El pasado 2019 fue un año de acentuación, en todo el mundo, de problemas cruciales de la gobernabilidad en sentido general y de la llamada democracia representativa en llamado Occidente. Temas como la corrupción, la exclusión, la crisis de los partidos y la desconfianza hacia las instituciones políticas, económicas, confesionales, de la Justicia y la irrupción en el sistema político de diversas formas de protestas colectivas en las calles, entre otros, dominaron las discusiones y reflexiones sobre el camino que lleva el mundo y sus posibles consecuencias. El 2019, fue un año en que la ilusión sobre las posibilidades de cambiar algunos sistemas políticos anduvo de la mano de la incertidumbre sobre cómo, quiénes la harían y hacia dónde conduciría ese cambio eventual.
Sin embargo, ni la amplitud ni la duración en tiempo y espacio de los diversos movimientos sociales y de las diferentes alianzas y convergencias políticas que se han producido en casi todo el mundo han podido despejar algunas cuestiones/preguntas claves: cuáles son las causas y consecuencias futuras de la desconfianza de la gente en las referidas instituciones. Tampoco de la actual desafección política de un vasto sector de la población, del individualismo y de la ausencia, en términos analítico y/o de propuestas programáticas, de algunas cuestiones de clases sociales, que son cruciales, en las relaciones del poder o de los poderes políticos/institucionales con la sociedad.
Aquí, esos temas no han sido suficientemente tratados en los ámbitos políticos o intelectual. A eso habría contribuido el contexto de año preelectoral, y la urgencia de impedir la reelección de un régimen corroído y corrompido casi hasta lo absoluto, a lo que se unen los límites que impone nuestra cultura política/social no muy favorable para el debate de las ideas. Por eso, posiblemente, no hemos calibrado adecuadamente los elementos corrosivos/nocivos que el presente régimen ha producido en nuestra sociedad que, como sedimento del pasado, podrían limitar el cambio deseable que esperamos en el 2020. Muchos indicadores permiten pensar que la ilusión de derrotar el presente régimen es realizable, pero resulta imperativo una mayor certidumbre sobre cómo y para qué.
Hasta ahora, se ha logrado una coalición de partidos como imprescindible acción política para derrotar al PLD. Pero eso no basta, es necesario una mayor convergencia en términos programáticos. Por fortuna, existe en esa coalición una voluntad de discusión colectiva de los programas de las organizaciones que la integran, y en ella radica una posibilidad de lograr una alianza política que exprese una real pluralidad de las aspiraciones de las fuerzas más interesadas en producir cambios sustanciales en la gestión el poder político en el país. En esa discusión podrían acentuarse las coincidencias políticas entre esas fuerzas en la presente coyuntura, aclarando, profundizando con mayor rigor los contenidos algunas propuestas programáticas ya formuladas por algunas de ellas.
Ha pasado la fase de la “ingeniería” o “carpintería” de la escogencia de las candidaturas. Ahora la Coalición de partidos, las diversas instituciones que luchan por un sistema electoral más equitativo y realmente competitivo, y la Coalición Democrática deben coordinar e intensificar las acciones tendentes a obligar a la Junta Central Electoral a que contribuya que el PLD sea limitado al máximo en su uso y abuso de los recursos del Estado. Eso fundamental, pero no lo es menos la necesidad de una profunda reflexión sobre la complejidad y de la coyuntura nacional e internacional, pueden constituirse en amenaza para llevar a buen puerto la transición de un régimen corrompido y corrosivo hacia otro que sea su negación en cuanto al manejo de las instituciones del Estado.
La propuesta de una Justicia independiente, recientemente formalizada públicamente por Luis Abinader constituye un estimulante signo, pero quedan muchos flecos sueltos sobre cómo se harían operativas algunas propuestas de conducción del Estado para limitar hasta lo más deseable posible los efectos perversos, y profundamente enraizados, de esa cultura de la ineficiencia e ineficacia de la clase política dominicana en la gestión de las instituciones del Estado. En la discusión colectiva sobre las propuestas programáticas de la coalición de partidos, en las que participará la Coalición Democrática por la Regeneración del País, descansa la posibilidad de encontrar la vía hacia la consecución de ese objetivo.
También, para mejorar las propuestas de gobierno nacional y de manera muy particular, hacer más sustanciosas a los programas programáticos municipales, todavía en fase bastante limitada o, ¿por qué no decirlo?, en fase un tanto rudimentaria. Debe hacerse un esfuerzo en mejorar, en términos cualitativos, la coalición política hasta ahora lograda, pero reconociendo la necesidad de una mayor coincidencia programática como forma hacer realidad la ilusión (en términos positivo) del cambio, a pesar de las incertidumbres que jalonan la presente época que vive la humanidad.