La historia económica y sociocultural acontecida entre la metrópolis estadounidense y las casi nunca desaparecidas colonias caribeñas aporta pautas sobre el origen y desarrollo del jazz latino, esa suerte de “subgénero” que en el mainstream algunos aún rehúsan reconocer. Tales relaciones, y la cercanía de Cuba a los EE. UU. en particular, catapultan la “entrada oficial” de los ritmos regionales al Big Band de los 1930 cuando la orquesta de Cab Calloway incorpora al trompetista Mario Bauzá y con él, a otros percusionistas cubanos además de un joven Gillespie que ya había experimentado la íntima relación del jazz con la “afrocaribeñidad”. Vendrán también Chano Pozo, Machito, Mongo Santamaría y una larga lista de talentos.

En lo que respecta al “jazz dominicano”, además de las influencias cubanas, César Namnúm añade que este había surgido de la simbiosis con el merengue teniendo como embrión la necesidad de reunir el saxofón alto con el acordeón destacándose de esta forma el jaleo, ritmo que Avelino Vázquez ligó de manera consciente al formato Big Band y que posteriormente su sobrino Tavito aprovechara genialmente. Pioneras orquestas destacadas en la escena nacional desde los inicios del pasado siglo incorporaron la propuesta del jazz, muchas veces sin estar conscientes de ello, a través de la percusión, la trompeta, el saxofón y el bajo sobresaliendo las de Billo Frómeta, Félix del Rosario, Luis Alberti, Papa Molina, y, más recientemente, la Big Band del Conservatorio Nacional de Música fundada por Crispín Fernández y dirigida por Javielo Vargas.  

Pablito Mirabal
Rafelito Mirabal

En la contemporaneidad, dos importantísimos (y geniales) músicos dominicanos que han incursionado en este género escogieron de manera unilateral bautizar sus campos de batalla creativos dígase, sus respectivas agrupaciones, utilizando conceptos provenientes del territorio de la matemática musical. Hablo aquí del sonido que produce una vibración a 440 Hz a 20 y que facilita la afinación de la altura musical, y de aquello que pretende que todas las notas dentro de una octava posean una distancia igual en el pentagrama. Es decir, del 440 de Juan Luis Guerra en el primer caso, y del Sistema Temperado de Rafelito Mirabal en el segundo, artista que a partir de aquí protagonizará estos párrafos más que merecidamente gracias a sus ya cumplidas tres décadas de incomparable y singular trayectoria creativa.

En el ejercicio musical, el temperamento igual, el TET (twelve-tone equal temperament, por sus siglas en inglés), de alguna manera traduce similitud, armonía, y, sobre todo, habilidad de afinar. De modular desde el interior del creador hasta el exterior de su acompañante, y, sobre todo, de quien escucha, cosas, que para quien conozca al músico que nos ocupa vienen dadas por su particular forma de ser. Por su balanceado y reposado estilo de ejercer el oficio y la efervescencia creativa que, a nuestro juicio, ha permitido a Mirabal arribar al jazz como mecanismo de autoexpresión, experimentación y fusión. Pambiche, gagá, y el propio merengue participaron en la conjugación de estilos y ritmos que, junto a Xiomara Fortuna, Patricia Pereyra, Luis Días, Guy Frómeta, Fellé Vega, Irka Mateo y otros tantos, consolidaron la madurez de su agrupación bandera, Sistema Temperado, que había fundado un mayo de 1987 junto a George Hernández, Waldo Madera y Kike del Rosario.  

El Rafelito Mirabal músico es hijo de la espontaneidad, del talento innato y las circunstancias, condiciones que se aunaron cuando por primera vez escuchó la magia creada por sus dedos de cinco años en las teclas del piano familiar de sus tías capitaleñas; cuando gracias al inquebrantable estímulo paterno, la música estuvo siempre presente en casa a través de aquel teclado que había pertenecido a los míticos “Caballeros Montecarlo”. Y gracias también a la exposición escolar al coro santiagués del Hermano Alfredo que abrazó su temprana habilidad de improvisación y lo guió en el aprendizaje de la lectura musical. El reconocido tecladista santiagués nunca completó estudios musicales formales y su carácter autodidacta responde, según él, al hecho de que quizás el deseo de ser músico estaba a la par de su talento: “La práctica es más importante que la teoría, primero existe la partitura y después la escuela; no logré completar ni dos años en Bellas Artes porque me aburría, el tedio de la educación formal me alejaba de lo que yo quería hacer”, explica, con el convencimiento de quien medita las palabras mientras conversa.

Cuestionado sobre sus influencias más importantes, Mirabal no vacila en mencionar a Francisco Alberto Simó Damirón, Manuel Sánchez Acosta y al recién desaparecido maestro Bullumba Landestoy, los dos últimos profundos conocedores del piano, sobre todo del piano del genial Thelonious Monk. De Landestoy en particular, recuerda la impresión percibida tras escuchar sus composiciones originales: “Mi cara cambiaba cuando por horas escuchaba un casete que llegó a mis manos como intermediario y donde ese piano mágico iba de una nota a otra sin saber si era jazz, composición clásica u otra cosa lo que escuchaba. Era justamente así que yo quería componer”. Posteriormente, Rafelito tuvo la oportunidad de interpretar piezas de Landestoy en el South Florida Jazz Festival, experiencia que a su juicio lo convierte en el primero en jazzear la música de aquel talentoso dominicano.

Pablito Mirabal
Rafelito Mirabal

Sobre el porqué de las limitadas grabaciones comerciales en su haber, Mirabal no vacila en afirmar que por mucho tiempo ha disfrutado un gratificante placer al tocar en vivo e interactuar con el público, razón por la que, al menos en parte, no ha sentido la urgencia de hacerlo. Además de que aún no se le ha acercado un empresario productor con una oferta de grabación”. Nos confiesa, eso sí, que hay una pieza que no quisiera dejar de grabar: “Ahora que vuelas Tavito”, merengue sinfónico experimental que compuso en homenaje.

Caben destacarse tres trabajos del repertorio de Mirabal en las cuales los ritmos autóctonos se confunden magistralmente con teclados, percusión y bajo: la primera, quizás la más conocida, “Periblues”, donde el perico ripiao que escuchaba repetidamente en su vecindario de Jarabacoa juega un papel central en la estructura de la pieza; “Sextentidos”, premiada en el concurso musical de Casa de Teatro en 2003, y “Gagayas”, producida por Roldán, en la que aparecen las incomparables huellas del Terror y Xiomara Fortuna. Tres composiciones contemporáneas fundamentales para quien alguna vez desee estudiar y conocer las variantes rítmicas nacionales que orgullosa y valientemente han sido incorporadas al más libre de los estilos musicales.

Conversando durante una reciente aparición, Rafelito Mirabal expresó lo siguiente: “Aprendí a escribir música para comunicar lo que sentía y creaba, y de pronto empecé a tocar lo que después supe era jazz, aunque mi trabajo muestra que no sólo de jazz vive el hombre; la etiqueta de jazzista me la pusieron, primero me encontré como músico en la búsqueda de mi ser artístico que incluye dicho género, pero no es el único en el que trabajo. Con el tiempo, la gente me ha hecho dedicarme a la música siguiendo una suerte de faquirismo en mi trayectoria en la que definitivamente vivo de ella, pero en la que lo comercial no es lo primario sino el excitante contacto con el público que tanto disfruto”.

Este ha sido un humilde reconocimiento al versátil, íntegro y talentoso artista llamado Rafael de Jesús Mirabal Montes de Oca Rodríguez González, al primo Rafelito.