Hace un tiempo, Su Excelencia Reverendísima Monseñor Ramón Benito de La Rosa y Carpio, hoy Arzobispo Emérito de Santiago, puso a circular su obra: “Discernimiento de Espíritus”. Lo hizo en el histórico salón de exposiciones de la centenaria “Alianza Cibaeña”. Estamos ante un material apropiado y oportuno para reflexionar en este final del año 2017 y también de inicio del que ya nos viene. Un texto evangelizador, trascendente y formativo.  Una valiosa contribución que todas y todos debemos leer, estudiar y comentar. Monseñor con la humildad que le caracteriza, transmitió en ese entonces, su más reciente contribución intelectual como escritor consumado, y productor de ideas saludables, conceptos-testimonios de Fe y Vida. 

El libro es una síntesis sustantiva sobre “el discernimiento” que discurre en 10 capítulos y 175 páginas. Significamos que además de leerse regularmente, debiera ser una obra de consulta de todas y todos aquellos cuyo ejercicio cotidiano es trabajar en su mejora personal y espiritual y también en el fortalecimiento de las buenas conductas de individuos de nuestro entorno, del medio cotidiano y del contexto social donde nos desenvolvemos. Discernir es distinguir una cosa de otra, y “discernimiento” es la acción de discernir, una herramienta espiritual por la que se conoce la diferencia entre varios entes. El que discierne bien, obra con sensatez, cordura, discreción, prudencia, sabiduría y madurez.

En un universo complejo como el de la segunda década del siglo XXI, “el discernimiento se aplica tanto al mundo de lo material y lo visible, como al mundo de lo espiritual y lo invisible”.  Discernimiento es desarrollar un conocimiento íntimo y esencial para distinguir qué viene del Espíritu de Dios, qué proviene del espíritu maligno y qué procede de nuestro propio espíritu.       

Deslinda el autor, entre arte y carisma de discernir. El “arte” del discernimiento es una capacidad casi innata y desarrollada progresivamente por los individuos para percibir, conocer, valorar y apreciar de dónde provienen las experiencias, conductas y comportamientos de los demás, y muy en especial las de nosotros mismos. No se puede discernir las experiencias y conductas de los otros, sino reflexionamos las nuestras.  El “carisma” para discernir es un “don” sobrenatural otorgado por Dios para conocer los movimientos espirituales y místicos de una persona y sobre todo aclarar de dónde provienen. 

Las especificidades educativas del capítulo dos de la obra son clave; muy en especial las “Señales de cada uno de los espíritus”, que son tres: de Dios, de lo Diabólico y de lo Humano. Veamos especialmente las señales del espíritu de Dios.  En el entendimiento: Dios es la “Verdad infinita” y no puede inspirar más que ideas verdaderas. Otra categoría es la “La Gravedad”, donde el texto es claro al precisar que Dios nunca inspira cosas inútiles, impertinentes o frívolas. También está la “Luz”, Dios es luz y sus inspiraciones traen siempre luz al alma.

Igualmente la “Docilidad” pues se reconoce humildemente la ignorancia, se es flexible y sumiso. “Discreción” pues el espíritu de Dios da signos para que nuestro ser interior sea ponderado, juicioso, prudente, recto; y finalmente la señal de pensamientos humildes.

En la voluntad: la primera señal es la “Paz”, serena, profunda y estable. Asimismo está la “Humildad” profunda y sincera. Dios oculta sus secretos a los que se estiman sabios y los comunica amorosamente a los pequeñuelos y humildes. “Confianza en Dios y desconfianza en si mismo”, el signo pone en evidencia que todo se puede con ayuda divina.

Luego siguen las señales de la “Voluntad dócil y fácil en doblegarse y ceder”. La “Rectitud” de intención en el obrar. La “Paciencia” en los dolores de alma y cuerpo. La “Abnegación” de sí mismo y mortificación por las inclinaciones internas. La “Sinceridad”, veracidad y sencillez en la conducta. La “Libertad” de espíritu. El “Gran deseo de imitar a Cristo en todo”, y finalmente una “Caridad mansa”, benigna y desinteresada. Leamos entonces “Discernimiento de Espíritus” como infusión para nuestra permanente perfección personal y la de los seres humanos que nos rodean.