(Esto fue escrito a propósito de una de las visitas del Gato…ya en sus ochenta y pico cumplidos, seguimos "sufriendo" su dictadura.)
El Gato se mueve en el escenario cual dictador, gobernando con férreas manos a los músicos, las melodías y al público. Dictadura de frases y acordes; de notas tiradas al aire una y otra vez, una y otra vez. Dictadura del gobierno incorruptible de la música. Dictadura de unos pocos, mensajeros, gigantes, gobernantes del único lenguaje universal que no han logrado malearnos, ni contaminar, ni someter. Dictadura apetecible, compartida, añorada, sin oposición posible. Cuanta falta nos ha hecho ese tipo de dictadura en esta América nuestra.
Cada vez que viene, alguien comenta que es la última que lo vemos “hay que ir, a lo mejor no vuelve” y él se empecina en darnos a su vez mejor espectáculo, sin ningún ánimo de darle la razón a los malos augurios. Iván (Fernández, el productor, el amigo) suele decir que El Gato le cambió el sonido a la música latina. Música Latina es un concepto muy amplio y no sé si tiene razón. Lo que sí es claro es que Barbieri se ha diligenciado para sí mismo, un estilo inconfundible por lo tanto, original ¿No es acaso esa la única originalidad posible? y ha marcado con él a casi todos los músicos posteriores y contemporáneos. Tiene, a sus 77 años admitidos (algunos dicen que más) la impronta de sus primeros años y la absoluta arrogancia de los que bien hacen y viven su música, a la hora de subir al entarimado y transformarse totalmente.
Y entonces, uno es testigo del milagro, de la magia, de la dulce dictadura de su saxo y sus melodías. El Flaco Frías y yo nos pasamos la noche, en el Jaragua, comentando cómo entraba y salía de una melodía a otra sin problemas. Cómo manejaba a su antojo a los músicos y el ritmo. Cómo se negaba a “contarnos la misma historia”: “Improviso sobre el escenario, para no aburrirme” eso nos dice y es completamente entendible, es lo que cualquier buen músico de jazz haría.
Lleva años mostrándole al mundo sus temas. Lleva años llevando a cuesta su saxo tenor, sus trinos, sus notas altas y su rugido, mas de león que de gato. Se ha ganado el derecho de recordarlas como él quiera, de ponerle nuevo aire a sus solos, de variarlas hasta hacerlas irreconocibles, aunque ya no tenga la rapidez de antes y las notas sean sostenidas por menos tiempo.
Es, sin embargo, el músico que conversa consigo mismo y nos deja ser parte, graciosamente, de su soliloquio. Busca en él mismo, a la hora de subir a un entarimado, la entereza y la energía que ya no muestra en el diario vivir. Dos horas y media, con descanso de menos de un minuto entre cada canción, es mucho para cualquier artista. No importa la edad.
Aquí lo vimos y escuchamos de nuevo. Aquí nos trajo, como siempre, inmejorables acompañantes: el veterano colombiano, Eddy Martínez en el piano, quien no sólo conoce el repertorio del maestro-han tocado juntos muchas veces- también su instrumento, evidente en los magistrales solos y lo apropiado del acompañamiento; el más joven pero no menos veterano norteamericano, Paul Sópolo, en la guitarra bajo, parecía él dirigir al resto del ritmo (batería, percusión) siempre atento, constantemente preciso; la agradable sorpresa de los boricuas Tito de Gracia en las congas y demás elementos (timbal, bongoes, shekere…) y Tony Cintrón en la batería. Tito ha venido varias veces al país y, con razón, es considerado el sustituto natural del otro Tito, el Puente. Armaba, junto a Cintrón, soberano rumbón, cuando la pieza se lo permitía. En fin, un concierto para recordar, donde, nueva vez, El Gato nos sometió a la dulce dictadura de su saxo tenor.