Durante la quinta década del pasado siglo Estados Unidos vivirá el necesario proceso de sanación posterior a la Segunda Guerra Mundial y al conflicto armado contra Corea en el que su clase media catapultará el desarrollo capitalista a través de una verdadera “cultura” mercantil icónicamente revelada en la adquisición de automóviles y electrodomésticos. Aquel american dream hoy hecho trizas por la globalización acompañaba la brutal polarización racial prevaleciente mientras la tradición cultural afroamericana, en particular la musical personificada en el jazz, intentaba encontrar un lugar en casa. Sus creadores e intérpretes se habían instalado en una Europa hirviente y permisiva mientras otros dibujaban su historia en los clubes de New York, Chicago y Kansas City consolidando de tal forma el más norteamericano de todos los géneros artísticos.

Miles Davis

Se trataba de una comunidad de músicos debatida entre el jazz tradicional (Louis Armstrong), el swing y el big band (Bennie Goodman), el estridente bebop (Charlie Parker y Gillespie), y los jóvenes más atrevidos del jazz avant gard encabezados por Miles Davis, Horace Silver y Charles Mingus. La tecnología, por su parte, había transformado el formato del disco 45’ sustituyéndolo por el vinilo del LP; es decir, el límite de tres minutos de grabación había dado paso a la libertad del 33 rpm en el contexto del cuasi real sonido estéreo recién inventado. Aún más, la televisión, poderosa propietaria de los medios de la época, de pronto saluda la aparición del jazz en sus territorios depositando en la mesa de la cena hogareña lo que otrora era exclusivo del getto. Ante estas múltiples fisuras, como ha enunciado el crítico Ashley Kahn, la escena jazzista se agiganta incorporando nuevos intérpretes y nuevos planteamientos creativos entre ellos el cool west coast jazz liderado por Stan Getz, Gerry Mulligan y Chet Baker.

Más de un cuarto de siglo después de la muerte de Miles Davis y Chet Baker, justamente hace apenas unas semanas y tras apariciones en los Festivales de Berlín, New York y Sundance, se estrenan comercialmente dos filmes –“biopics”, en el vernáculo anglosajón– que conjugan la imaginación de sus creadores con escenas de la vida personal y artística de ambos músicos. En “Miles ahead” y “Born to be Blue” el canadiense Don Cheadle y el estadounidense Robert Budreau se han confabulado, metafóricamente hablando, a fin de entregar a aficionados y conocedores una suerte de collage de una época y de dos creadores cuyas contribuciones continúan despertando controversias y admiración dentro y fuera del canon.

Baker encarnó el músico de “piel de porcelana” poseedor de una incuestionable fotogénica belleza física que trompeta en mano, se escapaba en una voz que era sólo melancolía; maestro del cool jazz californiano dejó un legado de 150 discos algunos de sus mejores incluso trabajados al final de su atormentada trayectoria existencial como fue el caso de “Chet Baker in Tokyo” y “Legacy”. Chet Baker confesó que nunca deseó una carrera sino apenas tocar; escapó a Europa huyendo de sus tropiezos con la adicción; hizo de la escena exterior de la naturaleza una extensión de su expresión musical en la que el innato erotismo fotográfico le hizo actor. Más que legado, las composiciones de Baker fueron espejo de un importante periodo del jazz transcurrido alrededor de las muertes de algunos de sus grandes: Parker, Clifford Brown, Lester Young y la eterna Billie Holiday.

Miles Davis, por su parte, mostró señas de poseer un talento excepcional desde su adolescencia hecho que facilitó su integración al quinteto del genial Parker contando con apenas 19 años de edad; fue uno de los pocos, si no el único, en tocar la trompeta con el tono vibrato; innovador por naturaleza, exploró instrumentos nunca antes incorporados en el género como el trombón y la tuba; rebelde social, se convirtió en uno de los padres de la improvisación en el jazz tras aquel incomparable concierto en el Newport Jazz Festival; coqueteó con la fusión al funk y al Blues además de dejar una huella indeleble en el rock; y batió records en la industria musical con la venta de más de cuatro millones de álbumes del magistral “Kind of Blue”.

Chet Baker

Los críticos se preguntan el porqué de las biopics, si un documental o una película tradicional no serían expresiones audiovisuales más apropiadas para revelarnos un músico; si acaso la ficción añadida a la historia real de un artista no sería una mejor forma de mostrar su humanidad. A nuestro juicio, esta es precisamente una de las más importantes contribuciones de los filmes aquí discutidos: humanizar a dos incomparables que compartían más cosas que el talento en la trompeta. Inestabilidad emocional, dependencia química, desconfianza entre uno y otro (¿celos?) y sobre todo resiliencia; rasgos importantes tanto de Davis como Baker poseedores ambos de una extraordinaria capacidad creativa que sobrevivió los momentos más difíciles de su entorno personal y ejercicio profesional.

Han sido muchas las películas que inmortalizaron periodos o intérpretes del jazz con justicia artística y merecido respeto aunque para algunos estas reflejasen las divisiones raciales impuestas por el establishment de Hollywood. Desde “Cabin in the sky” (1946), “Lady Sings the Blues” (1972) y “Bird” (1988) hasta filmes más recientes enfocados en Chet Baker (“Let’s get lost”, 1988) y Miles Davis (“Cool Jazz Sound”, 2004), el formato biopic ha intentado desmitificar el género más o menos exitosamente. Los filmes que nos ocupan van más allá al reunir importantes peculiaridades: se trata de proyectos independientes; de bajo costo según el estándar hollywoodense (“Miles ahead” necesitó 10 años para su realización y dependió del dinero público); ambos revelan periodos decadentes en la vida de sus músicos (épocas de “exilio” personal); pero sobre todo a través de ellos el observador tiene la libertad de consolidar, destruir o simplemente aceptar a su héroe mientras en la banda sonora acontece lo verdaderamente fundamental: las notas de sus imperecederas piezas interpretadas por otros.

“Miles ahead” es el título del disco grabado por Davis en colaboración con Gil Evans en 1957 bajo el sello de Columbia Records trabajo que marcó un antes y un después en la trayectoria de Miles y le condujo a dos de sus más importantes producciones: “Sketches of Spain” y “Porgy and Bess”; es justamente esta pieza la que acompaña una de las más contundentes secuencias de la película homónima en la que los dos compositores se reencuentran en un flash back que abre el tiempo cinematográfico del filme a otro que nos permite escapar hacia la música misma.

“Almost Blue” es una pieza de Elvis Costello inspirada en “The thrill is gone” de Chet Baker grabada para la banda sonora del maravilloso documental “Lets get lost” verdadera joya visual y musical que detalla la obra de Chet. En “Born to be Blue” el director incorpora dicha pieza para magistralmente revelarnos al Baker transformado en la voz y figura de Ethan Hawke; al hombre conflictivo y al amante patológico en su estado más puro. Ello mientras escapan de la banda sonora varios de los más hermosos estándares del jazz de todos los tiempos.

La filmoteca jazzística indudablemente ha salido enriquecida con estas nuevas producciones, a través de ellas los amantes del género nos hemos acercado a un importante periodo del desarrollo del jazz y sobre todo hemos palpado sin tapujos la música y la vida de dos gigantes.