El presidente Luis Abinader acaba de ofrecer al país una señal inequívoca de su compromiso con el cambio político y el establecimiento de una cultura democrática, alejada de la tradición absolutista que hemos seguido desde el establecimiento de la dictadura de Rafael L. Trujillo Molina.

Nunca antes ningún presidente, desde el inicio de la democracia dominicana, había osado romper las tradiciones de conservadurismo y de solemnidad sobre “la figura del Jefe”, conservada especialmente en el Palacio Nacional que el dictador ordenó levantar en 1947, como una obra faraónica acorde con su megalomanía.

Danilo Medina, nuestro presidente anterior, conservaba aún en su despacho presidencial, la silla utilizada por el dictador, aunque no la utilizaba. Simbólicamente era un objeto apreciado y conservado como parte de una idea de que todo el poder que se concentró en manos de Trujillo estaba aún en el Palacio Nacional y en el despacho presidencial.

Los ministros temblaban cuando entraban al despacho de Trujillo. Algunos, como Ramón Marrero Aristy, salieron muertos de ese despacho, otros se orinaron en sus pantalones, y otros tantos salieron de allí dispuestos a cumplir órdenes para cometer crímenes que avergüenzan y llenan de horror a la sociedad dominicana.

Juan Bosch, que fue el primer presidente de la era democrática y que fue un adversario de Trujillo, nunca utilizó frases tan directas para describir al dictador como lo acaba de hacer Luis Abinader. Juan Bosch recibió el apoyo de las fuerzas trujillistas en las elecciones de diciembre de 1962, con la apertura de su política de “Borrón y cuenta nueva”. Los presidentes de facto que tuvimos fueron prácticamente todos trujillistas, y Joaquín Balaguer fue el presidente títere de Trujillo y el autor de su panegírico. Antonio Guzmán, Jacobo Majluta ni Salvador Jorge Blanco, que fueron presidentes posteriores a Balaguer osaron referirse de manera contundente sobre Trujillo, a pesar de que llegaron allí en representación de un partido antitrujillista, el Revolucionario Dominicano.

Tampoco lo hizo Hipólito Mejía, ni Leonel Fernández, ni Danilo Medina. Todos nacieron en la época de la dictadura y conservaban familiares, amigos, padres y madres que fueron trujillistas. Luis Abinader pudo hacerlo con altura, dignidad y claridad, en el Palacio Nacional el pasado 1 de junio, frente a un grupo de ejecutivos de medios de comunicación. Su padre fue opositor al dictador, y pudo salvar su vida de la violencia e intolerancia de la dictadura.

Lo que ningún presidente quiso hacer, lo que ningún presidente tomó en cuenta que era posible hacer, lo hizo Luis Abinader: Con motivo del 60 aniversario del ajustamiento del dictador se le preguntó sobre un histórico decreto firmado por él, unas horas antes, y declaró que no podemos seguir en el engaño ni en la hipocresía sobre la imagen y la figura de Trujillo. 

“Trujillo era un delincuente, un bandido, un psicópata, que robaba al Estado y al pueblo dominicano”. Esa fue la frase que tuvo impacto en mí, como director de Acento, presente en el encuentro. Parece ser que este fue el único medio que la utilizó y la divulgó. Nuestro criterio es que esa frase representa un parteaguas en la política del Estado dominicano sobre la dictadura y la figura del dictador.

La influencia de Trujillo sigue vigente en muchas formas en la política dominicana. El mismo Luis Abinader dijo que la promoción de la figura del presidente en las instancias públicas, con retratos del mandatario, es una tradición trujillista que ya no se utiliza. Y que la idea de ofrecer a Trujillo como un patriota es errónea, porque el dictador fue un vendepatria. Y ofreció sus razones para sostener esa versión.

Con gestos como este Luis Abinader está cambiando los cimientos de la política dominicana. Hay muchos otros gestos que hablan de una forma política diferente de administrar el poder, y de educar desde el poder, con nobleza, principios y ética.