Los países, como las personas, no pueden evitar vivir las consecuencias de sus actos, sean aciertos o errores. Las autoridades dominicanas, viven, se entretienen o juegan con el idioma y con las palabras y han llegado a creer que de lo dicho al hecho no hay ningún trecho y que nosotros nos creemos como realizado todo lo que ellos afirman haber hecho pero que no pasa de las palabras. Así, juegan, de vez en cuando, con  recibir 10 millones de turistas al año. Hablan del presupuesto asignado al Ministerio de Turismo que, siendo el mas alto en su historia, debe permitir la apertura de nuevos mercados. El sector hotelero no se queda atrás. Presupuestos van y presupuestos vienen, ministros  y discursos van y vienen y nadie parece percatarse.

Pasar de unos 4.6 a 10 millones de turistas al año, ni siquiera en el caso de que las autoridades precisen que se trata de un deseo, mas que de una meta concreta, aclara el asunto. No se trata de habitaciones, de ofertas ni de demandas. El problema del turismo en la República Dominicana es que todavía no se ha librado de sus viejos pecados originales y a esos hay que añadir ahora, otros nuevos.

Los dominicanos nunca definieron la imagen que como destino turístico querían para su país y dejaron que fueran los tour operadores los que hicieran ese trabajo.  Ellos, naturalmente, lo hicieron conforme a su interés propio no el de nosotros. Desde el principio, la industria descansó, de manera desproporcional, en el “todo incluido”. Este esquema de operación concentró el negocio en unas pocas manos evitando que surgieran miles de establecimientos. Los tour operadores se integraron verticalmente y se hicieron dueños de los aviones, no del alquiler de asientos; de los hoteles no de la contratación de habitaciones y han dominado hasta la excursiones de tierra. En muchos sentidos, el sector turismo se entregó a los tour operadores porque el país no tenía aerolínea propia, no tenía políticas claras, no sabía en verdad donde quería llegar y todos esos espacios los llenaron unos tipos listos que hicieron fortuna. A esos males viejos hay que sumar los nuevos.

Con los niveles de inseguridad jurídica y personal que existen en este país ¿quien puede esperar doblar el número de turistas?

Con las calles llenas de basura, con los precios de todos los insumos por las nubes, con los impuestos tan altos, con el costo de la energía tan elevado y con el reinado del desorden existente, ¿quien en su sano juicio puede creer que el país tenga alguna posibilidad de  doblar la cantidad de turistas que recibe? Los males enumerados ya penetraron al interior de los mismos ghettos turísticos eufemísticamente llamados resort.

Pero hay mas.

La inseguridad está haciendo estragos no ya a la reputación del país que hace rato que está por el suelo, sino a las posibilidades concretas de avance en otros renglones del desempeño económico.

La inversión extranjera directa disminuyó 65% en lo que va de 2013.  Ese descenso no expresa las dificultades que atraviesa la economía mundial sino la creciente imposibilidad de hacer las cosas en la República Dominicana. En todo o casi todo hacemos trampa. Así como unos abogados se venden al otro bando, algunos exportadores ponen melao en la miel de abejas, degradan la calidad del producto vendido, engañan con el porcentaje humedad, con el peso, con las cantidades. En fin, el país de la chercha, donde todo el mundo ríe porque todo es un relajo no hay ni puede haber orden y sin orden no hay inversión. Pero nosotros creemos que podemos burlar las leyes y que no pasa nada. Que podemos tener a todos los corruptos del mundo al frente de la cosa pública y que no pasa nada. Que podemos excusar los delitos de la cúpula peledeista sin pagar las consecuencias. Que podemos seguir apañándonos como antes y que todo se arregla. No tendremos 10 millones de turistas pero si hemos asegurado un descenso del 65% en la inversión extranjera directa.

Hace apenas algunos semanas, visité el Ecuador como muchos lectores ya saben. No vi un solo motoconchista, en ninguna parte. Nosotros, conductores y peatones, por igual, vivimos lamentando las atrocidades que hacen los motoconchistas en la calle. Nadie en su sano juicio en este país se atreve a negar que los motoconchistas resuelven un problema de transporte. Pero casi nadie cae en la cuenta de que los motoconchistas son el resultado del fracaso de todos los gobiernos en organizar un transporte colectivo funcional y eficiente. Lo mismo ocurre con el agua, la electricidad, la seguridad, la educación y la salud. Cada cual tiene una bomba y cisterna en casa, cada cual tiene inversor o planta propia, todos vivimos con rejas por la inseguridad, todos tratamos de llevar los hijos a colegios privados y no escuelas publicas y si no tenemos seguro médico es mejor que nos caigamos muertos de la enfermedad antes que del monto de la cuenta de la clínica. Por eso no tenemos patria, porque hace años que no hacemos lo que deberíamos; siempre creyendo que podemos vivir sin pagar las consecuencias de nuestros dislates. Siempre creyendo en la lambonería. Siempre creyendo que la apariencia sustituye la sustancia. Siempre equivocados, cogiéndolo suave, sin lucha, sin mala sangre.