El 25 de noviembre del año 2000  desperté a las 4 de la madrugada.   Acordamos salir rumbo a Salcedo a las 5:30 para  llegar a tiempo y hacer guardia de honor a Manolo  y a las Hermanas Mirabal.  Sus restos serían trasladados  del Cementerio Municipal de Salcedo, al Mausoleo   levantado en el jardín de la Casa Museo en Conuco.

Pero todavía en la cama, comenzaron los recuerdos. Dolorosos, incómodos, irritantes, supongo que también inevitables, porque a veces los pensamientos parecen tener vida propia y muy especialmente todos los 25 de noviembre.  Rafael Tomás, el más pequeño de mis hijos,  murió ese día tras un accidente de moto que, conforme transcurrieron las horas, fue deteriorando su salud. Tenía 18 años.

El dolor a veces cambia, muda sus manifestaciones, intensifica sus punzadas, pero siempre es agobiante. Sin embargo, al rato sobreviene el alivio, el consuelo de fundir tu dolor con todos los dolores ajenos, que pasan a ser propios para que duelan menos.

Y rememoré los abrazos y las palabras de doña Chea Mirabal.

El 20 de mayo de 1965 viajé  de Puerto Rico al país a enterrar a Rafael -coronel Fernández Dominguez- muerto el día anterior en el frustrado ataque  al Palacio Nacional durante la Guerra de Abril.  Sepultamos su cuerpo en el Cementerio Municipal de Santiago y el día 21 yo estaba en casa de mi abuela Corina, en mi pueblo natal, San Francisco de Macorís.

Y una tarde…  "¡Arlette, mira quién está aquí!"  Parada  frente a mí, con los brazos abiertos, esperando que fuera a ellos,  estaba doña Chea Mirabal;  "¡Mi muchachita, mi muchachita!", me  decía.

Y  me abracé a ella buscando consuelo en aquel corazón destrozado. Ella me daba besos, y yo le decía: "delante de usted yo no puedo llorar".   Y fue exactamente el día del asesinato de sus hijas, un 25 de noviembre, pero del año 1980,  que  perdí a mi hijo Rafael  Tomás. Y año tras año me evoco entre sus brazos  para encontrar en ellos  las fuerzas y el alivio.

Tengo, pues,  la fortuna de ser beneficiaria de su dolor, porque el mío disminuyó con el suyo en mayo del 65 y en cada 25 de noviembre.

Se nos hizo tarde y fuimos directo a la Casa Museo.  Me impresionó  ver  a los cadetes dispersados  en  el  jardín.

Los saludé con  marcada dulzura  y contestaron entrechocando sus tacones. Todo  en mi se enardeció y recordé mi noviazgo con  Rafael.  ¡Tan atractivo y correcto! ¡Estaba tan enamorada! Nuestras cartas, el colegio, las monjas, los besos y la espera.   ¿Después?  ¡Dios, cuántas cosas!  Vida, lucha, amor, heroísmo y muerte. ¡Qué  bueno que a estos muchachos no les tocó vivir aquellos tiempos!

Nos sentamos  frente a los nichos que acogerían los restos de aquellos 4 tesoros de la Patria. Llegaron generales, coroneles y oficiales, elegantes  con sus kepis y sus caireles tricolor, todos  calladitos  honrando a Manolo, a Minerva, a Patria y a María Teresa.

Entró Dedé con la antorcha en sus manos; le seguían  los hijos de Manolo y de las muchachas  que cargaban las urnas. Los cadetes las  depositaron en los nichos y doblaron cuidadosamente  las banderas que las cubrían.

Ante escena tan sobrecogedora, sentí inconformidad, pero la rechacé con rabia. ¡No, no los estamos enterrando,  ellos están eternizados!    Me sentí mejor.  Se cantó el Himno Nacional y el himno del 14 de Junio; discursos, aplausos y lloros.  El mausoleo fue declarado extensión del Panteón de la Patria.

El  tiempo  produjo canciones y poemas dedicados a Las Mirabal y a Manolo.  Entre flores,  el colibrí y las mariposas que liban en el jardín que tanto cuidó Dedé,   Manolo y las muchachas  descansan arrullados por el canto patrio y el amor del pueblo.

La madrugada de este  25 de noviembre sé que  doña Chea Mirabal estará conmigo y… ustedes también.

El sol se levantará y otra vez  a dar la batalla  por lo posible.

Arrebátale a la vida el goce de vivir y, seamos  valientes  si -como le ocurre  a muchos que han perdido a un hijo-  anidamos profundos sentimientos que estamos obligados  a silenciar  y que enterraremos con nosotros, porque en el mundo no hay milagros  para  lo imposible. Aceptarlo es lacerante, pero nada podemos hacer.

Al fondo el poema de Rafe a doña Arlette. En las fotos Arlette con Rafe de bebé. A la derecha Rafe, de joven, y debajo doña Doña Chea.
Al fondo el poema de Rafe a doña Arlette. En las fotos Arlette con Rafe de bebé. A la derecha Rafe, de joven, y debajo doña Doña Chea

No  todo se pierde ni termina.  Mi hijo Rafael Tomás me escribió un poema inspirado  a partir del momento en que    "descubrió" a su padre estando frente a un juez.

Tenía 17 años.  Era media noche. Recibí  una llamada desde el Palacio de la Policía. Rafael Tomás estaba detenido  por liarse  a los puños con un periodista.

El oficial me pidió ir a buscarlo porque era menor de edad.  El periodista sí  amanecería preso. Y  le dije al oficial que mi hijo también. Al día siguiente estábamos  frente a un Juzgado de Paz o similar,  ubicado en la Avenida Mella.

"Mami, ¿vienes conmigo?"   ¡No!

El  juez le pidió su nombre.  "Rafael Tomás  Fernández Fernández, señor".

"¡Siéntese Fernández!"   Y ese juez  le enseñó  al hijo quién era su padre. "Joven, no puedo castigar a un hijo del coronel Fernández Dominguez, pero debe usted jurar que honrará su nombre  con un buen comportamiento".

Llegó impresionado y  repetía: "mi padre si es grande". A partir de ese día me acompañó  a los pueblos y campos a difundir la vida de su papá y a trabajar con nosotros; estaba deslumbrado.

Un día llegó con su carga de besos y mimos.   "Mami linda, tengo una sorpresa para ti":

El angel de mi padre

Aunque en dos mundos muy distintos

tú le cuidas en todo momento

es mi padre a quien tú cuidas

es  mi padre a quien yo quiero.

 

Yo no tengo preocupación

de cómo se pueda sentir él

por lo que tú me has dicho, él me enseñó

lo que es el amor y el querer.

 

El trató de demostrar su amor

por gente que no lo conoció

Él dio la vida por la Patria

y orgulloso de  él me siento yo.

 

Si yo pudiera hablar con él, él me diría:

¡Recuerda a mis compañeros, los cuales también dieron la vida

para que tú gozaras de una Patria bella

y no de una Patria en manos de una potencia extranjera!

 

Orgulloso de ti, Ángel, se siente él

pues has hecho de mí  y mis hermanos

mujeres y hombres con honor

Imagínate lo que te ama mi padre

al saber que tu misión fue cumplida

con lo que llevas en tu pecho ¡Tu corazón!

 

Si sigo con estas palabras

creo que no terminaría

Sé lo bien cuidado que está mi padre

por ti querido Ángel, que hace 17 años me parías

 

Querido Ángel

Tú pintas en el honor de mi padre

el más alto y glorioso honor

Sé que lo cuidarás mucho

y siempre ¡siempre! lo querrás con el corazón.

 

Tu hijo, Rafe.

 

Meses después se fue.