A menudo menospreciado por los amantes de la ópera, el tenor estadounidense de origen italiano Mario Lanza, cuyo nombre verdadero era Alfredo Cocozza Lanza, tiene un lugar privilegiado entre los grandes del bel canto. Entre muchos otros méritos, se le reconoce mundialmente por haber popularizado el género, llevándolo al gran público gracias a sus famosas interpretaciones en el mundo cinematográfico, como después hicieron otros tres gigantes Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras, a través de presentaciones y recitales.

Su breve paso por los escenarios, murió a la temprana edad de 38 años, no impidió que fuera inspirador de muchos jóvenes talentos de su época, entre los que se cuenta el famoso trío de tenores ya mencionados, cuyas actuaciones conjuntas generaron las críticas de otros portentos del canto lírico como fue el caso del tenor canario Alfredo Kraus, quien entendía como una aberración el que una aria, composición para una voz, fuera desnaturalizada por un trío de voces.

A Kraus se le considera como uno de los mejores tenores de la segunda mitad del siglo pasado y al igual que Lanza, incursionó en el cine, interpretando con brillante lucidez el papel de Gayarre, el legendario tenor navarro del siglo XIX. A diferencia de otros cantantes líricos, Kraus se cuidó siempre de ceñirse sólo a los papeles propios de las características de su voz, con los que se hizo famoso, y entre los que dejaron recuerdos imperecederos sus antológicos Rigoletto y La Traviata, de Verdi; Romeo y Julieta de Gounod; su insuperable Edgardo de Lucía de Lammermour, y de otras óperas de Donizetti, así como algunas de Puccini, entre las que siempre será recordado por su Chela mi creda, de la Fanciulla del West.

Aunque las preferencias del público cambian con el tiempo, me cuentan que hubo épocas en las que Lanza y Kraus eran los tenores favoritos de la afición dominicana.