Roma, Italia.- La ansiedad y la depresión son algunos de los efectos colaterales que sufren los jóvenes italianos, derivados del aislamiento social, la educación a distancia y la incertidumbre ante un futuro al que la pandemia no da tregua. Un drama que pasa desapercibido.

“Los especialistas describen a nuestros jóvenes como más tristes, irritados, susceptibles a los cambios de humor”, escribió en un mensaje en Facebook Lucia Azzolina, el pasado 7 de febrero, cuando aún era ministra de Educación. “Hay una emergencia dentro la emergencia y no podemos ignorarla”, agregó.

Desde el inicio del curso "uno de cada cuatro menores está en riesgo de dejar la escuela”, "uno de cada dos tiene dificultades para seguir las clases a distancia" y "una escuela de cada nueve han reducido su horario", señala un reciente estudio de la asociación católica comunidad de Sant’Egidio, que pide que los niños no se conviertan en "ciudadanos olvidados".

Y, además, “ha habido un fuerte aumento este año del ciberbullying”, dice a Efe la psicoterapeuta Melania Fanello, que añade que "cuando los jóvenes van a la escuela tienen medios directos para lidiar con él: profesores, director…”, pero la enseñanza online "los ha alejado de ellos".

LO PELIGROSO ES EL SILENCIO

“Uno de los peores males que alimentan el dolor psicológico es el silencio”, resalta Fanello, que ha visto entre los pacientes más jóvenes de su consulta en Roma “picos de ansiedad y depresión”.

A causa del aislamiento, le cuentan lo que es sentir la soledad: “es un perro que se muerde la cola, porque cuanto más solos están más miedo tienen, a más miedo, más se aíslan y a más aislamiento, más tristes están porque no lo comparten con nadie”, destaca la psicolóloga.

Coincide con ella la terapeuta Silvia Pinna, que dice que ha encontrado entre sus pacientes más padres “preocupados por la actitud retraída de sus hijos frente a las consolas y las televisiones”

Según Pinna, “han aumentado los trastornos del humor y la dependencia de internet como medio de comunicación alternativo”.

El problema radica en que los estudiantes ya no cuentan con “tiempo libre” en el que disfrutar de otros aspectos de la vida que no tengan que ver con sus tareas académicas, que son “fundamentales para el crecimiento equilibrado de un niño o adolescente”.

MÁS ANSIEDAD, MÁS INCERTIDUMBRE

A Benedetta, una estudiante de 22 años de la universidad L’Orientale de Nápoles (sur), un profesor la acusó de “no estar siendo leal” y copiar durante un examen online. Desde entonces, cada vez que tiene que enfrentarse a uno siente ansiedad.

“Algunos profesores no confían en sus alumnos”, cuenta, como uno de los motivos de esa constante inseguridad.

La ansiedad que siente Benedetta “no es un caso aislado”, indica, pues sus amigas tienen la misma sensación de falta de confianza con los docentes al llevar tantos meses asistiendo a las clases de manera online.

“La incertidumbre me está afectando demasiado”, reconoce, por su parte, Sabrina, una napolitana que estudiaba en Londres hasta que la pandemia hizo que volviera a casa. Desde entonces vive sin saber cuándo tendrá que volver a hacer las maletas y regresar.

La falta de información y las cambiantes medidas contra la COVID-19 están haciendo que su experiencia educativa sea bastante peor.

Aunque Vincenzo, un estudiante siciliano de Lenguas, literaturas, cultura y traducción, vio en la educación online un lado positivo, pues “ya no hay pérdida de tiempo de los desplazamientos” y existe “la posibilidad de escuchar las clases grabadas en cualquier momento”.

Sin embargo, reconoce que hay cosas que la educación a distancia no puede dar: “el contacto visual, un grito, el murmullo durante la clase, un profesor que se enfada, decenas de cafés con los compañeros, la ansiedad antes de un examen por ver al profesor y no por tener una mala conexión a Internet.