Siempre he creído que nuestro país debe avanzar en el plano del respeto a las minorías y de quienes no encajan dentro de los cánones de imagen que exige la sociedad contemporánea. Todavía en nuestro país es símbolo de estigma las personas que usan tatuajes, piercins, cabello afro o encrespado, algún pendiente en la oreja u otra parte del cuerpo, los seguidores de algunos géneros musicales o quienes profesan una orientación sexual diferente.

Este breve preámbulo lo realizo a raíz de toda la controversia que ha generado el asesinato de una familia completa a manos de su pareja, un joven que por demás también era fanático del heavy metal o metálico como se les denomina hoy.

Pero ¿cometió este joven tan execrable hecho por ser metálico? Mi respuesta es no. Él mismo dijo que lo había hecho por la situación económica, cuestión que evidentemente todavía está en investigación mientras ayer le dictaron un año de prisión a ser cumplido en San Pedro de Macorís.

Normalmente cuando una persona transita por las calles y observa a alguien que se acerca y tiene el cabello largo, piercins, tatuajes en todo el cuerpo o en algún lugar visible y además viste de negro, esas personas suelen echarse a un lado o tomar la otra acera, los desechan. Existe un temor generalizado que asocia con delincuencia o satanismo esta subcultura del metal.

Claro está que este hecho toma mayor magnitud porque se trata de un crimen horrendo que involucra a una mujer y sus tres hijos, pero lo que quiero señalar es que lo comete no por ser metálico, sino porque en su cerebro hay otra cuestión.

El debate ha dejado de ser el asesinato y se ha concentrado en su persona, parece que ya no importan las víctimas, sino que el victimario pertenecía a una determinada secta como mal le han llamado algunos periodistas. El metal no es una secta, si acaso llega al nivel de subcultura o contracultura como otros prefieren llamarle.

El asesinato ha sido horrendo. Ayer unos psiquiatras lo tildaban de psicópata y proponían que sea evaluado desde la neurociencia para estudiar a fondo su cerebro. Aunque algunos dijeron que era un feminicida, desde mi óptica no cae en el rango de feminicida, sino de asesino con una psicopatía desarrollada y una conducta antisocial a juzgar por su comportamiento según los vecinos.

En el caso de este señor los vecinos dicen que no compartía con nadie, no se le notaba ninguna actitud agresiva, pero mucho peor es que no solo asesinó la familia, sino que convivió varios días con los cadáveres, inclusive se habla de haber violado a las féminas después de muertas y que al niño lo asesinó después. Todo esto es señal de una persona que psiquiátricamente no está bien.

Lo que lamento es que en nuestro país la condición psiquiátrica se asuma para reducir las penas o no apresar a las personas cuando en realidad lo que debe existir es alguna prisión en la que puedan estar este tipo de personas.

En definitiva he querido alentar a que tomemos en cuenta no juzgar a nadie por su apariencia, que es más importante conocer a las personas y mi llamado a los colegas periodistas es a que investiguen a profundidad los hechos para que se ofrezca una información que edifique, no que aumente el estigma y la discriminación, es posible que hayan metálicos de mentalidad psicópata como los hay en toda agrupación social, pero se metálico no te hace un asesino.