Resulta alarmante la acusada tendencia que existe en nuestro país a dar la espalda a problemas, realidades y hasta a bondades de nuestra naturaleza.

A pesar de nuestra condición de isla, hemos vivido en gran medida como si no lo fuéramos. Una gran parte de nuestra población no tiene el hábito de comer pescados y mariscos, históricamente hubo un escaso desarrollo de deportes acuáticos y nuestra capital, que tiene la dicha de estar situada frente a las hermosas aguas del Mar Caribe, en vez de una playa tiene un vertedero de desechos y ni siquiera se aprovecha la belleza del litoral, a pesar de su contaminación, porque por múltiples razones, los centros de diversión han migrado a otros espacios desprovistos de esta ventaja natural.

De igual forma, aunque tenemos la dicha de ser la ciudad primada de América y de contar con hermosas edificaciones e históricas ruinas, que constituyen patrimonio cultural del país y del mundo, por deficiente aseo, vigilancia, mantenimiento y falta de necesarias inversiones como en el soterrado de líneas de distribución eléctrica; nuestro casco antiguo está rezagado frente a otros de países de la región y no tiene el flujo de visitantes que debería tener, a pesar de las inversiones privadas realizadas en los últimos años en hoteles y restaurantes.

Voltear la cabeza ha sido una de las peores actitudes que ha afectado nuestro desarrollo y esto, no solo podemos reprochárselo a nuestras autoridades, sino que es responsabilidad de cada uno de los dominicanos

Aunque compartimos el territorio de la isla con la República de Haití, la inmensa mayoría de los dominicanos apenas conoce los principales episodios que marcaron nuestra historia, y probablemente está más informada respecto de otros países mucho más lejanos, que de nuestro vecino. Lo que se debe en parte a la actitud de nuestras propias autoridades que decidieron vivir de espaldas a esa realidad a pesar de que el volumen de exportaciones dominicanas hacia dicho país y el continuo flujo migratorio de ciudadanos haitianos hacia la República Dominicana, hace tiempo que obligaban a un cambio fundamental en nuestras políticas exterior, comercial y migratoria.

Peor aún, luego de que el Tribunal Constitucional dictara la sentencia 168-13 y se iniciara una perniciosa campaña que pretende dividir la sociedad dominicana en “patriotas” y “enemigos de la patria” según la posición que tengan respecto del tema haitiano, se ha creado una gran confusión, alentando odios que entre otros daños, entorpecen el desarrollo normal de una relación bilateral que debe estar marcada por el respeto a la ley, su cabal cumplimiento y la búsqueda de consensos para promover proyectos comunes y decidir políticas bilaterales de mutuo beneficio.

Así como vivimos a espaldas a realidades consustanciales, hemos desarrollado este mal hábito respecto a nuestros problemas fundamentales, los que en vez de enfrentarlos preferimos ocultarlos, como basura debajo de la cama o complicarlos, como la creación de nuevas instituciones para sumarse a otras que no hacían el trabajo pero que no nos atrevemos a desmontar, a permitir ilegales monopolios en el transporte de personas y mercaderías por no asumir el costo político de aplicar la Constitución y las leyes, de preferir hacer fracasar la mayor parte de las reformas estructurales votadas en las últimas décadas, por falta de voluntad política para implementarlas o por resistencia a dejar de lado el control político en temas tan trascendentales como la energía eléctrica.

Voltear la cabeza ha sido una de las peores actitudes que ha afectado nuestro desarrollo y esto, no solo podemos reprochárselo a nuestras autoridades, sino que es responsabilidad de cada uno de los dominicanos, la cual solo podrá cambiar si todos nos decidimos a abrir los ojos ante nuestros problemas, a aprovechar nuestras fortalezas y a no cegarnos para negarnos a aceptar que debemos hacer lo necesario, antes de que sea demasiado tarde.