La sociedad y los ciudadanos participamos  de un  tiempo nuevo a nivel mundial. Consideramos que ningún Estado ni persona alguna podrá argumentar lo contrario; los indicadores están a la vista en los campos de la salud, de la economía y de la educación. Esta tríada está lanzando interpelaciones que no le permiten espacio a la indiferencia, tampoco a la ignorancia. La COVID-19 está siendo muy explícita y no deja lugar a duda de que estamos afrontando cambios vertiginosos en ámbitos de las ciencias y del conocimiento que inciden de forma directa en nuestro modo de pensar, de sentir y de hacer. Este tiempo original que vivimos nos dice,  entre otras cosas, que ya no es posible hablar de cambios quedándonos al  margen de lo que decimos y aspiramos. No. Es preciso acompañar las palabras de los procesos y de las acciones que estos requieren. Se han de hacer a tiempo real con la lógica y  el ritmo propio del momento histórico en el que nos encontramos.

El problema de salud que afrontamos universalmente nos plantea diseños diferentes para entender y gestionar la vida personal y la relación social. Asimismo, aporta datos económicos que le abren paso a una arquitectura diferente a la funcionalidad de las teorías económicas y al comportamiento de esta ciencia en tiempo de pandemia. Para muchos actores y sectores, es obvio que la vida se ha de priorizar antes que los beneficios y el incremento bestial del capital económico y del capital político, que accionan interrelacionados. De igual modo, los sistemas educativos del mundo han recibido un llamado a superar las decisiones de políticas con adornos cosméticos y convencerse de la necesidad de transformaciones estructurales que permitan aflorar la sabiduría y la creatividad que han de acompañar a la consistencia académica, para no paralizar la vida y los aprendizajes que estos sistemas han de propiciar.

En este contexto observamos que no es aceptable la implementación de medidas coyunturales para darle respuesta a necesidades que demandan atención a las raíces que las provocan. Estas necesidades requieren la utilización de lógicas y de gestión no solo modernizantes sino eficientes y eficaces en el tiempo y en el lugar en que se precisa su servicio. Al aguzar los sentidos y ponerlos en dirección al sistema educativo dominicano, reconfirmamos que este ha de moverse. Su movilidad no tiene espera; su rezago para abocarse a transformaciones de fondo que los coloquen como paradigma del cambio y de la revolución educativa es viejo. Los procesos de reforma han oxigenado este sistema en aspectos como la cuestión curricular, la organización escolar  y la actualización del discurso educativo. Estos son pasos importantes, pero no dan respuesta integral a la necesidad que tiene la sociedad de una educación que habilite al ciudadano y a ella misma de aprendizajes y experiencias para implicarse de forma consciente en su propia constitución como sujetos. Han de ser sujetos sociales capaces de asumir con otros la construcción de un orden social y un funcionamiento personal orientados a una sociedad más justa y civilizada. Esta tarea le compete al Estado. Los ciudadanos somos parte sustantiva de ese Estado y, por ello, la educación no puede convertirse en una tarea para embrutecer a la ciudadanía, ni para ofrecerle conocimientos efímeros que no le sirven para funcionar en la vida cotidiana y en circunstancias excepcionales como las que producen las pandemias. El sistema educativo dominicano requiere una cirugía que afecte sustantivamente la visión y sus prioridades.

Este sistema está urgido a transformar las concepciones y el estilo de gestión, para facilitar que la inteligencia y los aprendizajes de los estudiantes, de los docentes y de las familias en contexto, se asuman como dimensiones capaces de recrear el sistema educativo. Si decide sin temor auscultar los cambios que apremian en su interior, le hace un bien excelente al país, pues lo coloca en la ruta del desarrollo y del avance con sentido. La sociedad en general y, especialmente, las instituciones formadoras de formadores han de jugar un rol proactivo en los procesos de transformación del sistema educativo dominicano.  El sistema ha de moverse sin pausa, con decisión firme.