Una de las actividades artísticas más antiguas en la historia de la cultura es la música callejera, de lo cual nos habla la Biblia cuando se refiere a que algunos miembros de la tribu Leví dedicaba parte de su tiempo a ese tipo de actividad para entretener a la comunidad.
Mas tarde, en la antigua Grecia nos encontramos con representaciones artísticas callejeras en otras disciplinas, como el teatro y la literatura, aunque especialmente la música ha sido uno de los mas importantes exponentes artísticos cuando se trata de expresiones que fueron y siguen siendo parte del hoy llamado arte urbano, el cual se ve escenificado en múltiples ciudades del mundo.
Tanto en la antigüedad como en todas las épocas los artistas callejeros han sido parte de la vida, del encanto, del ambiente de las ciudades y de los espacios donde se congregan las personas a disfrutar de la espontaneidad del arte en todas sus manifestaciones.
Desde los mariachis de la Plaza Garibaldi en la ciudad de México, el cantante de jazz en el subway de New York, el emotivo saxofonista de Bourbon Street o la nostalgia y sensualidad de un tanguero en la Plaza Palermo forman parte de este fenómeno mundial tan importante para el desarrollo de talentos que no han tenido otras oportunidades que las de difundir su arte en las calles.
Aunque ya en muchos países se ha formalizado un sistema legal y regulatorio para beneficio de los artistas, de la comunidad y del público que disfruta de esas distintas expresiones culturales, muchos de ellos siguen encontrando problemas y obstáculos a la hora de llevar su talento a las calles.
República Dominicana no ha estado ausente de este movimiento de artistas callejeros. La zona colonial es marco cotidiano donde se reúnen estos músicos, acompañados de su guitarra, su violín o su cajón, sin olvidar su sombrero, para deleitar con sus repertorios a los que caminan por ella.
Hace unos meses uno de esos músicos del Conde fue injustamente despojado de su violín por miembros de una institución pública que regula el ruido, precisamente mientras este tocaba una de las piezas musicales mas hermosas de Vivaldi: las Cuatro Estaciones.
Es de rigor la implementación de normativas o reglamentos que ofrezcan las necesarias herramientas de legalidad para así evitar que estos jóvenes artistas se encuentren en situaciones conflictivas con distintos entes e instituciones de la sociedad, pero al mismo tiempo es importante proveer de formación, educación y capacitación a las personas responsables de que se cumplan las leyes.
Muchos de estos músicos, o maestros, como ellos mismos se denominan, se han formado de manera autodidacta e informal, y han hecho de la zona su espacio, su escenario y hasta su escuela. Como dice Camilo Rijo, un guitarrista clásico que ha llevado su música a la calle El Conde: “comencé a venir al Conde para ganarme la vida porque es difícil vivir de la música, pero es lo que sé hacer y lo que me gusta. No podría ser médico, es también mi forma de ayudar”.
Camilo es un joven de 22 años quien no solo cuenta con un talento musical y una capacidad de comunicación impresionantes, sino que también ha extendido su arte para que los limpiabotas de la zona tengan la oportunidad de descubrir su vocación por la música.
Desde hace tres meses, todos los domingos a las 5 de la tarde Camilo se sienta en su escuelita, como él le llama, para educar con acordes y pentagramas a esos niños, hijos de padres y madres ausentes y que han tenido que sobrevivir en las calles limpiando zapatos.
Esta escuelita improvisada, la cual es parte de la Asociación de Artistas en la Calle (en formación) les ofrece a estos niños y jóvenes la posibilidad de aprender algo distinto como también a que de una manera más sana y creativa utilicen su tiempo, a la vez le está creando la oportunidad de que se conviertan en los futuros músicos callejeros de Santo Domingo.
Afinemos la guitarra y hagamos de la Zona Colonial un espacio para el desarrollo del arte urbano, una alternativa para la interpretación musical y un lugar posible para que expresiones artísticas se manifiesten.