El que faltando más de tres años para las próximas elecciones ya exista un montón de precandidatos presidenciales en activa campaña, fuera de las filas de sus partidos, habla muy mal de cómo estamos organizados-o desorganizados-en materia electoral.

No es la primera ocasión en que tratamos este asunto. Insistimos porque estamos convencidos de que no se debe aceptar como normal que se asista a una campaña permanente.  ¿Acaso es tan pobre la concepción de la política para ciertos partidos y sus dirigentes?

Un país que ahora mismo precisa de la mayor concentración en lidiar con la superación  de cruciales problemas no puede darse el lujo de verse envuelto en un trajinar politiquero que en nada le beneficia y que, en cambio, lo entorpece.

Se gastan una fortuna promoviéndose como aspirantes a ser aspirantes.

Llama poderosamente la atención el que estos candidatos, lejos de desarrollar una labor de exposición de sus ideas a lo interno de sus organizaciones, se lanzan de manera abierta en todo el país tal si la campaña electoral estuviera abierta formalmente.

Urge, pues, que la Junta Central Electoral  (JCE) establezca los controles indispensables para que la extemporaneidad de estas campañas disfrazadas no contribuyan a reforzar la idea cierta de que vivimos en medio de un proselitismo eterno.

Estudios serios demuestran que no hay relación entre la ganancia de simpatía y un período prolongado de exposición de propuestas con fines electorales. Por el contrario, atosigar al ciudadano con propaganda a destiempo conlleva no solo a la saturación y al desgaste del aspirante presidencial, sino también al rechazo de su propuesta política.

Y no es solo el que esos candidatos tempraneros introducen una nota discordante en momentos en que debemos estar atentos a asuntos más importantes. Es que se gastan una fortuna promoviéndose como aspirantes a ser aspirantes.

Baste recordar que fuera de las campañas electorales corrientes, sería una rareza ver a políticos invirtiendo tiempo y dinero en jornadas sociales ligadas al medioambiente, el deporte o el arte. Su tubular concepción clientelar de la política no deja para más.

Ridículamente, la salida al ruedo de uno de estos dirigentes provoca a su vez una interminable cadena de proclamaciones sin proclamar, evidenciando por igual el pobre liderazgo de las cúpulas partidarias ante este desmadre.

Este momento histórico demanda de la población enfocarse con sentido de unidad en salir del marasmo que ha producido la pandemia. Campañas tan inoportunas no hacen más que revelar atraso y escasez de miras con protagonistas que, extrañamente, pretenden dirigir al país.

La JCE debe hacer valer su autoridad como ente regulador del ejercicio de los partidos e interceder con firmeza para que la reglamentación existente no sea letra muerta.

Es hora ya de que los partidos y sus dirigentes demuestren de modo fehaciente que ejercen la política con elevado sentido de la inteligencia, la prudencia y el tacto. A menos que deseen continuar con campañas llamadas a demostrar lo contrario.