¿Cuántos nombres como el de la arquitecta Leslie Rosado o los pastores de Villa Altagracia habrá que añadir a la tenebrosa lista de víctimas de la Policía hasta que se materialice la anhelada,torpedeada, llevada y traída reforma policial?
El mero hecho de que la muerte violenta de esta joven profesional, en estado gestación, se produjera a raíz de un accidente que no pasó a mayores, tipifica una conducta violenta que repetidamente ha segado la vida de muchos a manos de policías y civiles.
Los cambios urgentes y profundos que amerita la Policía abarcan un conjunto de aspectos a ser impactados por una reforma cuya espera algunos quisieran que fuera eterna. En este caso particular, la agresividad y el uso indiscriminado de la fuerza es uno de esos aspectos que requiere de la mayor atención.
Forjada la institución al amparo de regímenes fuertes y con proclividad a conculcar derechos, los cuerpos de policía en Latinoamérica se convirtieron en poco menos que brazos ejecutores de la represión oficializada. Pese a algunos avances, la percepción del policía sobre el ciudadano común es una que lo sitúa en un escalón de extrema vulnerabilidad.
Si añadimos la conciencia que tiene el policía de la generalizada mala imagen que pervive sobre su profesión en la opinión de la gente, el cóctel no puede ser menos sulfuroso. Esta visión tan cierta debe ser redondeada con otra verdad insoslayable. El policía dominicano adolece de una buena formación técnica; la que recibe es muy cuestionable, cuando no inexistente.
De otro modo, consideremos sólo las circunstancias en que el cabo que mató a la arquitecta Rosado reaccionó a raíz de una colisión con su moto, en la que iba con su esposa y dos hijos, un hecho en sí mismo que daría motivos para otro editorial.
El que ese cabo fuera de servicio pudiera llevar a su víctima a un hospital da cuenta de que el incidente no tuvo una repercusión tan grave para él o su familia que le diera motivos para cometer un homicidio, hecho horrendo per se, pero también porque se perdió la vida de una ciudadana que aún tenía mucho que ofrecer a su familia y a la sociedad.
Ante sucesos como el descrito, o bien frente a otros que entrañan retos diarios para la Policía, nuestros agentes han de exhibir capacidad para tener control suficiente de sus instintos primarios, a la vez que muestren capacidad para racionalizar los recursos que tienen a mano para enfrentar diversidad de situaciones.
La profesionalización de la Policía es una necesidad que no soporta más dilaciones, en parte atribuibles al deseo de gente que dentro y fuera de la institución la conciben con criterios ya superados, o bien que temen perder privilegios muy rentables.
Ojalá este mortal pistoletazo no lleve equivocadamente a solo juzgar duramente al policia, evadiéndose la mayor, y el contexto.
Este crimen consterna e indigna con justa razón y nos obliga a repensarnos como sociedad que pretende alcanzar otros niveles de civilidad.
Hoy contamos a Leslie Rosado como una nueva víctima de violencia policial execrable. Alguien tiene que parar ese pavoroso conteo.