Comerciantes y otras yerbas marcharon el pasado lunes al Congreso en reclamo de una  ¨zona de tolerancia de música¨, agobiados por lo que achacan a una persecución arbitraria desatada en su contra, incautándoles sus pobres equipos de audio. Por el modo en que se victimizan, cualquiera cree que son angelitos que tocan el arpa en el trono celestial y se ven atacados por demonios que se las arrebatan y rompen sus cuerdas, acabando con ese conjunto angélicono obstante parecen más bien los trompetistas del Apocalipsis…

Hablar de una zona de tolerancia de música puede suscitar confusión, da a entender que quienes nos oponemos a que tigueres alcoholizados o locales pertrechados de violentas bocinas nos rompan el tímpano o produzcan un paro cardiaco, somos intolerantes a la música en sí misma, cuando estamos aptos para disfrutar varios géneros musicales, y soportar a duras penas otros. No es a la música a la que nos oponemos,  es al volumen, tan estruendoso que es capaz de romper vidrios y tumbar cuadros familiares, tanto que causa un vértigo tal que produce la sensación de que chocaron las placas tectónicas y el planeta se autodestruirá en cinco segundos… cinco segundos demasiado largos.

Más largos todavía porque nunca colocan piezas decentes, resulta que mientras más pésima, más bulla se hace. Su playlist es un monumento al mal gusto, el cual tiene un ansia irrefrenable de hacerse notar. Nunca escucharás a un oyente de música clásica cometiendo estos desmanes, no señor, son seres de espíritu manso y exquisita vida interior, o dime ¿cuándo fue la última vez que escuchaste un musicón de Mozart? Nunca, salvo que se trate de Mozart La Plasta, ya que los que reproducen estas inconductas suelen ser seguidores de la infame música urbana, manufacturada por y para los subproductos del deficiente sistema educativo dominicano. La misma ralea que puebla el país de vertederos improvisados y mantiene en zozobra a la población con tiroteos ocasionales.

La mala noticia para ellos es que, al menos en tierra firme, no se podrá satisfacer su demanda, pues siempre habrá familias alrededor, hombres y mujeres de trabajo, sonrientes niños, ancianos respetables, tiernos animalitos. Ahí tienen 2.763.800 km de mar Caribe.  No hay  especie terrestre que pueda soportar semejante martirio. ¡Prueben suerte con las acuáticas! a lo mejor tienen otro criterio, o a lo mejor viene un tiburón y se los come, acto que le haría merecedor de la orden de Duarte, Sánchez y Mella.

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