No hace falta explicación alguna: cuando se habla del 25 de noviembre sabemos que se trata de la violencia contra las mujeres. Ellas, las Hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa sembraron la semilla que ha fructificado en la visibilización de las muchas formas en que se manifiesta la violencia contra las mujeres. Como bien sabemos, la violencia ejercida sobre nuestras heroínas de Salcedo fue política. ¿Y es que acaso hay alguna que no lo sea?

El machismo es un fenómeno muy complejo, y no es el propósito de este escrito analizarlo. Pero sí ponerlo a la luz como un fenómeno integral de la sociedad a través del cual se enhebra una lucha de poder entre las personas de ambos sexos y que se manifiesta de las más disímiles formas. Una de ellas es la de la definición de los roles de los géneros y sus funciones sociales.

Entre estos roles están el de considerar a la mujer, y considerarse ella misma, propiedad del hombre, lo cual genera la violencia intrafamiliar que hace al hombre asesinar a su pareja o expareja. Otra la de establecer una relación que comercializa el cuerpo de la mujer en el entramado de la relación que conlleva a la conformación de una familia. Las relaciones familiares establecidas a partir de estos criterios economicistas, terminan siendo infuncionales, con sus secuelas graves en la salud emocional de los descendientes.

Otra es la que determina las funciones que deberán desempeñar en el hogar, tanto el hombre, como la mujer. Este caso es bien gracioso, porque siempre me preocupé de que mi hijo pudiera libremente y sin prejuicios ejercer las funciones domésticas del hogar, pero como yo nunca viví ni aprendí las funciones del varón, pues no pude enseñárselas, así que en plomería, por ejemplo, no se desenvuelve. No faltaba más, que no tenga fuerza para empuñar un martillo y clavar cuando se requiera. Pero ya enfocando el caso seriamente, la división de roles en el ambiente familiar es otra razón de conflicto, cuando debiéramos aprender que a pesar de que la mujer no trabaje fuera del hogar, las funciones que realiza tienen un valor que el hombre proveedor no podría pagar con el mejor de los salarios, comenzando con la atención y criado de los hijos. Es así que debemos aprender y enseñar a compartir las labores del hogar en familia, con el fin de conseguir armonía y estabilidad para sus miembros.

Otra forma de violencia contra la mujer está relacionada a la ejecución de su función productiva. A base de mucha lucha hemos dejado las funciones del hogar para abordar estudios superiores y poder desempeñarnos como profesionales. Pero no ha servido para que sea valorada nuestra contribución, nuestra entrega y los esfuerzos cuando nos desempeñamos en los correspondientes lugares de trabajo, situación que se refleja en la desigualdad salarial y el trato en los puestos que se nos asignan, lo cual se refleja en las estadísticas ampliamente conocidas. Muy limitada es la posibilidad de realizar y llevar a cabo tareas académicas, como en una dichosa Fundación, donde la mujer que ostenta el mayor cargo de dirección, solo lo hace para ejercer la función administrativa, que equivaldría a la función de ama de casa, mientras los hombres descuellan en su labor académica y de investigación y enseñanza.

De igual forma se ejerce violencia machista cuando no permites dar acceso al reconocimiento de la posibilidad de desarrollo intelectual y humano que puede tener una mujer, por el simple hecho de serlo. Esto de observa mucho en los casos en que el hombre considera que sólo mediante un hijo de sexo masculino puede ser bien representado o heredado en su función intelectual. A priori se establece una limitación a la posibilidad de que una hija mujer pueda tener la capacidad de descollar profesionalmente, y quien sabe si hasta superar a su progenitor, sorprendiéndolo para liberarlo de su prejuicio, así como a todo el ámbito familiar. Dicha idea se forja en el individuo desde la niñez y en su formación de hogar. Se le asigna a la niña una capacidad y una función para su vida futura, más allá de la cual, llámese formar familia y atender hogar, no tiene posibilidad de avanzar.

Se hace perentorio que las mujeres entendamos y asumamos nuestra cuota de responsabilidad cuando forjamos las ideas que deben tener nuestros hijos e hijas de sí mismos y de los demás, así como de sus relaciones entre ellos. Para tales fines tal vez podríamos traer a la conversación pública sobre el tema de si es mejor enseñar a nuestros hijos varones la fortaleza, o la hombría que el respeto, por ejemplo. El respeto, me parece, ofrece una mayor fortaleza y autoridad moral que cualquier brazo, por más músculo que tenga. La consideración hacia las demás personas, sean hombres o mujeres, puede contribuir a un clima de paz en las relaciones interpersonales, en cualquier ámbito social, ya sea éste la escuela, la iglesia o el trabajo. Solo asumiendo esos niveles de responsabilidad personal en lo que a la conformación de nuestro ser y entorno social se refiere, podremos liberarnos de esos niveles acuciantes de violencia que nos mantienen marginadas, amenazadas, disminuidas, asesinadas. Trabajemos por ello.