Un verdadero ventarrón político constituyó la reciente “metáfora” lanzada por el dirigente político Franklin Almeyda: “Parece que mis perros entienden más su papel que una buena parte de los senadores“, en ocasión de la aprobación, por parte de los senadores, de la Ley de Partidos que contempla las primarias abiertas simultáneas.
La metáfora, “interpretada literalmente”, irritó las vísceras y produjo calentura en algunos senadores de los cuales hace tiempo no se tenía noticia. Que estaban ausentes del escenario político porque no tenían qué decir o no sabían qué decir que pudiera resultar de interés para los ciudadanos. La metáfora les sirvió de alfombra para “sonar” para hacerse visibles y para salir del anonimato que los hace innecesarios.
Más que enojarse, esos senadores deberían agradecer la ocurrencia. El tema se prestó para que una “buena parte de ellos”, convertidos en “filósofos de lo simple”, manifestaran un enojo teatral que convierte en espectáculo lo que debió ser un sutil llamado a la reflexión y al silencio sabio para ver más allá de los “intereses políticos de una facción” que no necesariamente coincide con los requerimientos de la democracia dominicana.
La obra del autor inglés John Gray, uno de los pensadores más importantes de nuestro tiempo, “El silencio de los animales”, nos sirve como telón de fondo para pasar revista a los silencios y discursos suscitados por la “metáfora de Franklin”. Y que además nos invita a “mirar hacia afuera”.
Gray recurre a metáforas con frecuencia para explicar la relación que el hombre establece con los animales y que nos permiten “quedarnos en el mundo de las percepciones e impresiones” más que con las ideas que nos formamos del mundo y de la realidad.
A la gente que ama a otros animales –dirá Gray– se la acusa a menudo de otorgarles características humanas. “Quizá los animales sean pobres en algún sentido, pero su pobreza es un ideal que los seres humanos nunca alcanzarán. Cuando los humanistas menosprecian el silencio de los animales, tal vez los mueva la envidia”.
La búsqueda del silencio parece ser una actividad propia de los seres humanos. “Únicamente los seres humanos quieren silenciar el clamor en sus propias mentes. Cansados del murmullo interno buscan en el silencio una manera de ensordecer el sonido de sus pensamientos. Lo que la gente trata de buscar en el silencio es un tipo de ruido diferente”.
El silencio de los animales es diferente al silencio de los humanos. Los seres humanos buscan el silencio como un alivio a la angustia de su existencia. Por el contrario, los animales disfrutan el silencio como un derecho de nacimiento. “Los seres humanos buscan el silencio con el anhelo de redimirse, los otros animales viven en silencio porque no necesitan redimirse”. Y los políticos criollos “necesitan de muchas redenciones”.
Si ya no se cultiva el silencio es porque admitir su necesidad hace necesario aceptar nuestra propia “inquietud interior”, condición que en otro tiempo se entendía como fuente de tristeza y que hoy se valora como una virtud. Entonces, hablar cuando hay que callar es perturbar esa quietud.
Lo que traza la línea divisoria entre el silencio de los animales y el de los humanos es consecuencia del lenguaje pero esto no significa que las demás criaturas no tengan lenguaje. El discurso de los animales es más que una metáfora humana: “Los perros y los gatos –afirmará Gray– se mueven durante el sueño y se hablan a sí mismos mientras hacen sus cosas”.
Los seres humanos –dirá Gray– son el vacío contemplándose a sí mismo. Y se pregunta: ¿por qué otorgar este privilegio sólo a los seres humanos? Otras criaturas pueden tener “ojos más brillantes”. Por eso la “metáfora de Franklin” pudiera resultar virtuosa.
Y sobre los silencios y los discursos de los humanos y de los animales, Gray nos regala un mensaje profundo y valioso para la reflexión de todos: “Al mirar hacia adentro uno puede encontrar palabras e imágenes que son parte de sí mismo, pero si uno mira hacia afuera –a las aves y los animales y los lugares fugaces en los que uno vive-, tal vez pueda escuchar algo que vaya más allá de las palabras. Incluso los seres humanos pueden encontrar el silencio, si son capaces de olvidar el silencio que andan buscando”.
No hay que demonizar la “metáfora de Franklin”. La utilización de una metáfora se vuelve perniciosa si esconde realidades importantes pero puede convertirse en virtuosa si mueve las conciencias para descubrir la verdad.