proclama de “América para los “americanos”.

Han utilizado e implementado todo tipo de artimañas y estrategias para vencernos. En aquel momento fueron militares. Memorables fueron los ataques a la población civil los días 15 y 16 de junio de 1965, luego de aquella fortaleza del pueblo mostrada en la conmemoración del aniversario del 14 de junio en la Puerta del Conde junto al glorioso Coronel Caamaño. Luego las estrategias fueron institucionales, imponiéndonos elecciones y gobiernos fraudulentos, los cuales les permitieron llevar a cabo un macabro plan de eliminación física de la resistencia popular de nuestro pueblo a la intervención militar e institucional que habían establecido con el balaguerato.

La colonialidad hoy en día es un fenómeno muy complejo, pero ha sido ardua y laboriosamente elaborado para que su duración sea lo más larga posible en el tiempo, de la misma forma que sea irreconocible en sus manifestaciones sociales, culturales y productivas. Productivas en el sentido de que nuestras actividades económicas no son para que los dominicanos comamos o creemos nuestra propia riqueza, sino para que los extranjeros coman y aumenten sus riquezas. Ahí está el mercado agrícola de exportación, producimos banano orgánico para que se lo coman los europeos, cacao, para que los europeos y estadounidenses preparen chocolate y nos lo vendan de vuelta a 10 veces su precio, piña, que ahora les ha dado con invadir a la provincia de Monte Plata para que se produzca piña costarricense MD2, porque es la que le gusta a los alemanes. Las zonas francas aprovechan los brazos de personas con poca o ninguna preparación académica para producir también para la exportación, ya sea vestido, electrónica, pieles, o cualquier otro producto que tenga mercado en la metrópoli colonial.

Las manifestaciones sociales y culturales son mucho peores que el hecho de que tengamos que trabajar para que ellos tengan las cosas que producimos. La manifestación cultural y social es que aceptemos esas formas de relación como buenas y válidas, que consideremos que establecer zonas francas es una maravillosa oportunidad de empleos, que trabajar en la finca de los extranjeros es la única opción que tenemos, o que destruyamos nuestras productivas zonas costeras para que los turistas extranjeros las disfruten y los empresarios turísticos de aquí y de allá creen su riqueza, cuyos beneficios no se ven en la mejora de nuestros servicios públicos,  sin que nos empantalonemos, como lo hizo Fernández Domínguez, y digamos, no señor, nuestro país producirá para nosotros, y si sobra, entonces les damos a ustedes. Y todavía no menciono que somos parque de recreo en el microtráfico y consumo de drogas y puente del lucrativo negocio estadounidense del narcotráfico.

Lo sabemos, todo forma parte del plan estructural de las potencias económicas en la globalización y el neoliberalismo mundial. Pero caramba. Nos hemos abierto a sus designios peor que una vil prostituta, de esas que no les importa ni se dan el valor que tienen como personas y como seres humanos.

Conversando con un amigo, me da ánimos planteando que las ideas que sostuvieron los movimientos de resistencia en la lucha contra el invasor no murieron con ellos, que la revolución cultural debe tener lugar con el fin de sacudirnos de la embestida de la colonialidad que hoy nos domina, a pesar de que no la identificamos y nos dejamos amansar como corderos, por el hecho de que tenemos un estómago qué llenar. Recodemos entonces que no solo tenemos estómago, tenemos también un cerebro y un espíritu lleno de una gran riqueza cultural y una estoica dignidad nacional que no puede ser pisoteada con la excusita tonta de que debemos vivir bien y cómodos los añitos que nos concede Dios para pasar por la vida. No podemos, no debemos otorgarnos de manera tan fácil. “La sangre de nuestros hermanos no será vertida, ni se verterá en vano”, dijo el glorioso Coronel de Abril.