La sociedad dominicana inicia un otoño revuelto. Hay una convulsión expandida en amplios sectores de la geografía nacional y de la organización social. Podemos afirmar, sin vacilación, que la situación de violencia doméstica; el uso irracional del poder y de los sentimientos, así como la incapacidad para la gestión efectiva del transporte, son factores que profundizan la falta de paz personal, institucional y social. De igual modo, acentúan la falta de armonía, el desgaste cotidiano que provoca la discusión sobre la Ley de Partidos y la cultura clientelar que se desarrolla. Esta realidad conmovedora acentúa, al mismo tiempo, la necesidad de concordia. A este fenómeno de conmoción se añade la necesidad de un clima nacional menos trágico y, sobre todo, más constructivo.

Hace varios días que diversos grupos de familias, de estudiantes y de profesores han levantado su voz denunciando carencias básicas y atropellos de algunas autoridades. Asimismo, técnicos del sector educación, conductores del transporte y pequeños comerciantes han manifestado su rechazo a políticas estatales. Estas políticas los impelen a la protesta, por el hostigamiento económico y por el incumplimiento de disposiciones de tribunales legítimamente constituidos.

La inquietud de nuestra sociedad se ha desbordado al constatar que los delitos de agresiones sexuales, la depredación de parques nacionales y los desalojos violentos ocurren como algo natural. Pero la indignación se eleva al observar el regalo de productos adquiridos con dinero del 4% asignado a la educación para apoyar la campaña política de una figura del ámbito de los legisladores. Estos hechos se producen y la justicia llega tarde o se muestra incompetente. Por ello la sociedad dominicana tiene urgencia de procesos educativos que ayuden a construir la unidad y, especialmente, que contribuyan a la organización personal y social.

Es un proyecto difícil, por la situación que vive el mayor porcentaje de las familias y por la crisis de gobernabilidad que nos afecta. La institución familiar dominicana muestra un deterioro y un abandono estatal que alarma. En este contexto es embarazoso avanzar hacia un proyecto que revitalice la vida familiar. Pero es mucho más inextricable dar pasos firmes hacia una propuesta que impregne la sociedad de actitudes y de valores humanizadores y respetuosos de las leyes. Las situaciones difíciles en ningún momento pueden convertirse en barreras infranqueables para buscar el bien social y personal. En esta dirección debemos movernos, pues en la sociedad dominicana ninguna persona ni ninguna institución pueden eludir responsabilidades en el proceso de reconstrucción y de educación personal y social que requiere la nación. Hemos de advertir que los procesos educativos también se han complejizados por el impacto que sobre ellos genera la poca transparencia en el uso del 4%; por la caldera en que se están convirtiendo los centros educativos; por la cultura clientelar que se activa de cara al 2020 y por la somnolencia que todavía vive el pueblo. Aún en estas condiciones no tenemos excusas; y hemos de actuar con firmeza y actitud esperanzada.

Empecemos identificando y uniéndonos a proyectos, organizaciones y personas que han optado por una nación con un desarrollo humano y social sostenible. Articulemos fuerzas con instituciones de educación superior comprometidas con la transformación de contextos y personas. Activemos nuestra imaginación creadora para potenciar las capacidades y habilidades de los dominicanos con los que nos relacionamos y con los que trabajamos. Formamos parte de un pueblo inteligente que ha mostrado, en diversas circunstancias históricas, ingenio, generosidad y coraje. Estas notas nos aseguran que el proyecto de reconstrucción que emprendamos no caerá al vacío. Además, nos inyecta fuerza para pasar del acecho de la paz a la vivencia continua de un clima sereno que produzca bienestar colectivo.