Un lector se molestó por mi respuesta a una pregunta suya. Me pidió opinión sobre quien ha sido el mejor compositor clásico de la historia y el más grande beisbolista dominicano. Acerca de lo primero le dije que ni Daniel Barenboim se aventuraría a responderle y  como neófito en la materia  yo apenas podía mencionar  mis  favoritos. “Beethoven, por supuesto”, respondió por mí. Bueno, déjeme con Tchaikowsky, Mozart  y Puccini, según como  me sienta ese día, le acoté. “No querrá usted decir que son mejores”. Le hablé de mis preferencias, me defendí.  ¿Y dónde deja usted la Novena”. ¿Qué tiene que ver la Novena? ¡La de Beethoven!, me cortó con un grito de desesperación.

Bueno, amigo, no entremos en esa discusión.  Le hablé de mis favoritas, le respondí un poco a la defensiva. ¿Cuáles, por ejemplo?, parecía un interrogatorio. Si le interesa tanto me quedó con La Patética, la sexta sinfonía de Tchaiskovsky, no la sonata no. 8 de Beethoven.  Su reacción parecía indicar que me creía medio loco. Usted es aficionado a la ópera, según tengo entendido  ¿qué me dice? Ya le dije que Puccini, pero para cerrar esto mi favorita no es ninguna de las suyas, sino Cavallería Rusticana, a lo que agregué que el cuarteto final de Rigoletto, de Verdi,  me deja sin aliento.

Con un quejido de alarma y decepcionado cambió hacia el béisbol.  Entonces, cuál ha sido el mejor. Tampoco lo sé, le contesté, aunque mis predilectos son Alex, Moisés y Marichal. ¿Y Pedro? También, añádalo, le dije ya cansado. ¿Y los números? ¿Cuáles números?, ahora fui  quien casi grita. Los que se ponen, las estadísticas, me espetó. ¿Usted las conoce?, me atreví  a preguntarle. Pues, claro, dijo. Entonces lo que le diga es irrelevante. El hombre cerró el teléfono no sin antes mandarme a freír espárragos. ¡Muérete!, dijo. Ponme un merengue urbano,  acerté a responderle.